José Antonio Carrillo Morente

‘Englishman in New York’

Suelo recurrir a menudo al término servidor público, pero quizás no se le reconozca, por lo general, la trascendencia que tiene. Servidor es quien sirve a otros, que son los demás, un término que el adjetivo público, se concreta en la ciudadanía. Así pues, servidor público es aquel que ha de servir y ser útil a la ciudadanía y, por lo tanto, se debe a ella y a sus necesidades.

Hay diversas formas de ser servidor público. Las que se encuadran dentro de las Administraciones públicas, tienen la máxima de hacerlo bajo el dictado de la Ley y, por lo general se dividen en dos grandes grupos: los empleados públicos y los responsables políticos, pudiendo dividirse este segundo grupo además entre cargos electos y no electos.

Créanme que para mí es una gran satisfacción (aparte de haber desarrollado parte de mi actividad profesional en el sector privado) haber sido y ser, sobre todo, un servidor público (uno más), y además haberlo sido en las tres modalidades referidas.

Cada una de estas manifestaciones de servicio público tiene sus propias y diferenciadas características, fines y responsabilidades, pero es, sin duda, la del responsable político electo la que, a mi juicio, contiene un contacto y, por lo tanto, una exigencia más directa con la ciudadanía, sobre todo si la elección es directa, algo que sucede fundamentalmente en el ámbito municipal, en el cual se aúnan intensamente la cercanía y la inmediatez como paradigma de las relaciones entre el responsable político y la ciudadanía.

De hecho, es opinión compartida por muchos (de nosotros) la de que, antes de alcanzar cualquier cargo no electo, todo responsable político debiera haber desarrollado su labor en un ayuntamiento como escuela en la que aprehender conocimientos básicos, principios, necesidades y valores que luego poder trasladar a otros ejercicios públicos y, por qué no, también privados.

A mí esta oportunidad me llegó en un lugar que no era el mío, Talavera de la Reina, y, como pueden imaginarse, no fue buscada, sino que sucedió gracias a la confianza de varias personas, principalmente de la que hoy es su alcaldesa. “Mi extranjería” sin duda habría llevado a muchos, quizás también en un principio a mí, a declinar esta nueva y añadida responsabilidad alegando múltiples cuestiones como el desconocimiento del medio, la falta de vinculación con su entorno o, sin más, bajo la simple premisa de “¿qué hago yo aquí?”. Todas estas cuestiones contenían, al menos en principio, un buen argumento tanto desde posiciones propias como desde las de cualquier tercero.

En el plano interno la cuestión se resolvió pronto bajo una doble premisa: una, la de que si es difícil en esta vida ganarse la confianza de los demás y que, cuando esto se logra y se manifiesta, se debe ser responsable y agradecido con gestos tan generosos y enriquecedores; y dos, la faceta de servidor público que uno lleva ejerciendo años hacía irrenunciable un reto tal en pos de una ciudad tan importante y representativa en lo que es mi tierra, mi región, toda ella.

Desde el punto de vista externo para algunos fue, y quizás aún lo sea, más difícilmente, sino entendible, sí asimilable. Pasar del dicho de que nadie es profeta en su tierra para irse a otra a intentar coadyuvar en pos de su mejora es complejo para mentes limitadas o que simplemente no entienden la política como una vocación de servicio.

Por otro lado, a cualquiera llena de inquietud la acogida en un nuevo lugar, así como las expectativas y decepciones que pueda levantar en él por parte de sus gentes, tan diversas y plurales. Lo que es seguro es que cabía esperar de todo, bueno, malo y hasta regular, más si uno se mueve en entornos naturalmente hostiles como es el político.

Ya transcurrido un año y medio del inicio de esta andadura y, en lo que importa, que es el plano interno, por un lado, y, por otro, el de aquellos a los que uno ha de ser útil, queda esfuerzo y satisfacción. El primero es evidente cuando alguien se impone una responsabilidad más y desea llevarla a un punto, cuando menos, adecuado (alguien dijo un día: no pretendas cambiar el mundo, trata de dejarlo un poco mejor).

El segundo, cualquiera lo reconduciría al trabajo desarrollado y a los frutos alcanzados, pero déjenme plasmarlo mejor en cada una de las distintas personas que he hallado en este lugar.

Cada uno se dice del lugar donde nace, pero como los lugares los hacen las personas sería indigno no reconocer la acogida y el afecto recibido en Talavera, más cuando esto se denota en tan distintos ámbitos y con gente tan diversa (políticos, técnicos, funcionarios, etc.).

La realidad es que he encontrado con una ciudad hermosa, amable y acogedora; una ciudad que, por medio de sus habitantes, cada día enseña cosas nuevas, que tiene plazas y calles maravillosas en las que perderse y una naturaleza a su alrededor donde Tajo, Jara y Gredos configuran un paisaje inigualable.

Pero sobre todo uno se ha encontrado una ciudad humana, donde las personas son protagonistas y, si bien, como todos, te muestran sus preocupaciones por sus problemas personales y diario (trabajo, desarrollo, economía, etc.) también se preocupan por uno, te acogen como uno más, y te ofrecen lo que tiene, poco o mucho. Son personas sin careta, sin personaje, y que agradecen toda dedicación a la ciudad y a su ilusionante futuro.

De este modo solo queda agradecer y continuar. Pero, si me correspondiese regresar a mi ciudad, no quisiera llevarme únicamente recuerdos sino el sentimiento de haber servido a quienes han confiado en mí y de haber ayudado a mejorar las cosas en un lugar que no era, pero hoy ya lo es, también mi hogar.