Llega el momento de hacer turismo entre barricas

El enoturismo ofrece la oportunidad de disfrutar de las galas que visten los viñedos estos días con los colores y aromas de la vendimia. Y con el premio de una copa de vino en la mano.

Todos tenemos un amigo que se ha venido arriba como sumiller después de visitar una bodega. El mismo que le intentará convencer de que el vino de Toro que está bebiendo tiene aromas cítricos de bosques australianos. El enoturismo -palabra que aún no recoge la Real Academia en su diccionario- es un fenómeno relativamente nuevo, pero año tras año suma nuevos adeptos. El secreto del éxito es sencillo: personas más o menos interesadas en el mundo del vino que quieren vivir de cerca la experiencia donde empieza todo, en las propias viñas. La visita a la bodega suele acompañarse de una noche de alojamiento en un entorno que invita a quedarse a descubrir sus atractivos culturales y naturales. Y con homenaje gastronómico, por aquello de maridar. Un plan redondo capaz de convencer hasta los que no saben diferenciar un blanco de un verdejo.

Los que ya peinan canas recordarán a la malvadísima Angela Channing y sus tejemanejes en Falcon Crest. Mientras se emitía la serie que tenía a media España pegada a la televisión en las sobremesas de los años 80, empezaban a surgir también los primeros brotes de visitas a bodegas. Unos años después nacieron los primeros museos dedicados al vino. En 1994 se constituye ACEVIN (Asociación Española de Ciudades del Vino) con el objetivo de promover la cultura y el turismo en torno al vino. En 2001 llegó, gracias a su iniciativa, la creación de las Rutas del Vino de España, un nuevo producto avalado por la Secretaría de Estado de Turismo que cuenta en la actualidad con 31 rutas certificadas y más de 2.000 empresas asociadas. Según su último informe, en 2019, más de tres millones de personas visitaron alguna de las bodegas y museos del vino, casi un 4% más que el año anterior.

El otoño ya está cerca y es uno de los mejores momentos para darnos un homenaje de turismo slow, ese que invita a descubrir sin prisas -y sin aglomeraciones- entornos rurales auténticos, rincones por los que casi antes de ayer no pasaba nadie y hacer un hueco para la gastronomía de toda la vida. Es época también de vendimia. Aunque va por regiones, generalmente en septiembre y octubre, justo cuando la uva está en su punto, las bodegas recogen el esfuerzo de todo un año pendientes del cielo y del suelo. Y es el momento en el que el campo empieza a regalar una paleta de colores en la que el verde va dejando paso a los amarillos, ocres y a los tonos rojizos. Todo ello aderezado con el olor a tierra mojada y de la hojarasca. Y ese espectáculo, vino en mano, sabe mucho mejor.

Entre castillos

A la ribera del Duero, entre hileras de chopos y pinares, crecen cepas cuyas propiedades ya descubrieron los romanos. En el terroir castellano las uvas están vigiladas por iglesias románicas como la de San Esteban de Gormaz (Soria), palacios como el de los Berdugo de Aranda de Duero (Burgos) o murallas medievales como la de Roa (Burgos). Y sobre todo por castillos, como el de Peñafiel (Valladolid) que entre sus muros con forma de barco alberga además el museo provincial del vino. Hasta se puede dormir entre las almenas de otro castillo, el de Curiel, que tiene además bodega propia. Y todo al aroma de los hornos cocinando lechazo, marca de la tierra, como los que se sirven en el restaurante de la bodega Torremilanos. Para conocer un poco sobre el mundo del vino, hay tantas bodegas y de tantos tipos como gustos. Desde la más tradicionales hasta las más vanguardistas: la cubierta de Protos firmada por Richard Rogers es todo un emblema de la arquitectura moderna. Y formas distintas de visitar bodegas. En Finca Villacreces, ofrecen la oportunidad de recorrer los viñedos en bici -eléctrica, para no cansarse mucho- y terminar haciendo un picnic entre uvas a base de productos gourmet y el buenísimo vino de la casa.

Volver a la esencia

Hablar de enoturismo es hacerlo de La Rioja. Haro, San Vicente de la Sonsierra, o Briones -oficialmente, uno de los pueblos más bonitos de España- son nombres propios de la cultura del vino. Para quien no quiera perderse ni un detalle de su elaboración, merece la pena una visita al museo Vivanco de la Cultura del Vino. Entre cata y cata, hay que perderse por el barrio de las bodegas de San Asensio. Y recorrer el valle del Ebro sorteando los puentes medievales de su ribera, o bien, a vista de pájaro desde un globo con final feliz en bodegas Muga. También se puede aprovechar para visitar la cuna del castellano en San Millán de la Cogolla. Eso sí, ya que estamos por la zona, sería una lástima perderse la oportunidad de conocer la Ciudad del Vino de Marqués del Riscal. El mejor punto y seguido es darse un homenaje en el hotel diseñado por Frank Gehry -lo llaman el Guggenheim del vino- y relajarse con los tratamientos de vinoterapia. Maravilloso.

A la brisa del Atlántico

Jerez es sinónimo de arte y de flamenco. También de bodegas con solera. Y la capital de una ruta del vino y brandy de la que también forman parte Sanlúcar de Barrameda y el Puerto de Santa María. A las manzanillas y los sherries se le suman calles estrechas encaladas, playas infinitas y las marismas del parque de Doñana. Aquí el disfrute de las barricas va unido a las palmas y el compás de los tabancos. También al trote de los caballos cartujanos recorriendo la campiña o desayunando entre viñas antes de visitar la bodega Fundador de Pedro Domecq. O degustar vinos viejísimos bajo la mirada de Picasso, Zurbarán o Goya en las pinacotecas de las bodegas Tradición y Grupo Estévez. Ni que decir tiene que las manzanillas saben mucho mejor después de ver el atardecer entre las marismas.

Del sur al norte, Galicia nos regala vinos que desafían al vértigo de los bancales. Bienvenidos a la Ribeira Sacra. Entre Lugo y Orense, entre los ríos Sil y Miño, esta comarca es uno de los secretos mejor guardados del interior gallego. El viñobus hace un recorrido por distintas bodegas para conocer de cerca esta viticultura “heroica” entre pendientes y cañones. Y si se quiere tener foto para Instagram, el columpio más bonito del mundo nos espera en Sober (Lugo). Eso sí, hay que reservar entrada en la bodega Terra Brava de Doade, que incluye, además de las vistas, dos botellas para poner un poco de sabor al momento de bajar del columpio.

De copa en copa, de pueblo en pueblo. El enoturismo se disfruta con los cinco sentidos. Y es de sentido común aprender un poco más sobre la cultura del vino. Para no quedar tan mal en las cenas con amigos.