¿Discriminación en seguros? ¡Hayla!

La Inteligencia Artificial se llama así porque artificia significa hecho por el hombre. No defino “inteligencia”, que eso es harina de otro costal. Por ello, ese dechado de virtudes que nos venden como si fuera infalible y ausente de todos los vicios humanos no es sino la traslación a código y algoritmos de los sesgos, anclajes y creencias que tienen quienes la programan para que haga cierta cosa y saque los datos que interesan (y no otros).

Entre otras cuestiones, además, hay que saber que esa IA no aporta -tras el análisis de un porrón de datos- certeza de nada, tan solo probabilidades de que algo sea parecido a lo que se busca. Y, claro, lo que se busca no puede ser demasiado complejo o tendríamos a la máquina pensando demasiado tiempo para que, al final, saque pocos datos lo cual no sería rentable. Es por ello por lo que las IA me parecen muy interesantes siempre que seamos capaces de apoyarlas con lo que no tienen: sentido común.

Resulta problemático aceptar que ahora mismo haya aseguradoras que nos rechazan asegurar un hogar o un coche por el mero hecho de que un algoritmo considera que ese código postal tiene una ratio de fraude, de desempleo o de criminalidad alto. O que un scoring diga que tal persona, en función de ciertos datos biométricos, debe ser rechazada por un seguro de salud porque otras personas que tienen su estatura y unos cuantos indicadores comunes arrojan pérdidas con una cierta probabilidad para el asegurador. Del mismo modo, un chico joven con un coche equipado con una black box para medir el pago por uso puede ver cómo su seguro le cruje si resulta que se desplaza mucho de noche y de madrugada. Da igual si se pasa la noche de juerga o resulta que es panadero. La inteligencia, artificial o no, no tiene por qué tener sentido común.

Es por ello por lo que mucho me temo que, a corto plazo, vamos a tener una legión de apestados a los que nadie querrá asegurar. En el fondo, cargarse el concepto mutual, de dispersión del riesgo del seguro, es una gamberrada total, pero, no lo olvidemos, están empeñados en hacerlo pues creen que así sus carteras de seguros estarán integradas tan solo por mirlos blancos.

No lo dudes. De momento, ya estás viendo cómo caen del cielo (donde no las había) las exclusiones ante epidemias o pandemias y el riesgo cibernético. ¡Jopetas! ¡Yo que creía estar en una industria que ganaba dinero comprando riesgo de terceros, ahora me entero de que no!

Siguen ahí, solitas, desconocidas y ninguneadas las Disposiciones Adicionales 4ª y 5ª de la Ley de Contrato de Seguro. Sí, esas que prohíben al asegurador discriminar a las personas discapacitadas o enfermas negándoles cobertura, recurriendo a otros productos distintos del estándar o aplicando sobreprimas. Y me pregunto ¿para qué te preocupas, Carlos, si nadie, absolutamente nadie parece darse cuenta de que Doña Discriminación se está afincando y anda por ahí como Pedro por su casa, impune y orgullosa de no mezclarse con cualquiera?