Doce meses desde el mayor ataque sufrido nunca por el turismo

El 14 de marzo de 2020 será recordado por todos los españoles por varias generaciones. Fue el día en el que el Gobierno decretó el estado de alarma y el confinamiento de todos los ciudadanos. Una decisión que inició un periodo funesto para la humanidad, con centenares de miles de fallecidos víctimas de un virus, el Covid-19, que aún hoy está descontrolado en la mayoría de países. Aquel día elEconomista lanzaba la Revista Turismo como una plataforma para abundar en la información sobre el que ha sido durante las últimas décadas el principal bastión de la economía española. Este domingo, 14 de marzo de 2021, se cumple el primer aniversario desde que España asumió en primera persona la gravedad de una pandemia sin precedentes en la memoria colectiva y que, vacunación mediante, confiamos en que sea el último.

La economía española ha sido -está siendo- castigada por el virus como ninguna otra. Y en buena parte es debido al peso del turismo, condenado a la parálisis por la clausura de las fronteras, externas e internas. Ningún otro sector se ha visto tan impactado. Las cifras son escalofriantes. En el último año la actividad directa e indirecta, lo que se denomina como el PIB turístico nominal, ha perdido la friolera de cerca de 120.000 millones de euros, equivalentes a una caída que supera holgadamente el 70%. Una pérdida que viene determinada fundamentalmente por la ausencia de turistas internacionales. En 2019, llegaron España casi 84 millones y se gastaron más de 90.000 millones de euros. En el último año -de marzo a marzo- las cifras se reducen en alrededor de 70 millones de visitantes extranjeros y en el entorno de 75.000 millones de gasto. Unos datos que se incrementan sensiblemente con la desplome durante meses de los viajes internos de los españoles.

Todo ello ha degradado al turismo en la economía nacional a un papel secundario, con un peso en el PIB de poco más del 4%, frente al 12,4% que representaba antes de la pandemia. El problema es que España, la España actual al menos, no tiene ninguna industria capaz de asumir ese rol de liderazgo, no sólo en la aportación a la economía, sino, y más aún si cabe, en el empleo.

Desde esta publicación se ha insistido prácticamente en cada número en la necesidad de que, como han hecho muchos países en Europa, desde las Administraciones se proteja a una industria, la turística, que cuenta con el reconocimiento internacional sin parangón en España y que, cabe reiterar, también -o sobre todo- supone un generador de empleo sin igual. El último plan de ayudas anunciado es al menos un paso en la línea que demanda el sector. Unos apoyos que, en cualquier caso, han de regirse por la obligación de la eficacia, desde el punto de vista de que su objeto propicie, a corto, medio o largo plazo, un beneficio para el empleo y para la actividad de la empresa en cuestión y, en consecuencia, para la economía española.