¿Cómo gestionar el corto plazo para existir en el largo?

Cuando ya pensábamos todos que estábamos bajando la última ola del tsunami Covid, y pasando página de esta pesadilla, aparece una nueva. Ya estábamos guardando mascarillas, preparando viajes, y con ganas de celebrar el fin del invierno para lanzarnos a afrontar un 2K22 lleno de ilusiones. La realidad se vuelve a imponer a la más inverosímil de las películas que se estrenan en Netflix, Amazon Prime o HBO. Lo que vemos en los telediarios, oímos en la radio, vemos en las RRSS no es una película, es pura realidad. La guerra en Europa, a tres horas en avión desde España, amenaza de nuevo nuestra tranquilidad, nuestra vida y nuestras empresas.

De nuevo, vuelta de tuerca a los precios y por tanto, a la inflación que bate récords, a la escasez de recursos, cuando ya no por chips & ships es por trigo y cebada, o aceite de girasol, etc. Y ahora, ¿qué? Pues la respuesta es sencilla: seguir pedaleando con la mayor de las sonrisas posibles, aprendiendo a disfrutar para hacer las cosas cada vez mejor y a una velocidad de vértigo. Esta es nuestra realidad, nuestra historia vivida en primera persona. La que pensábamos que sólo se estudiaba en el colegio. Ahora es la que nos toca vivir y como hicieron nuestros abuelos, es momento de luchar por lo que creemos y por dejar el mundo mejor de como nos lo dieron, aunque en ocasiones parezca imposible.

Vamos a seguir viviendo en un entorno lleno de giros y cambios inesperados, de frecuencia cada vez más corta, por lo que sólo tendiendo un propósito firme, una visión de quienes queremos ser a largo plazo, tener claro para qué servimos, para a partir de ahí desplegar los mejores métodos de gestión para dejar nuestra mejor huella medioambiental, social y económica (Planes E, S&G, RSC, ODS). Servimos a un cliente cambiante, esquizofrénico, volátil y cortoplacista, más sensible al precio y que busca interaccionar a través de cualquier canal en cualquier momento según sus necesidades. Aprender a trabajar la omnicanalidad se convierte en una máxima en la relación con el mercado.

Y por si no fuese poco complejo vender, hay que poder comprar en un mercado de materias primas en alza, con fuentes de suministro inestables y poco fiables, que complican nuestros niveles de servicio y cumplimientos de compromisos a la vez que nos fuerzan a subir los precios en menor medida de los que sufrimos. Se reducen los márgenes, y seguramente el consumo, impactando progresivamente en la tesorería de la empresa y dejándola más débil a cada vuelta de tuerca. Readecuar la estructura y controlar la caja vuelven a ser mandamientos de gestión en épocas de guerra como las que vivimos.

Este ajuste de los márgenes y el desarrollo de la omnicanalidad está llevando a la desaparición de intermediarios en la cadena de valor. Sólo puedes existir si aportas de verdad, si sirves de verdad. No hay espacio para los mediocres, y ser eficientes en la gestión de los recursos escasos es una condición sine qua non de supervivencia, pero ya no suficiente.

Y esta misma realidad se impone en las organizaciones, romper silos, romper barreras internas de comunicación para acelerar la coordinación trasversal de la misma, replanteamiento permanente de las necesidades de cada área para engranarse a los cambios tanto de aprovisionamiento como de venta. Sin duda, esto sigue forzando a disponer de cadenas de suministro cada vez más versátiles y adaptables.

La reingeniería de los procesos vuelve a estar de moda, ante un nuevo entorno, cómo hacíamos las cosas deja de tener sentido. Se vuelve imperativo digitalizar al máximo para optimizar y disponer de información de gestión en tiempo real. Desplegar una cultura del dato se convierte ya en una obligación. Datos ordenados, únicos, estructurados, sincronizados y presentados amigablemente para que permita a las personas una mejor toma de decisiones.

Datos que permitan medir mejor las inversiones, con exigencias de retorno cada vez más cortas y por tanto que nos obligan a tener claro en qué parte de la cadena está el valor diferencial que generamos, donde tenga sentido que focalicemos cada vez más nuestros recursos, optimizando y eliminando todo lo demás.

Porque da igual el sector, porque estas crisis nos afectan a todos y la diferencia está en las personas que toman decisiones, que se enfrentan a los hechos respaldados con datos veraces y son capaces de implantar las acciones pertinentes en el menor tiempo posible, para ir corrigiendo progresivamente a través de una cultura de gestión ágil. Estamos obligados a aplanar las organizaciones, a hacerlas más humanas, con nuevos modelos de liderazgo y de relaciones basadas en la confianza y no en el control permanente. Donde el talento es capaz de alinear su propósito individual con el empresarial, donde el trabajo del día a día cobra sentido con los objetivos compartidos de ambos. Donde el verdadero talento no se tiene que preocupar por su empleo y sólo el que no se adapta lo percibe como una cultura cruel. Subir el pico del 2K22 no es para cualquiera, sólo para los mejores.

Y de forma natural, gestionando de este modo, mejoraremos nuestra posición competitiva, ganaremos distancia respecto a nuestra competencia, ganando tamaño como resultado de aprovechar las oportunidades más rápidamente que los demás y/o sufriendo menos que ellos. Un tamaño también orientado a diversificar nuestra presencia a nivel internacional, tanto en aprovisionamiento como en comercialización, sólo de este modo podemos tener una capacidad real de encontrar a la velocidad requerida tanto materia prima, como mercados en los que generar económicas de escala.

Innovar permanentemente en las formas de hacer, transformar los negocios a velocidades cada vez más rápidas. Agilidad y resiliencia como mantras de gestión para construir un modelo de gestión que afronte los retos del corto plazo para construir un proyecto sostenible en el largo, disfrutando además del camino. Verdaderamente sólo apto para los mejores. ¡Buen viaje!