¿Estamos listos para el metaverso?

A día de hoy, el metaverso es solo un concepto que tardará varios años en materializarse como un único universo virtual donde la vida fluya de manera natural e interconectada.

Todo el mundo habla de ello, de ese nuevo mundo virtual que tiene toda la pinta de invadir el hasta ahora único espacio conocido. Si no de invadir, sí de cambiar para siempre la manera de acceder a Internet, de navegar, de trabajar y de comprar online. Se trata del metaverso, ese lugar extraño donde al parecer va a suceder la vida futura. Aunque lo cierto es que, hoy en día, la mayoría de las personas tenemos más preguntas que respuestas. Aparte del revuelo que está generando el concepto y de su relación con el 5G, las cadenas de bloques, las criptomonedas o los NFT (tokens no fungibles), el metaverso se puede definir como un espacio virtual interactivo, persistente, descentralizado, inmersivo e hiperrealista. En principio, la puerta de acceso se abre a través de la tecnología: la realidad aumentada y la realidad virtual. Una vez en el interior, las personas se mueven de la misma forma que en la vida real: van de compras, de concierto, al teatro, quedan con amigos... Sin pantallas de por medio y sin moverse de casa. La verdad es que suena un poco raro eso de vivir una especie de mundo paralelo, alternativo, con la tecnología actual. Y es que con el metaverso llega una serie de dispositivos, aplicaciones y recursos tecnológicos que, aunque ya conocidos, aún deben evolucionar. Y mucho.

Los mundos virtuales no son nuevos. Antes del boom de la palabrita (y el concepto), en cuya globalización Facebook tuvo mucho que ver cuando cambió por Meta el nombre de la compañía, los universos virtuales llevan tiempo existiendo, sobre todo en el ámbito de los videojuegos. Roblox o Fortnite son buenos ejemplos de las experiencias actuales más cercanas al metaverso.

El término -una acrónimo de meta, más allá, y universo, verso- proviene de la literatura de ciencia ficción, concretamente se acuñó por Neal Stephenson en la novela Snow Crash (1992) y hacía alusión a una ciudad simulada digital donde las personas comparten espacio y experiencias inmersivas. A partir de entonces, ya en los tiempos de la web 2.0, empresas de desarrollo de software como Linden L3) se lanzaron al diseño de mundos digitales en 3D y modelos de entornos variados a los que se accede mediante gafas de realidad virtual y otros dispositivos personales. Los habitantes de esos lugares son avatares personalizados que interactúan entre ellos.

Aplicaciones en la (futura) vida diaria

Es posible que las redes sociales sean las primeras en adaptarse a esta nueva etapa internauta. Amén de las intenciones de Zuckerberg, planean sobre el ciberespacio otras plataformas que apuestan por opciones novedosas y con valor añadido. Por ahí andan Woonkly y Tunel -redes sociales descentralizadas que permiten convertir en NFT y comercializar todo el contenido que se publique en ellas- u Horizon Worlds, por ahora en beta, que promueve las relaciones virtuales en un entorno de dibujos animados. Además de admitir juegos o redes sociales, el metaverso combinará economías, espacios comerciales, ocio, foros, servicios de noticias, de banca o de mensajería, entornos de trabajo y aprendizaje, identidades digitales que se integrarán de manera descentralizada.

El porvenir apunta hacia la desaparición de las webs, las aplicaciones, el correo electrónico, la banca online, la mensajería instantánea o las televisiones interactivas tal y como las conocemos ahora mismo. Se transformarán seguramente. Tampoco hará falta tener diferentes cuentas de usuario y contraseñas para cada una de ellas. La descentralización y la interoperabilidad impondrán una única identidad para acceder a todos los servicios disponibles.

A día de hoy, el metaverso es solo un concepto que tardará varios años en materializarse como un único universo virtual donde la vida fluya de manera natural e interconectada. De hecho, lejos trazarse la ruta para un desarrollo uniforme, existen infinidad de entornos alternativos, sin conexión entre ellos que únicamente comparten ciertas tecnologías de acceso. Cada uno dispone de su puerta de entrada (ordenador, tableta, móvil, gafas de realidad virtual o aumentada), sus condiciones y normas. No existe aún una tecnología universal, tampoco una infraestructura consensuada de diseño, sino espacios virtuales autónomos en modo experimental.

Este lienzo en blanco salpicado de ecosistemas amorfos y versos sueltos dista mucho de ser la plataforma del futuro inmediato. Aunque grandes como Facebook, Google, Nvidia o Microsoft van a saco a conquistar el futuro universo virtual, todavía es pronto para hacerse ilusiones. Por otro lado, el coste de los equipos, los dispositivos, los requerimientos técnicos... son demasiado elevados como para que la mayoría pueda acceder a ellos y, por tanto, afiliarse al universo virtual del metaverso. Las tecnológicas tendrán que afinar. Porque esa es otra de las claves del éxito, que sea asequible y todo el mundo pueda disfrutar de él.

No solo el desarrollo tecnológico y de infraestructura dificulta el avance hacia tal realidad. Los aspectos legales, penales, la publicidad, la privacidad y la seguridad de los datos, el acceso de los menores o la gestión de los pagos tampoco están del todo claros. Habrá que diseñar un código ético común en estos entornos y definir su aplicación. La capacidad de controlar las reglas de la interacción con el metaverso también va a ser muy importante para los usuarios. Lo que sí es evidente es que la transición se desarrollará de manera paulatina. El proceso es complejo y llevará tiempo. Lo avisan tecnólogos que, como Edgar Martín-Blas, CEO de Virtual Voyagers, apuestan por la realidad mixta, la interacción entre el mundo real y el virtual.