Apología de la estadística, ahora que somos ‘trending topic’

No se recuerda tanta atención a las estadísticas siquiera en los momentos álgidos de la crisis financiera. El goteo diario de datos epidemiológicos relacionados con el Covid-19, y de sus terribles consecuencias económicas y sociales, ha destapado a una legión de expertos en estadística -sobre todo, tertulianos-. En efecto, cualquiera discute la puntualidad de los datos, la comparabilidad internacional -y en el caso de España, entre comunidades autónomas-, la relevancia para medir el fenómeno -¿deben darse o no los casos de positivos, sin ofrecer el del número de tests realizados?- y una larga lista de asuntos relacionados.

Los estadísticos profesionales estamos acostumbrados a evaluar la calidad de los datos, que son después analizados por epidemiólogos, sociólogos, economistas, pero también investigadores médicos, astrónomos, naturalistas, psicólogos, o utilizados en complejos modelos matemáticos; algunos, desgraciadamente, de escasa utilidad si no se traducen a los decisores políticos. Así pues, además de analizar los datos, es necesario estudiar los “metadatos” -es decir, la información sobre los datos: definiciones, clasificaciones, periodos de referencia, fórmulas utilizadas, etc.- y que tales metadatos sean publicados junto con los datos.

Ante quienes critican la estadística como una herramienta que ignora las particularidades personales -“un muerto es una desgracia, veinte millones de muertos es una estadística”, decía Stalin-, los organismos internacionales no sabrían identificar buenas prácticas, dar recomendaciones o evaluar las políticas de los países sin estadísticas de calidad, por lo que invierten en su mejora en los países en desarrollo. ¿Pueden considerarse fiables las estadísticas de un país como Bangladesh que, con casi 160 millones de habitantes, una densidad de población 12 veces mayor que la española y unas condiciones de vida muy precarias, sólo declara unos 300 muertos por Covid-19? Se sabe que los países menos avanzados no disponen de buenos sistemas de información -incluyendo en estos los registros administrativos, los sistemas estadísticos y otras mediciones- y este es un ciclo vicioso: con deficientes registros civiles y médicos, no cabe atajar la mortalidad infantil; las crisis alimentarias no pueden afrontarse con datos de producción y precios agrícolas desfasados o incompletos; es complicado gestionar la cobertura social de los desempleados sin cuantificar el trabajo informal; las emisiones de gases de efecto invernadero no pueden controlarse sin adecuados sistemas de medición ambiental. Alguna razón llevaría a Bill Gates a invertir 280 millones de dólares en 2017 en mejorar las estadísticas sanitarias africanas. Las inversiones en mejora de los sistemas de información toman formas muy diversas: la preparación profesional de los estadísticos de esos países, la financiación de operaciones de recogida de datos, la mejora de los sistemas informáticos, la armonización de sus metodologías -sus metadatos- para que sean comparables internacionalmente, entre otras.

La estadística es un bien público en el que hay que, sin duda, invertir. Además, un bien que no se agota: la utilización de datos por un analista no previene que otro los utilice también. La Agenda 2030 -los “objetivos de desarrollo sostenible”- no en vano incluye, dentro del Objetivo 17, ”Revitalizar la Alianza Mundial para el Desarrollo Sostenible”, la meta “De aquí a 2020, [de] mejorar el apoyo a la creación de capacidad [...] para aumentar significativamente la disponibilidad de datos oportunos, fiables y de gran calidad desglosados por ingresos, sexo, edad, raza, origen étnico, estatus migratorio, discapacidad, ubicación geográfica y otras características pertinentes en los contextos nacionales”.

Y además de invertir en las estadísticas propias, es importante hacerlo en las de nuestros vecinos, incluso de los lejanos, ya que sólo la información viaja más deprisa que los virus. Algunas agencias de cooperación internacional como la del Reino Unido (DFID) o la alemana (GIZ), y fundaciones privadas como la “Bill and Melinda Gates”, se han sumado a los fondos de los organismos internacionales. Ni la cooperación española ni las oficinas de estadística de nuestro país (INE e institutos de estadísticas de las CCAA) están presentes en la asistencia técnica a países en desarrollo.

Llenando ese hueco, DevStat trabaja desde Valencia y sobre el terreno con las oficinas de estadística de los países en desarrollo: procesando los datos del primer censo de población en Bosnia y Herzegovina realizado tras la guerra de Yugoslavia, mejorando las estadísticas sociales en el Líbano después de la crisis de los refugiados sirios o trabajando con las oficinas de estadística de la región mediterránea durante la Primavera Árabe; analizando los datos regionales de Ucrania durante la ocupación rusa de Crimea y la proclamada independencia del Donetsk y Luhansk... En todos esos casos mencionados es de esperar que los decisores políticos hayan contado con mejor información, aunque eso ya escapa de las manos de los estadísticos.

En la Comunitat Valenciana, no hemos tenido -afortunadamente- esos conflictos violentos; pero aún recuerdo las deplorables condiciones del Registro de Mortalidad que visité hace muchos años durante mi paso por el extinto Instituto Valenciano de Estadística (IVE) -un triste despacho con desfasados ordenadores en los que dedicados funcionarios codificaban boletines de defunción escritos a mano por el médico-. No estaría de más recordar que los sucesivos gobiernos valencianos primero extinguieron el IVE -en 2012, durante la última legislatura popular- y a pesar de las múltiples críticas posteriores del siguiente Consell (véase la hemeroteca), el actual gobierno ha olvidado restablecerlo. Ahora se critica que los datos lleguen tarde, que no sean comparables...

La estadística se resiente en las crisis, cuando hay muchísimas necesidades que financiar, pero en esos momentos se demuestra la utilidad, la urgencia de tener datos fiables. Quizá el hecho de que las estadísticas se hayan hecho trending topic durante la pandemia lleve a los políticos a basar sus decisiones más en los datos, y a la sociedad a darles la importancia que merecen frente a bulos, comentarios de tertulianos y recortes del gasto público.