El campo toma el relevo del azulejo en la fiebre inversora

Fondos de inversión y capital riesgo han encontrado en las empresas vinculadas al sector agroalimentario valenciano los brotes verdes en un año marcado por la pandemia

Sin el campo y la riqueza que ha generado desde el siglo XIX sería difícil de entender la economía valenciana. Los cítricos, el cultivo por excelencia de la Comunitat Valenciana, se mantiene pese a sus crisis casi cíclicas como uno de los grandes puntales de la exportación valenciana al mundo. Una realidad que no ha pasado desapercibida para las firmas de private equity y fondos de inversión, y mucho más en un año en que la pandemia ha revalorizado al sector agroalimentario, que se ha mantenido a salvo de la montaña rusa que han sufrido otras actividades.

En los últimos años, el mayor foco de captación de inversiones en la economía valenciana había sido la industria azulejera, que en ejercicios como 2017 o 2018 llegó a superar los 1.000 millones de euros en operaciones corporativas, incluyendo también las compras por parte de grupos del propio sector. Una muestra de la madurez y en muchos casos también del relevo generacional en una industria que en muchos casos pusieron en marcha hace medio siglo naranjeros que habían hecho fortuna con los cítricos y buscaban diversificar en las baldosas cerámicas.

Ahora en el caso de los grandes inversores parece que el relevo es a la inversa. Tanto en 2019 como en 2020 se han multiplicado las operaciones vinculadas al sector agrícola en la Comunidad Valenciana. Al igual que ocurrió en el caso de la cerámica, para muchas consultoras y firmas de inversión, la atomización existente en el sector agrícola supone una oportunidad para liderar procesos de concentración. No es de extrañar que incluso los propios grupos históricos del sector hayan buscado alianzas con inversores financieros para poder hacer frente a esta fuerte competencia.

Una de las primeras operaciones en esa estrategia fue de uno de los apellidos ilustres del campo castellonense, Martinavarro, con la firma de capital riesgo Miura Capital. En 2017 la citrícola castellonense se unió a la onubense Río Tinto en una alianza apoyada por la firma de capital riesgo y bautizada como Citri&Co. Y desde entonces el proyecto no ha dejado de crecer. En 2018 se sumó la alicantina Perales & Ferrer, especializada en limones. Un año más tarde la que se incorporaba era la murciana frutas Esther, que aportaba su negocio de melocotones, paraguayos, nectarinas y otras frutas de hueso, para ampliar la cartera de productos más allá de los cítricos. El resultado ha sido un gran conglomerado frutícola con un volumen de 500 millones de euros anuales, que produce más de medio millón de toneladas de cítricos y suma 8.000 hectáreas de campos. Y no sólo en España, también en países como Marruecos.

Una estrategia casi paralela es la de la gestora GPF junto a Label Investment, una sociedad controlada por Alexandre Pierron-Darbonne, uno de los principales directivos de la empresa de viveros Planasa. Tras cerrar a principios del año pasado la unión de la valenciana Fruxeresa y de la murciana Frutas Naturales en un conglomerado denominado The Natural Fruit Company, hace apenas unas semanas incorporaba otra pieza: el productor de limones murciano Frugarva.

Otro de los grupos inversores con más experiencia en los cultivos es Atitlan, la firma dirigida por Roberto Centeno, yerno de Juan Roig, y Artiza Rodero. Si sus primeras inversiones se centraron en proveedores de Mercadona, varios de ellos agroalimentarios, una de sus alianzas más longevas fue con el productor de aceite portugués Sovena para invertir en olivares de regadío para asegurar la materia prima. Una experiencia que han trasladado a los almendros y otros frutos secos con Nutlaia. Un ejemplo precisamente de que en un sector tan tradicional como el campo la introducción de nuevos sistemas y tecnología, como el regadío intensivo a cultivos tradicionalmente de secano, puede dar un vuelco a la actividad. La valenciana Atitlan también se ha fijado en los cítricos y ha entrado en la murciana Frutas Romu y se ha aliado con la valenciana Guillem Export para asegurarse los canales internacionales de distribución.

Precisamente la integración vertical de toda la cadena alimentaria es uno de los factores que está marcando la concentración de todo el sector. Grupos como Foodiverse, antigua GAC y fabricante de las ensaladas preparadas de la marca Verdifresh, hoy cuenta con plantas en cuatro países. Y para asegurar el suministro de parte de la materia prima una de sus filiales también posee más de 4.000 hectáreas de cultivo en toda España. Precisamente el grupo ha traspasado el 60% de su división de alimentación infantil, Alnut, al fondo de capital riesgo de De Agostini.

Uno de los últimos fondos en sumarse a esta fiebre ha sido MCH Private Equity. La gestora de capital privado ha entrado a principios de este mes en el accionariado de la castellonense Llusar de la mano de otro de los grandes grupos valencianos de frutas SanLucar Fruit, un gigante especializado en la producción de fruta y verdura en España que exporta a toda Europa un volumen de 400 millones de euros.

También desde el exterior están llegando inversores especializados en el denominado agribusiness, como se define la firma de inversión londinense Sunridge Partners, que acaba de desembarcar en España. La firma ha creado la sociedad Sunridge Citrus Spain con la firma Albenfruit, con más de 50 años de experiencia y que tiene su sede en Algemesí (Valencia), en plena comarca de La Ribera.

Reacción en el mundo agrario

El desembarco de estos nuevos actores en un sector tan tradicional como el agrícola también despierta sus recelos. El propio presidente de una de las grandes asociaciones agrarias valencianas, AVA-Asaja, Cristóbal Aguado, mostraba hace unos días en público su “preocupación” por la llegada de fondos internacionales al capital de las empresas del sector. Para Aguado, que también forma parte del comité ejecutivo de la patronal autonómica CEV, la compra de estas empresas valencianas, fundamentalmente del sector citrícola, puede tener “consecuencias imprevisibles en corto espacio de tiempo” puesto que “tienen una máxima, sacar máxima rentabilidad ellos, los agricultores les importamos un pito”.