De estos polvos, ¿qué lodos nos esperan?

No está muy claro quién era Esopo ni tan siquiera si existió de verdad. Se le sitúa en la Grecia del siglo VII a VI AC y su obra versa sobre un género que se me antoja curioso: la fábula. Al fin y al cabo, supongo que resulta más fácil revestir a ciertos animales de una conducta esperada que ubicar estas actitudes en seres humanos donde las sorpresas son, a veces, mayúsculas.

Un asno es un asno, un borrego es lo que es y, desde luego, nadie espera nada bueno de un tiburón blanco.

Esopo nos dejó, según parece, en una de sus fábulas una historia titulada “el escorpión y la rana”. Cuenta que el escorpión tenía que cruzar un caudaloso río y, al no saber nadar, le pidió a la rana que lo cruzara montado en su espalda.

La rana contestó “¡No, pues vas a picarme con tu aguijón!” a lo que el alacrán replicó argumentando: “Si hiciera eso, nos ahogaríamos los dos”. Pueden imaginar el final pues la rana acepta el riesgo de buena fe, el escorpión a mitad de trayecto la pica y cuando la rana, moribunda le pregunta ¿por qué? recibe por respuesta “¡Es mi naturaleza!”.

Esa fábula encierra los tres puntos clásicos de las fábulas agonales: el conflicto entre dos personajes con actitudes divergentes, la posibilidad de elegir que disfrutan ambos personajes y un desenlace que encierra un mensaje moral o pragmático.

Llevado a un caso práctico, cotidiano y evidente para todos quienes no tienen por costumbre o necesidad mirar hacia otro lado, diría que una gran parte de la banca española juega el papel del escorpión y el cliente no hace sino de confiada e incauta rana.

No solo en seguros, pero, decididamente, en la contratación de seguros vinculados a préstamos.

Si el alacrán, perdón, el banco, no tuviera la naturaleza que tiene, está claro que usaría el coco y llegaría a la conclusión de que para controlar la morosidad es necesario controlar el riesgo. Y que dicho riesgo es una consecuencia del nivel de endeudamiento de su cliente respecto de los ingresos que es capaz de generar.

Y, de ello, surgiría la inteligencia de que, a menor riesgo, menor probabilidad de fallido, de impago, de ejecución, de tener que cargar provisiones y reducir beneficios.

Si el alacrán, perdón, el banco, entendiera que su reputación tiene un mínimo valor, haría las cosas dentro de los límites de la Ley y evitaría cualquier tipo de conducta que comprometiera de algún modo la marca, la solvencia y la moralidad mercantil de una institución cuyo principal activo era la confianza.

Pero es un escorpión. Es un psicópata o sociópata que no puede dejar de hacer el mal a la menor oportunidad porque ha decidido ser así y no de otro modo. Le da igual ahogar su reputación, o colapsar los juzgados y sus balances con una morosidad galopante si con ello demuestra su fuerza y su capacidad para doblegar voluntades mientras consigue brutales ingresos efímeros. Le importa una mierda que su cliente caiga en el sobreendeudamiento a causa de seguros a prima única vinculados, caros y malos, que los dividendos del accionista se reduzcan y que su reputación entre en barrena. Es su naturaleza.

Eso sí, recordemos que los bancos carecen de conducta: es la de sus líderes la que observamos y es también aquella que deberemos juzgar propia del escorpión; ojalá aparezcan bancos digitales o extranjeros con otra conducta en nuestro país.

Nuestros escorpiones habrán llegado a su parte del río en que pagan su forma de ser. De momento, lo que podemos hacer es limitarnos a enseñar a las ranas que con los escorpiones... ¡distancia!

Para escribir estas líneas ningún escorpión o rana ha sufrido daños. No pueden decir lo mismo quienes, para financiar su hipoteca, hoy han salido de una notaría cualquiera de este país.