Devaluando el seguro

Cuenta el refranero que “quien avisa no es traidor” y está en lo cierto. Los talleres de automóviles, que son empresarios ejercientes en un mercado aparentemente libre se han hartado tras años y años de bronca y denuncia continuada. Acaban de anunciar que, cansados ya de vivir lo que consideran abusos y malas prácticas de la generalidad del sector asegurador, se van de cabeza al Parlamento Europeo.

Hace poco un amigo que trabaja en un concesionario de vehículos de lujo me contaba que una aseguradora –antaño reputada– le estaba imponiendo precios de mano de obra de taller de barrio sin tener en cuenta los cursos de capacitación, la inversión en equipamiento especial, la dotación de espacios y utillaje para reparar vehículos eléctricos, etc. que provee el concesionario a sus clientes.

Simplemente ofensivo, pero también antieconómico. Pero, tal vez, lo peor estaba por llegar, pues el representante de la aseguradora le indicó que los recambios aplicados a las reparaciones no serían originales. “¿Cómo puedo meterle a uno de nuestros clientes piezas que no sean oficiales? ¿Acaso no es eso un fraude? ¿Cómo va a tolerar eso la marca, pues afecta a la calidad del vehículo y de la reparación?” se preguntaba mi amigo, indignado y preocupado por el giro de las cosas.

Estas dos situaciones me han hecho recalar en una palabra: “devaluar”, pues es, según la RAE, “hacer disminuir el valor de una moneda o de otro bien” que halla su sinónimo en “depreciar”.

Porque a lo que estamos asistiendo es a una devaluación o depreciación continuada del valor del seguro como único medio existente para restaurar una cosa a su situación anterior a un evento negativo al que llamamos “siniestro”. El seguro, pues, está perdiendo valor.

Las consecuencias de la guerra de precios

De entrada, una estúpida guerra de precios ha llevado a que las compañías que tenían buena reputación con una propuesta de valor real se estén aproximando peligrosamente a la cutrez que ofrecen a sus clientes las aseguradoras del low cost. De este modo tenemos a la excelencia reconvertida en tuercebotas, depreciados.

El usuario de seguros, cuando se acerca a un comparador o a un vendeburras, va a tener una experiencia similar a la del pececillo que muerde el anzuelo ¿acaso el pescador le pregunta, le hace esperar y le ofrece el bocado más adecuado a sus gustos dejándolo marchar o, por el contrario, tan sólo le preocupa engañarlo del modo más rápido y barato para llevarlo al zurrón?

¿Acaso alguien le cuenta que, por tener una cláusula de valoración venal jamás va a conseguir una indemnización que le permita sustituir su coche por otro similar? ¿Y que la póliza de al lado, más cara, sí lo hará por incluir valor de mercado? ¿Le están contando que le van a poner las mil y una pegas si decide elegir taller (que es lo que prevé el artículo 18 de la Ley de Contrato de Seguro)? ¿Le están contando que sus recambios no serán originales? ¿Y que al pobre taller lo van a tener currando por cuatro perras, al igual que al perito o al abogado de turno? ¿Sabe el cliente que ciertas piezas que van a ponerle a SU coche serán reacondicionadas?

Demérito

Regreso al demérito. En muchos países europeos, tras un accidente, el asegurado no sólo recibe el coche reparado (es decir, se le cubrieron los daños), sino que recibe una compensación adicional por los perjuicios soportados. Entre estos, está el tema del famoso vehículo de sustitución que -por cierto- no debería ser objeto de cobertura de pago, puesto que quien pone ese coche “de cortesía” no es la compañía de seguros sino el taller.

No es el problema del asegurado que los convenios que corren sobre CICOS, el Centro Informático de Compensación de Siniestros (CIDE, -Convenio entre Entidades Aseguradoras de Automóviles para la Indemnización Directa de Daños Materiales a Vehículos- y ASCIDE, acuerdo que complementa el convenio CIDE) no contemplen el coste de oportunidad de quedarse sin coche, pero es frecuente que, al intentar la reclamación, el asegurador conteste con un “no vemos viabilidad jurídica” en una clásica respuesta que esconde más interés en evitar gasto y reclamaciones en sentido inverso que ausencia de legitimación para reclamar la pérdida de uso de un elemento fundamental para la vida de muchas familias y empresas.

Pero la cosa no acaba ahí pues, dentro de esos “perjuicios” en otros países el cheque contempla también la pérdida de valor que un vehículo accidentado, pese a haber sido reparado, tiene respecto de su situación anterior. Si algún día quiero vender mi coche a un especialista no me lo va a tasar igual si jamás tuvo un accidente o si tiene las claras huellas de haber pasado por una situación traumática. Esa pérdida de valor ¿por qué en España no se paga?

Posiblemente estemos ante uno de los peores errores que puede hacer un sector entero: demoler la propuesta de valor de su producto en nombre de una estúpida carrera en el abaratamiento del precio. Pero no se trata de un error exclusivo de aseguradores y mediadores, no. El usuario, el ciudadano de a pie, así como el que controla el timón de empresas privadas o administraciones públicas también ha caído en la trampa de creer que el más difícil todavía en precio lleva a algún lado bueno.

Si preguntáramos a la gente si está dispuesta a pagar menos a cambio de que se le pongan recambios reciclados o aquellos llamados “pirata”, si le preguntáramos si está dispuesto a que le defienda en juicio un abogado que cobra una miseria, si le decimos que un médico especialista cobrará 7 euros por una consulta o si le decimos que el perito igual ni va porque va a peritarle el pintor ¿contrataría ese seguro? Pero, por supuesto, eso no vende y es malo para el negocio.

El seguro es el único plan B para la vida de las personas y empresas. No puede ser otra cosa que fiable y ello exige calidad en su diseño, en su ejecución y un montón de ética que requieren un precio justo y responsable con que pagar a quienes, honestamente, deben devolver todo a como estaba antes de padecer el siniestro. Lo contrario es devaluar el seguro, devaluar los bienes afectados y devaluar la vida.