La industria alimentaria española necesita ganar tamaño

La industria alimentaria española es, sin duda, uno de los grandes motores de nuestra economía. Sobran las pruebas sobre su capacidad de resiliencia y trabajo bien hecho, como se demostró durante la pandemia. El crecimiento de las exportaciones y del superávit comercial en los últimos años son, además, una prueba evidente de que las cosas se están haciendo bien y de que la gestión ejemplar de nuestras empresas funciona. Sus productos son admirados en el mundo y el potencial de crecimiento, además, es muy grande. Y, sin embargo, hay un problema evidente: la falta de tamaño para poder competir en igualdad de condiciones en los mercados internacionales.

Tenemos grandes empresas energéticas, como Repsol o Iberdrola; operadores de telecomunicaciones, como Telefónica; bancos, como Santander o BBVA e, incluso, al líder del comercio textil, Inditex. Y, sin embargo, y a pesar de la importancia vital del sector alimentario, de su carácter estratégico para nuestra economía, nos faltan grandes referentes alimentarios. Existen grandes empresas de distribución, como Mercadona, que se acerca ya a los 100.000 trabajadores entre España y Portugal, pero no tenemos grandes grupos industriales.

Ninguna empresa española figura entre las 50 grandes a nivel mundial y solo 49 de ellas tienen más de mil asalariados, según el último informe sobre el sector elaborado por la Federación de Industrias de Alimentación y Bebidas (Fiab). El año pasado el número de empresas de gran tamaño se ha incrementado un 11,4%, con cinco nuevas compañías, pero aun así, según admite Mauricio García de Quevedo, director general de la patronal alimentaria, “seguimos teniendo un problema de dimensión porque el 95% de nuestras empresas siguen siendo pymes”. De hecho, el 78,8% de la actividad generada por la industria alimentaria la siguen generando empresas de menos de 10 asalariados y su escaso tamaño resta no solo capacidad para afrontar aumentos de costes como los que hemos vivido en el último año y medio, sino también potencial para exportar y crecer fuera de España.

Como explica García de Quevedo, la decisión de llevar a cabo procesos de compraventa o fusión corresponde a los propietarios de las empresas, y muchas de ellas tienen un carácter familiar. Aunque respetando, lógicamente, la legislación en materia de defensa de la competencia, sería muy importante que desde las Administraciones se facilitaran también los procesos de concentración con los incentivos fiscales necesarios. Ha pasado ya con las cooperativas y sería bueno que pasará con el resto de empresas alimentarias.