Ian Proudfoot, socio responsable global de Agroindustria de KPMG: “En el corto plazo, el precio predominará frente a los alimentos de mayor valor añadido”

Desde su posición privilegiada como responsable de ‘retail’ e industria agroalimentaria en una de las Big Four, Ian Proudfoot, ofrece una visión global del mercado de la alimentación surgido de la pandemia y de las oportunidades y retos en un contexto marcado por el cambio climático y una nueva conciencia en el consumidor.

Pandemia, crisis de precios y guerra en Ucrania. ¿Cómo ha afectado este turbulento periodo a los consumidores?

El mayor impacto de la pandemia fue el de reconectar a la gente con la comida de una manera en la que no lo habían estado desde el final de la Segunda Guerra Mundial, por lo menos en el mundo occidental. La gente ha descubierto que le pueden quitar un amplio abanico de cosas, pero no la comida, su disfrute, su herencia social y el estilo de vida, pero, igualmente, su aporte de salud. El sistema alimentario sale como ganador destacado de la pandemia. La gente está más sintonizada con lo que pueden hacer para aportar a sus familias y a ellos mismos una mejor calidad de vida con la comida. Los retos que afrontamos, con las dificultades creadas por el incremento de costes derivado de la pérdida de Ucrania como pieza clave en el sistema global y la subida de los fertilizantes y de la energía por haber excluido a Rusia, así como las consecuencias económicas de la pandemia, llegan en un momento en el que la gente quiere mejor comida, pero le resulta complicado pagarla. El precio predominará en el corto plazo en la mente del consumidor frente a los alimentos de mayor valor añadido.

¿Ha mostrado un conflicto como el de Ucrania las desventajas de la globalización?, ¿cómo están reaccionando los estados?

Los gobiernos se han visto superados por la falta de resiliencia de la cadena alimentaria. Todos hemos visto baldas vacías en los supermercados. En consecuencia, estamos viendo un esfuerzo en garantizar el suministro en los mercados internos para mostrar mayor resiliencia en caso de crisis. Es un gran cambio respecto a la situación anterior, en la que muchos gobiernos habían dejado fuera de su radar como aspecto clave la seguridad alimentaria. Ahora vuelve al top 5 de sus preocupaciones porque hay un aumento significativo en la población que no puede costear la comida que necesita, lo que conlleva un alza en la tasa de malnutrición.

¿Hacia dónde se deben enfocar los esfuerzos del sistema agroalimentario?

He estado implicado en un proyecto en Nueva Zelanda enfocado en repensar el propósito de nuestro sistema alimentario. La conclusión es que se trata de garantizar la sostenibilidad: del planeta, de la población, de la agricultura y de nuestras comunidades. Con el equilibrio entre estos elementos, llegaremos a un mejor sistema para la sociedad.

Esta visión, ¿tiene un sesgo occidental o es compartida en los países en desarrollo?

Se está extendiendo. Si miramos las cifras de la ONU, hay más de 800 millones de personas con problemas a diario para acceder a la comida que necesita. Esta desigualdad se ha puesto más de manifiesto tras la pandemia. Aspectos como la falta de acceso a las medicinas, a la educación o a la comida han dejado de verse como asuntos que deben resolver los gobiernos. La pandemia ha conseguido que seamos conscientes de que no podemos ignorar más estos asuntos. Los consumidores están planteando a las compañías preguntas relacionadas con cómo van a contribuir a ser parte de la solución a estos retos. Si no son capaces de demostrar que son realmente parte de la solución, los consumidores asumirán que son el problema. Por eso, gobiernos y compañías están planteándose de forma mucho más cuidadosa qué pueden hacer para aumentar la resiliencia y la igualdad alimentaria. Muchas compañías están rediseñando sus modelos de negocio para atender a estas demandas y aportar más productos a precios asequibles. Hemos visto un gran cambio en la forma de funcionar del mercado que se va a acelerar en los próximos 10 o 20 años.

¿Cuáles serán las tendencias del futuro en alimentación: proteínas de insectos, carnes cultivadas e impresas...?

Son parte de un futuro marcado por tres componentes. En primer lugar, una moderna agricultura de susbsistencia que permitirá a las comunidades producir los alimentos de consumo propio y ser más resilientes. Esto implica la extensión del uso de tecnologías ya disponibles a las granjas familiares. En segundo lugar, una agricultura regenerativa moderna que consiste en trabajar de manera tradicional, pero usando tecnologías disponibles para conseguir productos de alto valor añadido para esos consumidores de mayor poder adquisitivo. Aquí entran en juego variables como la huella climática, el impacto sobre la biodiversidad, el aspecto social, el cuidado de los trabajadores y todo lo que implica construir un verdadero sistema de agricultura regenerativa. Y en tercer lugar, está esa masiva población entre los dos extremos y a la que hay que alimentar desde dos premisas: accesibilidad y unos valores nutricionales para funcionar de manera efectiva. Para cumplir estos requisitos tenemos que usar las nuevas técnicas: desde la fermentación de precisión a la carne cultivada o las proteínas alternativas. Sin ellas, no seremos capaces de proporcionar la escala necesaria de comida a esa población de manera económica y fiable. Las compañías no deben verlas como una amenaza, sino como una oportunidad para integrarlas en sus procesos tradicionales.

¿Se pueden considerar algunas de estas alternativas alimentos ultraprocesados?

