Alex Katz: la alta sociedad neoyorkina protagoniza el verano del museo Thyssen

A sus 94 años todavía no ha soltado los pinceles; los emplea con la tenacidad y constancia que le apartaron de las sucesivas modas artísticas del siglo XX.

Alex Katz (Nueva York, 1927) mantiene su estilo aparentemente simple, inspirado en su entorno y la vida diaria. Denostado por el canon pictórico en infinidad de ocasiones, el artista de Brooklyn jamás se ha dejado influir por las presiones ni las críticas negativas respecto a su obra. Al contrario, ha permanecido fiel a sus principios y a un imaginario personal: el retrato y un paisajismo muy peculiar cercano a la abstracción, aunque sin caer en ella.

Siete décadas lleva Katz -desde principio de los años 50 del siglo pasado- cultivando el retrato y casi tres capturando en sus lienzos el lenguaje de la naturaleza. A base de trazos espontáneos y dinámicos, sus paisajes contrastan con la precisión casi fotográfica de sus retratos en los que la figura se muestra separada del fondo, sin referencias, objetos o fuentes de luz. Eso sí, en ambos géneros defiende un intenso cromatismo y los espacios bidimensionales.

Hasta el 11 de septiembre, el Museo Thyssen- Bornemisza de Madrid exhibe la primera retrospectiva en España dedicada a Alex Katz. La exposición, comisariada por Guillermo Solana, cuenta con el apoyo del propio artista y su estudio. Reúne cuarenta óleos de gran formato, acompañados de algunos estudios, que permiten analizar los temas habituales del pintor norteamericano: retratos en solitario, duplicados y de grupo, alternados con flores y paisajes de colores vivos sobre fondos planos.

No resulta sencillo condensar una carrera tan larga y prolífica en tan solo cuarenta piezas. Sin embargo, el museo ha logrado reunir obras clave de cada una de las seis décadas en las que no ha cesado de pintar el lado más refinado de la sociedad norteamericana. La muestra incluye la obra Green Table (1996), una mesa de madera sobre la que se presentan 17 cabezas pintadas -cutouts-, práctica que empezó a desarrollar en 1959 y que otorga a su pintura cierta tridimensionalidad.

Los lienzos expuestos destacan los rasgos más característicos del lenguaje del pintor: la sutilidad, la elegancia y la armonía empleadas para resaltar un gesto (una sonrisa), una pose corporal, los sonidos de la naturaleza o el movimiento de las ramas de un árbol. También puede percibirse en ellos las diferentes influencias recibidas a lo largo de su trayectoria -el cine, el pop, los carteles publicitarios- que él ha sabido refundir en una estética independiente.

Solo los grandes formatos y ciertos trazos recuerdan al expresionismo abstracto predominante cuando Katz apostó por la figuración que tampoco quiso vincular a la corriente pop ni al minimalismo. Tampoco se ciñe exclusivamente a los fondos planos. En The Cocktail Party (1965), las figuras (once de sus amigos compartiendo una velada en su loft) se sitúan sobre un espacio realista, muy al estilo de los franceses del XIX, que refleja el entorno sociocultural neoyorkino de aquella década. A través de la ventana se aprecia la noche urbana, las ventanas iluminadas de la ciudad, el ambiente exterior.