El Prado presenta una imponente visión del universo estético de Reni

El Museo del Prado dedica la gran antológica de la temporada a Guido Reni. El pintor boloñés de lo divino se instala en el edificio Jerónimos, tras pasar el invierno en el Städel Museum.

La exposición, comisariada por David García Cueto, se estructura en once ámbitos temáticos que repasan la vida y la obra del italiano e indaga sobre su compleja personalidad y su búsqueda de la perfección. Cuatro ejes determinan el hilo argumental: su perfil biográfico, la estética del cuerpo físico y moral, el diálogo con la escultura y el coleccionismo. El triunfo de Job, el monumental óleo que se salvó de las llamas en Notre Dame, es una de las estrellas de la exposición. El cuadro forma parte de la sección dedicada a la santidad y la vejez, un tema recurrente en el Barroco, que asignaba a los santos un papel primordial como protectores e intercesores de los fieles católicos. El lienzo revela la riqueza extraordinaria de los protagonistas secundarios sin restar relevancia a la figura principal. Junto a Job cuelgan imponentes obras prestadas por instituciones como el Metropolitan Museum of Art de Nueva York, The Royal Collection de Londres o las Gallerie Nazionale d’Arte Antica di Roma. A ellas se unen las del propio Prado, expresamente restauradas para la ocasión: San Sebastián, Hipómenes y Atalanta, Muchacha con una rosa o Virgen de la silla.

Reni era profundamente religioso. Pero también supersticioso. Entre las más recalcitrantes (y más puntiagudas desde la perspectiva actual), resalta su aversión hacia lo femenino. Vamos, que su libro de cabecera era el Malleus Maleficarum, un tratado perverso sobre la brujería y la naturaleza defectuosa de la mujer. Su éxito en vida no le hizo inmune a la ambición por el dinero. Tampoco a la adicción al juego. Fue un ludópata empedernido y un tanto vanidoso. De ahí el epíteto Il divino. No sólo respondía a su identidad artística (el pintor de lo divino), sino a su actitud de diva respecto a su fama como artista estrella consciente de sus habilidades. Así lo refleja su primer biógrafo y amigo, Carlo Cesare Malvasia. Reni es el pintor de lo divino por excelencia. Su arte tuvo un gran impacto en la iconografía religiosa europea. Ni sus predecesores ni sus coetáneos lograron plasmar con tal refinamiento la belleza visual de lo divino, ya fuera del cielo cristiano o del antiguo mundo de los dioses. Su legado puede verse en la infinidad de variaciones posteriores sobre las cabezas de Cristo y María mirando al cielo. Pero esta historia de imitación sirvió para empañar la imagen de Reni, oscureciendo las cualidades reales y otros aspectos fascinantes de su arte. Eso, y un comentario negativo del crítico de arte John Ruskin, relegaron la mirada celestial del divino a un papel segundón. El prestigio de Reni se reestableció a mediados del siglo XX.