Las soluciones tras los incendios forestales: bien conocidas, pero poco practicadas

El año 2022 se ha destacado muy notoriamente en la serie estadística de incendios, tanto de ámbito nacional como autonómico, con valores récord en el número de incendios mayores de 15.000 hectáreas y en la superficie media quemada por gran incendio forestal.

La gestión de las áreas que han sufrido el azote del fuego durante este trágico año debe ir necesariamente de la mano de la adaptación al cambio climático. Esto supone el despliegue de una serie de técnicas que mejoren, no solo la recuperación temprana de las áreas calcinadas, sino también la capacidad de los bosques remanentes para hacer frente a las condiciones futuras que acucian el problema de los incendios forestales. En este artículo enumeramos estas acciones básicas desde un punto de vista cronológico, empezando por las más urgentes tras el fuego y terminando por aquellas de más largo plazo y que afectan también a los bosques que, esta vez, se han salvado del incendio.

En un primer momento, justo en los meses otoñales en los que nos encontramos, la salvaguarda del suelo desnudo y desprotegido de la acción erosiva de las lluvias torrenciales es la acción más urgente. Ello supone la realización de fajinas, albarradas y pequeñas hidrotecnias estratégicamente ubicadas en las zonas más sensibles a la erosión. Son obras forestales de pequeña envergadura que implican el uso de los restos quemados y otros materiales locales y que pueden llegar a ser muy efectivas en el control de las aguas de escorrentía.

Transcurridos los 2-3 primeros años tras el incendio, una de las acciones más oportunas es desarrollar y monitorear actuaciones de restauración forestal que consideren el nuevo contexto climático y por tanto mejoren la capacidad del nuevo bosque para adaptarse a la aridificación ya en curso. Debe mejorarse la capacidad de respuesta de los árboles futuros incorporando poblaciones y variedades mejor adaptadas al cambio climático. Ello obliga a disponer de mapas de idoneidad del hábitat por especie y de herramientas (por ejemplo, mediante teledetección) que permitan detectar zonas con mayores problemas de estrés hídrico, que son las que predisponen primero a sequías y con ello a incendios de elevada severidad.

En numerosas ocasiones la repoblación forestal o forestación no será necesaria en buena parte del área afectada, dada la elevada capacidad regenerativa del bosque mediterráneo. En estos casos lo que será necesario es gestionar la regeneración post-incendio (especialmente en pinares de pino carrasco) para acelerar su madurez de cara a una mejor respuesta frente a nuevos incendios.

En las masas artificiales provenientes de pasadas repoblaciones o simplemente más avanzadas en madurez y con elevadas densidades, son precisos tratamientos silvícolas que reduzcan la competencia y la carga de combustible, mejoren su vitalidad y reduzcan los efectos a una menor disponibilidad de agua para las plantas. Igualmente, es preciso desarrollar y monitorear tratamientos para mejorar la heterogeneidad y diversidad del bosque a escalas amplias (fragmentación del paisaje), que aumenten la diversidad de las respuestas a los incendios y otras perturbaciones que se están haciendo más intensas y frecuentes.

Todas estas acciones deben ir necesariamente acompañadas de programas y planes de monitoreo para evaluar el éxito e impacto de los proyectos y que permitan transferir el conocimiento y los casos de éxito a los principales actores. Las técnicas mencionadas han sido ampliamente respaldadas por evidencias técnicas y científicas tanto recientes como pasadas.

En numerosas ocasiones no se aplican de forma extensiva por falta de presupuestos, pero también por la ausencia de sitios demostrativos que permitan a todos los actores implicados conocer los efectos positivos de estas medidas en lo relativo a la mejora de la vitalidad y estabilidad de los árboles, la reducción de la vulnerabilidad a los incendios forestales, el éxito de la regeneración natural y/o artificial, el aumento de la diversidad florística y estructural y el equilibrio hidrológico del ecosistema.

El proyecto Life Adapt-Aleppo (LIFE20 CCA/ES/001809, 2021-2025) es un buen ejemplo del desarrollo de estas actuaciones, pues persigue mejorar la gestión y la conservación a largo plazo del hábitat del pino carrasco en el sur de Europa. Para ello se implantarán más de 40 parcelas demostrativas (más de 100 hectáreas) en el contexto geográfico delimitado por las regiones de Murcia, Castilla-La Mancha, Cataluña, Aragón y la Comunidad Valenciana, áreas con una incidencia de incendios forestales muy alta. El proyecto incluye universidades, gobiernos regionales y empresas y pretende generar modelos o directrices de gestión forestal adaptativa para las masas forestales ibéricas de Pinus halepensis.

En una conferencia internacional reciente mantenida en Viena sobre el rol de los bosques en un mundo volátil se ha puesto de manifiesto la necesaria transición de la lógica actual, excesivamente centrada en la protección y restricción al uso de los recursos forestales, hacia una lógica donde las sociedades y comunidades humanas ocupen el centro de las acciones que afectan a los bosques y su sostenibilidad futura.

Los usos tradicionales y la gestión forestal adaptativa son grandes aliados en la prevención y recuperación post-incendio. Sin embargo, es preciso para articular este cambio de paradigma que el nivel de conocimiento científico, junto a otras medidas de sensibilización tales como la participación de grupos de interés y la implicación en las decisiones de gestión, se traslade a los actores implicados y al público en general.