De punta a punta

De norte a sur, son muchas las opciones para un verano de rutas en coche para llegar hasta los límites y un poco más allá de nuestras fronteras

Llevamos ya tiempo oyendo decir que las vacaciones de este año serían como las de antes: de carretera y manta -o más bien toalla, por las temperaturas- rumbo a cualquier parte que nos haga olvidar los meses de confinamiento. Las posibilidades se multiplican cuando lo que hay es ganas de escaparse y los límites son las ganas de conducir que se tengan. Incluso traspasando fronteras. Nos vamos de punta a punta sin salirnos -mucho- de España.

A finales del siglo XIX se puso de moda entre la gente bien -los únicos que podían- ir a veranear a San Sebastián, siguiendo la estela de la reina María Cristina. Las líneas de la barandilla de La Concha, una de las mejores playas del mundo, trazan la elegancia de entonces. Apoyarse en ella y quedarse un rato a ver lo que pasa es uno de los must, aunque la panorámica de la bahía que no se olvida es la que ofrece el monte Igueldo. Una ciudad guapa, que peina los vientos del Cantábrico con Chillida y se pone de gala para los premios de cine en el Kursaal de Moneo. Sin perder su esencia elegantona, lo que más gusta de San Sebastián es ir a la Parte Vieja, a los pies del Urgull, para ponerse fino con los pintxos: alta gastronomía en miniatura. Y si el txacolí lo permite, perderse por las calles de una ciudad que siempre está en el objetivo de los que buscan ciudad de playa -o playa con ciudad- con tantos aperitivos que lo de bañarse en el mar sea lo de menos.

A solo veinte kilómetros de San Sebastián, en Hondarribia se respira mar en cada rincón de sus calles casi medievales. Por su situación, siempre fue una plaza bastante disputada, por lo que no solo conserva las murallas, sino que en el Casco Viejo no es raro encontrar casonas palaciegas. También tiene castillo y plaza de Armas, e iglesias donde se casaron reyes. Las calles de San Nicolás y la de San Pedro -ya en el pintoresco barrio de la Marina- son por sí mismas la razón para llegar hasta este pueblo costero.

De surferos a la ‘jet set’

Y enfrente Hendaya, con la playa más larga de Francia, llena de surferos. A lo largo del paseo marítimo del Boulevard de Mer, más de 70 villas del denominado estilo neo vasco recuerdan que estamos a poco más de media hora de San Sebastián. Hendaya acogió en tiempos a Unamuno y Pío Baroja. También a un noble un tanto excéntrico que a finales del siglo XIX se construyó un castillo, el de Abbadie, todavía más peculiar.

Siguiendo la línea de costa se llega a una ciudad de corsarios con tanto encanto que, dicen, es la dulzura de la costa vasca francesa: San Juan de Luz. Tanto es así que fue el lugar elegido por el Rey Sol para casarse. La iglesia donde se celebró la boda de Luis XIV con la española María Teresa se conserva tal cual y con su doradísimo retablo es uno de los destacados a visitar. Pero también la casa de la Infanta, de estilo veneciano. San Juan de Luz vive desde siempre de cara a un mar que le dio fama por las capturas de ballenas y atunes. Un paseo por la playa abrirá las ganas de comer en alguno de los restaurantes de la rue Gambetta, la calle principal que, como el resto del casco histórico, conserva los edificios vasco afrancesados.

Y de nuevo, otro salto en el tiempo. Nos vamos a los locos años 20 -los anteriores a éstos que estamos empezando a vivir- al patio de recreo en aquella época de la crème de la crème mundial: Biarritz. Coco Chanel, Gary Cooper, Hemingway, Ravel, etc., son algunos de los ilustres huéspedes que pasaron por el mítico Hôtel du Palais, el antiguo hogar de Napoleón y Eugenia de Montijo, la emperatriz que puso a Biarritz en el mapa. Las playas de fina arena dorada, el Casino y la fama de las propiedades terapéuticas de sus aguas, hicieron el resto para convertir a la ciudad en el destino ideal para que la aristocracia se olvidara de los dramas de la I Guerra Mundial. En sus calles se alternan las mansiones de entonces con garitos más alternativos cuyos principales clientes son los surferos. Y sobre las rocas esperando el embate de las olas, uno de sus edificios más emblemáticos y con muchas leyendas a cuestas: Villa Belza, el fondo ideal para cualquier foto de yo estuve allí. Para vivir lo que siente al cabalgar las olas, pero sin mojarse un pelo, hay que ir a la Ciudad del Océano, donde se puede jugar con la adrenalina gracias a la realidad virtual.

Aunque no todo es costa en este recorrido. Espelette es uno de los pueblos más peculiares de la zona y es famoso por sus pimientos rojos secos. Están tan orgullosos de ellos que los cuelgan por todas partes. Y además están riquísimos.

Entre dos aguas

Marismas, dunas y playas de escándalo. Es lo que se puede encontrar en Ayamonte, el punto de partida para descubrir las marismas de Isla Cristina y las playas de Isla Canela. En medio, la desembocadura del Guadiana y el Atlántico. Se puede disfrutar del espectáculo marismeño -con su concierto de graznidos y el derroche de colorido de las aves- a través de varias rutas de senderismo. Y después, hacer un recorrido de puestas de sol en las inmensas playas del extremo onubense, un gran top para cualquier fan de Instagram.

No hay más que cruzar el Guadiana para plantarse en uno de los destinos preferidos por celebrities de medio mundo: el Algarve. ¿Y por qué eligen este rincón de la península? Además de ser uno de los destinos más apropiados para disfrutar de la buena vida -clima, gastronomía, y atractivos varios no le faltan- probablemente para que no sea fácil encontrarles. Al fin y al cabo, son 200 kilómetros de costas y más de 115 playas para perderse. Algunas de ellas tan solitarias que hay que recurrir siempre al selfie para las fotos. Sobre todo, en la costa Vicentina, con playas como la de Carreagem a la que se accede por caminos de roca: un paraíso para los que buscan un rincón sin niños. Más inaccesibles -para disfrutar casi en la intimidad- son las ilhas del Algarve, entre Faro y la frontera con Huelva. Unas sugerentes lenguas de arena que surgen al encontrarse la ría de Formosa con el mar. Y con pueblitos pesqueros como el de Cabanas o muy coquetos como el de Tavira que se suman al encanto de sentirse en la playa tan completamente solo en medio de la inmensidad que la arena parece infinita. Y a solo una hora de Huelva, las aguas turquesas de playa Cacela Velha, un nirvana salvaje de arena blanca y aguas turquesas. El lugar ideal para perderse y que nadie te encuentre; lo que viene a ser un lujo para esta nueva normalidad en la que se necesita más espacio que nunca para disfrutar.