Granada, orgullo nazarí

Si ‘Las mil y una noches’ se hubiera escrito en España habrían escogido como escenario la ciudad de Granada. Tierra de reyes moros y cristianos, el encanto de la capital de Sierra Nevada va desde sus palacios a sus bares de tapas

Según el famoso poema no hay mayor pena que la de ser ciego en Granada. Clinton describió su puesta de sol como la más bella del planeta. Poco más se puede decir de una de las ciudades de España con más admiradores en todo el mundo. O en realidad, mucho. Porque en Granada hay tantos rincones bonitos de ver y con historia que da para mucho más que un poema. Para llegar hasta el delirio, diría Lorca.

Granada es la ciudad de los cármenes, la del cante jondo, la de los palacios nazaríes y de las vistas desde el Albaicín. A resguardo de Sierra Nevada, Granada también fue durante siglos la última frontera. Y tanto moros como cristianos cayeron rendidos a sus pies. Hoy -haciendo alusión a otra gran canción- es tierra soñada por todo el que tiene la oportunidad de pasear por sus calles y por qué no decirlo, también por los amantes de las tapas tamaño XL de sus bares.

El encanto granadino lo descubrieron desde los íberos a los visigodos, pasando por los romanos hasta llegar a los musulmanes, que son los que dieron a la ciudad formas de calles estrechas que todavía se conservan. Para medio mundo 1492 fue un año determinante y para Granada, una vuelta de 180º con las lágrimas de Boabdil y la llegada de los Reyes Católicos.

Cuentan las crónicas que se quedaron fascinados por los palacios de los nazaríes. Hasta el punto que, con todos los sudores que supuso conseguirla, fue esta ciudad y no otra la elegida para descansar. Ahí siguen en la Capilla Real de la catedral de Granada -que se construyó sobre la antigua mezquita- pues no se quisieron ir nunca de los pies de Sierra Nevada. También renacentista y no muy lejos de allí se encuentra el monasterio de San Jerónimo y, como la catedral, de muy obligada visita. Lo mismo ocurre con la basílica de la Virgen de las Angustias, la patrona de la ciudad. Dicen que quien no pasa por allí, no ha estado nunca en Granada.

De ahí al hotel Reina Cristina no hay mucho que andar y descubrir así la casa de la familia Rosales, donde Lorca buscó refugio hasta su apresamiento en 1936. El poeta granadino siempre llevó muy dentro, entre el cariño y la denuncia, a su Granada. Seguir su huella es tan sencillo como plantarse en el restaurante Chikito, donde además se puede aprovechar la parada y fonda para tomarse una buena caña. Federico sigue ahí, en el rinconcillo del antiguo Café Alameda, inmortalizado en bronce y como si esperara encontrarse de nuevo con sus amigos Manuel de Falla o Fernando de los Ríos. Otro grande de las Letras, Juan Ramón Jiménez, se inspiraría en la hermana de Lorca y en Granada para escribir el romance Generalife.

La Granada de la Alhambra

No es de extrañar que el premio Nobel se quedara tan impactado con los jardines y la antigua villa nazarí. El Generalife -en árabe, jardín del arquitecto- es todo un canto al juego entre arquitectura, agua, luz y plantas. Y alcanza su esplendor en el Patio de la Acequia, desde donde se llevaba agua a todo el recinto del gran símbolo de Granada, la Alhambra. La ciudadela árabe, Patrimonio de la Humanidad de la Unesco y extraoficialmente, octava maravilla del mundo moderno, es en sí mima la principal razón para llegar a Granada.

Palacio y fortaleza, no tiene una fachada principal, pero su perfil destaca desde cualquier punto de la ciudad. Los jardines, los patios y las torres se van sucediendo como el relato perenne de los que por allí habitaron. Nombres propios como el Patio de los Leones, el de los Arrayanes; la Alcazaba; los palacios nazaríes o el de Carlos V forman parte de la Historia del Arte universal. Teniendo en cuenta que cada año casi tres millones de personas visitan este paraíso arquitectónico, es recomendable reservar las entradas con bastante antelación. Más aún si se quiere descubrir su embrujo cuando cae la noche. En la misma colina de la Alhambra merece la pena pararse en los jardines del Carmen de los Mártires, desde los que se pueden tener una perspectiva privilegiada de Granada.

Desde los tiempos de los musulmanes, los cármenes son la vivienda más típica de Granada. De hecho, el aire se suele impregnar del olor a los jazmines y jardines del interior de estas alquerías encaladas que pueblan el Realejo y, sobre todo, el barrio del Albaicín, el más morisco de toda Granada. Hay que perderse por su laberinto de calles estrechas para llegar hasta el mirador de San Nicolás, el más famoso de la ciudad -más aún desde que Clinton lo pusiera en el mapa- para grabar en la retina la imagen de la Alhambra y Sierra Nevada. La merecida fama de los atardeceres de la Alhambra ha llevado a abarrotar los miradores, pero los hay menos concurridos, como el de los Carvajales, el de San Cristóbal sobre la muralla del siglo XI o el de San Miguel Alto, desde el que se puede ver una espectacular panorámica del conjunto más monumental de Granada.

Posiblemente en cada uno de ellos no falten grupos tocando las palmas. El flamenco forma parte del alma de Granada y su corazón es el Sacromonte. Aunque se pague la turistada, si hay ganas de un tablao, éste es el lugar más indicado. El cante jondo suena con más brío en las casas cuevas que pueblan este barrio granadino. Es así desde el siglo XVI, cuando empezaron a asentarse en el Sacromonte gitanos y artistas bohemios. Y si tenemos la suerte de ser sorprendidos con una zambra, no querremos salir nunca de Granada.

La vuelta al centro por la Carrera del Darro nos va a dar la oportunidad de descubrir una de las calles más pintorescas de la ciudad, con pequeños conventos, iglesias y casas árabes. En una de ellas aún se conserva el antiguo hamman El Bañuelo. Quienes quieran darse un baño árabe de verdad, pueden hacerlo en los que hay diseminados por la ciudad; alguno de ellos del siglo XVI. La Carrera y el próximo paseo de los Tristes son zonas ideales para el obligado cumplimiento de llenar el estómago. También la zona de Plaza Nueva y Mariana Pineda, aunque para practicar el noble arte del tapeo granadino hay que ir a la calle Elvira o la calle Navas en pleno centro histórico. Variedades de tapas y gastronomía hay para aburrir, pero apúntenlo en la agenda: cualquier visita a Granada que se precie no puede terminar sin degustar un pionono.