Autobuses y personas con movilidad reducida, la lotería que debería tornarse en derecho real

En tiempos en los que la inclusión, en muchas ocasiones, es un mero eslogan, es necesario pisar el barro y ver cuánto de realidad y cuánto de marketing hay detrás de tantas propuestas cargadas de buenismos, pero carentes de una efectividad real.

La realidad es que viajar en autobuses interurbanos para las personas con movilidad reducida es una auténtica aventura. Estas personas saben cuándo salen de su casa, pero no tienen ningún tipo de seguridad de cuándo podrán coger el autobús y, por ende, llegar a su destino. El mantenimiento de las rampas en muchas ocasiones es, sencillamente, inexistente. Esto se ve reflejado en que es habitual ver que esta herramienta, que están obligados a tener en buen estado, no sale; si sale se atasca; e incluso, en ocasiones, se le caen tornillos, imposibilitando por completo que los usuarios de silla de ruedas puedan hacer uso con tranquilidad del servicio de transporte público. Los conductores se ven obligados a tomar el rol de mecánicos para solventar unos fallos que con el correcto mantenimiento se pueden reducir casi por completo. A las personas con movilidad reducida se les empuja a agudizar su ingenio para buscar maneras alternativas de bajar de los autobuses cuando se quedan atrapados en ellos. Maneras que pasan desde llamar a los bomberos, confiar ciegamente en la buena fe de las personas que presencian la situación, arriesgándose a que alguien se haga daño, o hacer uso de una carretilla elevadora. La única herramienta con la que cuentan estos viajeros es poner reclamaciones, que en la totalidad de los casos son respondidas por parte de la empresa con medias verdades para salvar los trastos de una gestión pésima, llegando a echar la culpa a los viajeros por tener sillas que pesan mucho.

Si se quiere conseguir una verdadera inclusión hay que desterrar los grandes discursos utilitaristas y llenos de condescendencia y simplemente aplicar la Ley de Accesibilidad Universal de una forma estricta y efectiva.

Viajar es un derecho que no puede estar sujeto al azar y no debería ser un acto heroico por el que haya que aplaudir a nadie. Ese aplauso, lejos de ser algo positivo, es una cortina de humo para no cumplir la ley.