Si analizas algunos de los productos más exitosos de esta nueva generación de alimentos, descubres que están muy procesados, como determinadas hamburguesas de proteína vegetal que incluso incluyen organismos genéticamente modificados. Los consumidores que tradicionalmente han huido de los OGM se han lanzado a consumirlos por sus reclamos medioambientales o de bienestar animal. A todos nos gustaría comer solo alimentos naturales, pero la realidad es que nuestro sistema no va a ser capaz de proveerlos a todo el mundo. Debemos trabajar para conseguir alimentos que al ser procesados mantengan sus valores nutricionales y que persigan propósitos como reducir el uso de agua o aportar salud.

¿Se mantendrá el veganismo como una opción minoritaria frente al crecimiento del público flexitariano?

Sí. Estamos viendo cómo la gente toma decisiones mucho más conscientes en lo que respecta a su salud, a la del medioambiente y al precio. Las dietas saludables están evolucionando entre quienes pueden elegir y veremos cómo, poco a poco, aumentan los que incluyen menos productos de origen animal. Pero el verdadero reto occidental está en que comemos mucho más de lo que necesitamos. Si queremos resolver el reto de la alimentación del futuro, la mejor manera es reentrenar nuestros cuerpos para consumir los alimentos que necesitan y no el doble.

¿Estamos preparados para dejar de comer productos fuera de temporada y exóticos?

Una pregunta compleja para alguien de Nueva Zelanda. Vamos a un sistema en el que, si vas a producir en un lugar remoto para después distribuir a todo el mundo, vas a necesitar tener una muy buena historia detrás y evidencias para dar sentido al modelo de negocio. Estamos viendo como el sistema es cada vez más susceptible al cambio climático y cómo cada vez más gente se plantea el sentido de mantener la agricultura al aire libre frente a otros modelos, como el del cultivo en interior, donde se desconecta la necesidad de cultivar en determinadas zonas para hacerlo donde se encuentra el consumidor. Un ejemplo es el cultivo de kiwi en mi país. Se concentra en una zona que en los últimos seis meses ha sufrido inundaciones y un ciclón, lo que ha impactado en nuestra capacidad para proveer al mercado global. Pero la realidad es que con sistemas verticales de cultivo podremos producir en un futuro no muy lejano en recintos cerrados en las afueras de Madrid, por ejemplo.

¿Cuáles son los grandes cambios derivados del cambio climático en la industria?

Aún no estamos presenciando los cambios que llegarán en este sentido. El cambio fundamental está aún por llegar y se dirigirá a esa agricultura en interior y al desarrollo de tecnología para darle soporte a los cultivos verticales. En un país como España, donde la disponibilidad de agua para la producción de frutas y verduras es un gran problema, las autoridades hacen restricciones a su uso desde la asunción de que algún día volverá, cuando la realidad del cambio climático nos indica que no volverá. Es momento de pensar en cambios más permanentes y que la conversación se dirija hacia cómo cambiar la agricultura desde el modelo de nuestros padres hacia otro resistente al cambio climático. Y, además, pensar en cómo hacerlo de manera que sea equitativo para el agricultor y que refleje la cultura de las comunidades locales. Existen grandes vínculos entre los pueblos indígenas y la producción de alimentos. Esto va a ser un verdadero reto en el sector pesquero; encontrar la manera de apoyarles para que cambien su modo de vida y se dediquen a otras actividades.

¿Veremos desaparecer el olivar en España?

Es una posibilidad si deja de llover. Además, se está invirtiendo mucho en este cultivo en otras partes del mundo como California, donde el clima ahora se asemeja más al que se daba en del olivar andaluz hace décadas. En muchas partes del mundo estamos viendo casos similares donde cultivos tradicionales dejarán de ser como se han conocido hasta ahora. Es mejor empezar a planear los escenarios del futuro que esperar a que las cosas vuelvan a ser como antes porque las evidencias nos muestran que no volveremos a esa normalidad que conocimos. La falta de agua es inherente a la cultura española, pero la disrupción que nos llega ahora es que estamos perdiendo nuestra identidad y eso es un reto muy importante no solo en España, sino en todo el mundo.

¿Qué posición ocupa España en desarrollo de tecnología agroalimentaria?

Aún no se habla de España al mismo nivel de Israel o Países Bajos, que son líderes en innovación en foodtech. O Singapur, pioneros en haber realizado una verdadera disrupción de su sistema alimentario, con el reto de cubrir en 2030 el 30% de sus necesidades de abastecimiento con la producción local en una isla de las mismas dimensiones que Madrid, con una población de 6 millones de personas y sin superficie de cultivo. La innovación que surja de este desafío marcará el camino de la agricultura en el futuro. Cuando miro a Europa, me surge la duda de si la estructura de su industria alimentaria es la necesaria para ser líder en innovación. En países como Italia, Francia o España existe una cultura cooperativista muy fuerte y es algo que podría ser un verdadero motor de innovación. Habrá un componente de la industria europea que mantendrá su posición como proveedor de productos de alto valor para la exportación, pero seguirá teniendo que alimentar a cerca de 750 millones de personas. Europa tendrá que cambiar algunos de sus modelos tradicionales de producción para mejorar la calidad nutricional y garantizar el abastecimiento.

¿Qué deberes les pondría a la administración y a los actores de la industria?

La principal tarea consiste en tomarse el tiempo necesario para mirar más allá de la puerta de su fábrica y observar lo que está pasando en el sistema alimentario global y las oportunidades que ofrece. Este sistema será el aspecto más excitante de la economía global en los próximos 20 años porque está inmerso en un proceso que nos permitirá saltar, no de una digitalización 1.0 a una 1.1, sino a una versión 4.0 en poco tiempo. El sistema sufrirá un cambio dramático por la digitalización, la bioingeniería y los nuevos sistemas de automatización, y por las posibilidades que ofrecen hoy para mezclar todos estos avances.