La fiebre de ‘superalimentos’ planta nuevas frutas y resucita cultivos

La fiebre por la alimentación saludable y el auge de productos como el aguacate ha hecho que su producción se multiplique por 18 o que se haya empezado a plantar kiwi por su mayor rentabilidad. A ellas se suma la revalorización de variedades de toda la vida, como el almendro, la chufa o la algarroba

Los nuevos hábitos de consumo, como la fiebre por los superalimentos más saludables o el uso de alternativas vegetales para veganos, ya tiene sus efectos en el campo valenciano. Como ocurrió con los cítricos, la búsqueda de la rentabilidad está llevando a la irrupción de plantas de otras latitudes, como las frutas tropicales de mayor precio, pero también favorece a cultivos autóctonos en riesgo de convertirse en residuales.

La búsqueda de alternativas a los monocultivos tradicionales de una zona vivió un punto de inflexión en Valencia con el fenómeno de los kakis. Una fruta tradicional en la comarca de La Ribera que a principios de este siglo se disparó por su alta rentabilidad, algo que provocó que durante varios años se plantaran más de dos millones de árboles al año. Según fuentes del sector, la entrada en producción de golpe hizo que esta creciera más que el mercado y provocara un freno en el precio. Este fue uno de los motivos que llevó a Anecoop, la mayor cooperativa agroalimentaria valenciana que a su vez aglutina a más de 70 cooperativas productoras en toda España, a buscar nuevas variedades que permitieran diversificar sin agotar ese crecimiento.

Así, además de recuperar variedades de cítricos empezó con el albaricoque, una fruta que existía en la región, pero que prácticamente había desaparecido por la proliferación del virus de la sharka. En este caso de nuevo el éxito volvió a provocar un parón, aunque desde entonces también se ha apostado por variedades más especiales. En los últimos años los esfuerzos se han centrado en variedades no autóctonas y más exóticas, como el kiwi o el aguacate.

En el caso del kiwi, ya hace más de tres décadas hubo un primer intento de introducción, pero la competencia italiana donde se extendió más rápidamente y un par de malas campañas frenaron su desarrollo en la Comunitat Valenciana. Hace unos años la fruta de Nueva Zelanda resurge por la unión de varios factores, entre ellos los traumáticos efectos de una bacteria en las plantas en Italia. Eso supuso una nueva oportunidad, en la que además desde Anecoop se aprovechó para buscar variedades, como una licenciada de kiwi amarillo, y dar formación a partir de la experiencia en Italia y Galicia, la autonomía donde más se planta.

Según las estadísticas oficiales de la Conselleria de Agricultura, en 2010 la superficie plantada y la producción de kiwi en la región era nula. En 2015 pasó a suponer 114 hectáreas con 2.740 toneladas de producción. Desde entonces la superficie cultivada ha seguido creciendo, pero de forma más moderada hasta 164 hectáreas. “Una de las características del kiwi es que son plantaciones caras, exigen una malla y tapar los campos, y eso hace que muchos agricultores esperen a ver cómo funcionan los campos iniciales. Están funcionando bien y hay productores de otras regiones que ven que aquí se puede cultivar fruta de calidad, aunque su dimensión no será muy grande por la inversión inicial que se requiere”.

Precisamente la falta de esa barrera de la inversión inicial es la que está fomentando la extensión de otro de las frutas tropicales más de moda en Europa, el aguacate. Su fuerte demanda disparó la producción en Málaga, la zona de España junto a Canarias con climatología más apta, pero la falta de suelo allí ha llevado a extenderlo a otras regiones costeras con buen clima y agua, así ha llegado a Valencia e incluso Castellón, donde además de nuevas plantaciones también se están plantando intercalados con naranjos para ver hasta que punto pueden aguantar.

Así el aguacate ha pasado de ser un cultivo que hace diez años era residual, con apenas 81 hectáreas registradas y una producción de 528 toneladas en Comunitat Valenciana, a extenderse rápidamente. En la última década su superficie se ha multiplicado por 18, hasta cerca de 1.500 hectáreas, con más de 4.600 toneladas de esta fruta producida. Un crecimiento exponencial que todo augura que se mantendrá en los próximos años. ¿Existe el riesgo que se repita lo ocurrido con el kaki? Según los expertos hay dos diferencias esenciales. El kaki tiene una producción muy alta por superficie, hasta 35 y 40 toneladas por hectárea, mientras le aguacate tiene una producción mucho más limitada, entre 10 y 12 toneladas en el caso valenciano. Pero no sólo eso. El aguacate está en los lineales los 12 meses del año y la temporada en España es entre diciembre y mayo, con lo que además la temporada no coincide con otros competidores como Perú.

En el caso de Anecoop, el último cultivo incipiente en que está estudiando es la pitaya o fruta de dragón, una de las frutas más caras ahora mismo. Por este fruto de un cactus los agricultores ingresan 5 euros por kilo y alcanzan hasta 20 euros el kilo en los comercios.

El resurgir de frutos mediterráneos

Algunos de los cultivos más tradicionales valencianos como el arroz, los cítricos o la chufa no siempre han formado parte del paisaje de esta tierra y llegaron de la mano de los musulmanes, igual que el tomate o la patata cruzaron el charco desde América. Entre los árboles que forman parte del paisaje mediterráneo desde hace milenios, el nuevo furor por los superalimentos ha vuelto a poner en primer plano los almendros y los algarrobos. En el caso de la almendra, la fuerte demanda mundial por ella debido a la demanda de equivalentes vegetales para los lácteos ha elevado sus precios en los últimos años y hecho reverdecer este cultivo tradicional de secano, con nuevas tecnologías como el aporte de agua para aumentar su producción.

El caso de la chufa, la materia prima tradicional de la horchata, también es llamativo. En la última década la superficie cultivada casi se ha doblado, de 339 hectáreas a 649, aunque la cosecha ha aumentado algo menos de un tercio, posiblemente por la apuesta por la producción ecológica.

Por su parte, la algarroba ha visto como de ser un fruto prácticamente desechado ha pasado a convertirse en objeto de deseo y en uno de los productos agrícolas más robados en el campo según denuncian los sindicatos agrarios. En 2015 sus precios que no compensaban su cultivo y la superficie explotada se redujo a la mitad que cinco años antes. Sin embargo, la fuerte demanda por parte de las empresas transformadoras, que transforman su semilla y otras partes en garrofín ha multiplicado sus precios, según explican desde La Unió. Del fruto y la semilla del algarrobo se obtienen espesantes, conservantes y edulcorantes y productos para la industria farmacéutica, todos ellos naturales. Además de volver a valorarse como sucedáneo del chocolate para la repostería o gastronomía.