“Trabaluengas”

No sé si alguien alguna vez, siquiera por error, ha pronunciado la expresión “¡claro y cristalino!” al referirse a un contrato de seguro. Me parece lógico e inteligente que quien quiere protegerse ante un peligro se cerciore a fondo de que el contrato que paga para dicha protección es lo que necesita. Pero no lo hace casi nadie y, posiblemente, el contrato de seguro sea uno de los documentos menos leídos por el ciudadano de a pie, aparte de su propia esquela. Si el contrato de seguro fuera leído con la intensidad y concentración con que se leen el Marca o el Lecturas las reclamaciones ante la Dirección General de Seguros caerían en picado. Pero el hecho dista de ese escenario y la pregunta es, ¿por qué?

De entrada, las aseguradoras españolas siguen incumpliendo sistemática y generalmente (salvo honrosas excepciones) el artículo 8º de la Ley de Contrato de Seguro que obliga a entregar la póliza en cualquier lengua oficial donde reside el asegurado o en cualquier lengua distinta por Directiva CE. Si un ciudadano comprende mejor una lengua que otra, ¿por qué no habría de disponer del contrato en esta si una Ley ampara ese derecho? ¿Y si el asegurado es alemán? ¡Vaya abuso!

Nos dice el artículo 3º que “las condiciones generales y particulares se redactarán de forma clara y precisa”, pero lo que es claro para un abogado puede que no lo sea para un pintor de fachadas de Cornellá. Tampoco es “claridad y precisión” encontrar en una póliza la tira de cláusulas que se van contradiciendo o que no son aplicables a ese contrato. Otra cuestión de traca es la normalización del lenguaje. Puedo ir a tres ferreterías y comprar tornillos DIN-912 8.8; todos ellos funcionarán igual. Pero no puedo contratar la cobertura de robo o responsabilidad civil en tres pólizas de hogar y que cubran lo mismo o, incluso, que interpreten los mismos hechos bajo la definición de “robo”. Peor aún es cuando ese lenguaje se oculta para que no se noten las diferencias o cuando se tunea lo malo para hacerlo parecer bueno cuyo caso más destacado es el del “valor venal mejorado” que, ni de lejos, llega a un valor de mercado.

Si sumamos factores, uno llega fácilmente a la conclusión de que la gente no quiere leerse 74 páginas de un rollo que no entiende y con las que ni se aclara ni espera aclararse nunca. Tal vez, visto el tema, no sea casual que los de seguros ni siquiera sean considerados contratos sino trabalenguas por sus propios emisores. Si no, ¿cómo se explica no recabar la firma incumpliendo, de nuevo, la Ley?