Elon Musk ya es el dueño de Twitter. ¿Y ahora qué?

Pues para empezar por el final, ahora que Elon Musk se ha hecho con Twitter, lo que vaya a suceder en el futuro es todavía un misterio.

Era el 28 de octubre cuando el multimillonario sudafricano anunció la adquisición de la red social. Y lo hizo al más puro estilo muskiano: “the bird is freed”. “El pájaro ha sido liberado”, escribió en su cuenta personal. A partir de ese momento se desataron las especulaciones: que si va a echar al 75% de la plantilla, que si se va a intensificar la publicidad, que si la UE va a intentar imponer su legalidad (ya ha dicho Thierry Breton, comisario de mercado interior, que el pájaro debe volar bajo la normativa europea), que si habrá menos control, que si...

Y con él llegó la catarsis

Lo cierto es que en cuanto el magnate abrió la jaula, por ella salió volando el grueso de la dirección: desde el CEO y el CFO -Parag Agrawal y Ned Segal, respectivamente-, hasta el abogado principal de la firma, Sean Edgett. También alivió de sus cadenas a Vijaya Gadde, directora de políticas de la empresa y asuntos legales, y a Sarah Personette, responsable de clientes. 44.000 millones de dólares y unos cuantos pares de alas le han bastado al señor Musk para vaciar la pajarera. Entre las incógnitas, se desconoce si va a continuar la purga de la gerencia y quién va a ocupar los puestos vacantes. En el momento de escribir este texto no hay noticias sobre las sustituciones.

Lo que sí ha afirmado es que le devolverá la cuenta a Trump, que va a reducir las funciones de la policía tuitera respecto a los “discursos de odio” y la desinformación. Todo ello en aras de la libertad de expresión, dice el CEO de Tesla y SpaceX. Aunque también afirma que no va a permitir que la plataforma se convierta en “un infierno de todos contra todos”, donde cada cual brame lo que le venga sin consecuencias legales. Cómo va a lograrlo es otro de los arcanos que sobrevuelan la jaula del pájaro azul.

Y en primavera se firmó la controversia

Pero regresemos al principio. A aquel incipiente mes de abril, cuando Musk adquirió más del 9% de la empresa, convirtiéndose en su mayor accionista. Al día siguiente ya era miembro de la junta directiva de Twitter. Le duró un cuarto de hora la membresía. Sólo tuvo que pelear un tuit con Agrawal para esfumarse del nido ejecutivo. Claro que no se trataba de una retirada, sino de coger carrerilla.

“Déjenme comprar la empresa o crearé una nueva red social rival”. Toda una declaración de guerra que inició el culebrón empresarial tech de los últimos meses. Porque al rato, don Elon ya no quería saber nada de Twitter. Total, que entre síes, noes, cuentas falsas, descabalgadas e incumplimientos mutuos, el asunto acabó en los tribunales. Y es que, pese a la negativa inicial de la red y el famoso tuit de la discordia (“¿Twitter se está muriendo?”), la empresa no iba nada bien. Vamos, que despojarse del pajarraco iba a ser a la postre una liberación. Además, la justicia podría obligar a Elon Musk a concretar su oferta inicial. La que ha sido la final pocos días antes de que ardiera la red en los juzgados de Delaware.

La conclusión, por ahora

Los motivos internos (reales) que han llevado al millonario a, según él, restituir las alas al pájaro seguramente no los sabremos nunca. O sí. Pues es posible que sean los que ha declarado en público. Que se trata de una decisión altruista (un poco sólo) provocada por la necesidad de consolidar la libertad de expresión, por el valor de interés público intrínseco de la plataforma. Que es imprescindible que las personas perciban la realidad de comunicarse con soltura e independencia “dentro de los límites de la ley”. Que es partidario de abrir el código fuente del algoritmo, que la gente tenga acceso al mismo. Que únicamente pretende devolver a los usuarios la confianza en la red y, atención, “garantizar el futuro de la civilización”. Eso ha afirmado. No lo digo yo. Lo publica The Verge, un medio estadounidense de noticias tecnológicas, operado por Vox Media.

Que -asegura el mismo medio- no ha tratado de ganar dinero. Si hubiera sido esa su pretensión, no habría adquirido una empresa con pérdidas y otros problemas. Y debe ser cierto, porque según Bloomberg la operación le ha costado a Musk unos 10.000 millones de dólares. Únicamente desea (re)convertir Twitter en la “plaza común digital” que siempre debió ser. Un lugar donde debatir de manera sana y educada, “sin recurrir a la violencia”. También él lo cuenta en Twitter. Abiertamente. Como advierte de los peligros de la polarización y los extremismos ideológicos. Aboga por el diálogo, descalifica la censura, el clickbait y el spam y defiende la idea de una publicidad relevante.

No obstante, lo de “no ganar dinero” no concuerda con la mente negociadora del empresario. De hecho, se rumorea que para comenzar a rentabilizar la jaulita, Musk pretende tomar ciertas medidas inmediatas. Entre ellas, subir el precio mensual de la verificación de cuentas. Todavía (mientras escribo) no es oficial ni parece haber transcendido lo bastante como para que los privilegiados de la marca azul llamen a las filas de la polémica.

En cuanto a las regulaciones internas, ya se filtran informaciones sobre los recortes inmediatos de personal con el fin de evitar el pago de ciertas compensaciones (en acciones) que se devengarían en este mes de noviembre. De momento, el Chief Twit mantiene discreción al respecto.

Aunque sí advierte de que aún no se ha realizado ningún cambio en las políticas de control del contenido de Twitter. La intención es crear un consejo de moderación formado por personas con puntos de vista diversos. Hasta que no exista este órgano no restablecerán cuentas suspendidas ni se tomarán decisiones vinculantes. Mientras, los usuarios le ponen a prueba y los anunciantes pierden el sueño. Algunos, como General Motors, han retirado la publicidad, al menos de forma temporal.