Carlos Bueno

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Los economistas Javier Andrés y Rafael Doménech analizan el impacto de la tecnología en la economía en su nuevo libro sobre ‘La era de la disrupción digital’

La crisis del Covid-19 está evidenciando el inmenso papel que la tecnología tiene en la sociedad actual. Gracias a ella, muchos profesionales pueden seguir trabajando, también gracias a ella el confinamiento obligatorio en las casas se ha visto aliviado por las videollamadas con nuestros seres queridos, también por una amplia oferta de ocio a través de Internet y plataformas de contenidos en streaming, etc. En el campo de la salud, también la telemedicina está evitando que las urgencias y los hospitales se colapsen aún más. Los beneficios de esta creciente transformación digital son evidentes y alcanzan todos los rincones. Justo antes de que la epidemia se convirtiera en pandemia, llegaba a nuestras manos el último libro de los economistas Javier Andrés y Rafael Doménech, La era de la disrupción digital. En sus más de 300 páginas se han propuesto analizar “cómo afectará la revolución digital al bienestar individual y social, quiénes ganan o pierden con estos cambios tecnológicos, y qué estrategias de política económica -entendida en un sentido amplio- pueden reducir los costes de este proceso de cambio haciendo que sus frutos alcancen al conjunto de la sociedad de forma equitativa”.

Mucho se ha hablado de si el crecimiento económico que los gigantes tecnológicos están protagonizando está siendo acompañado de las adecuadas políticas de distribución de la riqueza. Para estos dos catedráticos de la Universidad de Valencia, son muchos los retos a los que hay que enfrentarse. Leemos en sus páginas que “somos testigos privilegiados de una nueva ola de progreso tecnológico que, como las anteriores, tiene el potencial de transformar profundamente el modo en que producimos los bienes y servicios que consumimos, las ocupaciones laborales o el ocio que disfrutamos”. “Y lo somos porque a diferencia de nuestros antepasados -inclusive los más cercanos-, no tenemos que esperar mucho tiempo para ver cómo los prototipos que se desarrollan en las fábricas, departamentos de investigación o laboratorios llegan a nuestras manos y cambian nuestro modo de vida, la forma en la que nos relacionamos y cómo organizamos nuestra sociedad”, añaden.

Los cambios de modelo tampoco es algo que nos coja de nuevas. En este sentido, Andrés y Doménech recuerdan cómo la conexión entre progreso técnico y globalización no es reciente. “Las innovaciones han permitido a la humanidad viajar más lejos y más rápido, sobre todo en los dos últimos siglos, abaratando los costes de transporte e impulsando el comercio entre países”. También recuerdan cómo “el comercio ha permitido difundir ideas y conocimientos y ha favorecido que los países y regiones pudieran especializarse en aquellas actividades en las que disfrutaban de una ventaja comparativa”. En este punto, hablan del fenómeno de la deslocalización de la producción de bienes primarios o de manufacturas a otras economías, principalmente emergentes.

Entre las características de esta cuarta revolución industrial, destacan la proliferación de nuevos servicios. Añaden que “la globalización incentiva y hace rentables nuevos procesos de transformación digital”. En estos días convulsos y de reflexiones aceleradas, algunas voces han alertado sobre cómo esta pandemia podría provocar un proceso de desglobalización, que aún está por ver. En este análisis previo al coronavirus -que confiemos sea un parón económico de solo unos meses- Andrés y Doménech hablan de cómo esta explosión tecnológica en los dos últimos siglos, desde la primera revolución industrial, “ha venido acompañada de un proceso continuo de destrucción creativa, por el cual se han transformado o incluso han desaparecido muchas ocupaciones y se han creado otras nuevas”. Se muestran confiados, ayudados por la evidencia, en que la capacidad del progreso técnico para crear empleos se mantenga “por encima de su capacidad de sustitución de puestos de trabajo”.

“Lo que nos depare la revolución digital en el futuro dependerá de la capacidad de nuestras sociedades para moldearla y gestionar adecuadamente los cambios, de manera que el crecimiento económico permita dar satisfacción a las nuevas necesidades individuales y colectivas. El análisis de cómo hemos llegado hasta el presente sugiere que es muy probable que unas sociedades lo hagan mejor que otras, y consigan dar forma a un progreso en el que la equidad y eficiencia se retroalimentan entre sí. Para lograrlo hay que apostar por las nuevas tecnologías, y hacerlo con una finalidad inclusiva que permita a nuestras sociedades generar más riqueza y distribuirla mejor, progresar socialmente y aprovechar el enorme potencial que ofrece la revolución digital”, concluyen.