Magritte inaugura el otoño del Thyssen

El Museo Thyssen-Bornemisza presenta la primera retrospectiva en Madrid dedicada a René Magritte

Comisariada por Guillermo Solana, director artístico del museo, la muestra reúne más de 90 pinturas procedentes de instituciones, galerías y colecciones particulares de todo el mundo. El título, La máquina Magritte, destaca el componente serial -que no sistemático- de su obra, cuyos temas se repiten con innumerables variaciones.

“Mis cuadros son pensamientos visibles”

René Magritte definía la pintura como “un arte de pensar”. Tal concepto, derivado de su interés por la ciencia, revela uno de los pilares de su pintura que es, en conjunto, una profunda reflexión sobre la pintura misma. Él, que viró su estilo hacia el surrealismo tras descubrir el cuadro de De Chirico Cántico de amor, fantaseaba desde sus inicios con la idea de vincular el arte con el pensamiento y la vida misma.

Antes de mirar a Magritte, tal vez sea necesario incidir en dos aspectos. El primero en relación con el surrealismo, un movimiento tan ecléctico como la estética y el proceso creativo de cada artista. Con respecto a Magritte, cabe señalar que no se identificó, excepto al principio, con el automatismo propio del surrealismo francés. Su obra persigue la intelectualidad, la expresión del mundo interior a través de un lenguaje simbólico basado en el concepto, la ambigüedad y el misterio.

La máquina Magritte no sólo alude a la prolífica producción del pintor belga y a aquel extravagante catálogo que firmaron Magritte y sus amigos surrealistas en 1950. La Manufacture de la Poésie incluía una “máquina universal para hacer cuadros”. Tal artilugio, aparte de una capacidad infinita de pintar cuadros pensantes, era de manejo sencillo al alcance de cualquiera. En realidad, explica Solana, “el aparato descrito por los surrealistas belgas es diferente: está dedicado a generar imágenes conscientes de sí mismas”. Algo parecido al proceso creativo magrittiano: una máquina metapictórica que produce cuadros pensantes.

Magritte, en su afán por estudiar la conexión entre el objeto, su imagen y las palabras, convierte su pintura en una reflexión sobre la pintura misma. La exposición subraya precisamente este aspecto tan complejo: hacer visible lo invisible y, de esta forma, obligar a pensar a quien mira la pintura. Él juega con el cuadro dentro del cuadro, los espejos, las metamorfosis, las yuxtaposiciones, las composiciones misteriosas. Para ello emplea recursos metapictóricos que son el hilo conductor de la retrospectiva.

La exposición repasa y analiza los elementos recurrentes en el vocabulario del pintor: los ambientes oníricos, la soledad, el silencio, los objetos perturbadores. Incide igualmente en la poesía y el enigma que transmiten sus cuadros, las figuras volátiles que parecen escapar de la tela o la importancia de las palabras vinculadas a la imagen, desmintiéndola.