Salud mental: esa gran olvidada

Uno de los efectos secundarios de la pandemia de coronavirus es el aumento de las patologías relacionadas con la salud mental. La OMS advierte de la necesidad de aumentar los programas de atención.

Actualmente, vivimos una situación excepcional que lleva prolongándose casi un año. El Covid-19 no sólo pone en riesgo nuestra salud física y nuestra vida, también amenaza a las finanzas e ingresos familiares y a la estabilidad laboral. De hecho, durante estos meses hemos experimentado un retroceso económico sin precedentes en la historia moderna y un repunte escandaloso del desempleo. Todo ello, unido a la incertidumbre con respecto al fin de la pandemia, el miedo a la enfermedad, el aislamiento social, la soledad y las restricciones de la libertad individual está repercutiendo manera muy negativa en las conductas de las personas.

A estas alturas, incluso los más profanos intuimos los efectos psicológicos directos e indirectos de la pandemia en la mayor parte de la población. Si durante y tras la crisis financiera de 2008, se experimentó a nivel mundial un aumento significativo de las tasas de suicidio, autolesiones, depresión, ansiedad, tristeza, alcoholismo y adicciones a otras drogas, el impacto de la pandemia actual sobre la salud mental pinta bastante oscuro.

Como señala el McKinsey Global Institute en su informe Safeguarding Lives and Livelihoods, “los reportes diarios sobre el aumento de infecciones y muertes en todo el mundo aumentan nuestra ansiedad y, en los casos de pérdidas personales, nos sumergen en el dolor”.

Esta angustia generalizada desencadena una tensión emocional invisible muy difícil de detectar en algunos supuestos, en muchos otros unas reacciones extremas que, precisamente a causa de la premura por erradicar el virus, evitar muertes y atender debidamente a los pacientes infectados, se está ignorando. Sin embargo, el efecto es devastador, sobre todo entre los sectores más vulnerables de la población y grupos de riesgo. Profundizar, intentar prevenir, tratar con urgencia los casos evidentes (que se manifiestan con una frecuencia cada vez más preocupante) y establecer estrategias para favorecer la salud mental personal y social debería ser objeto de mayor atención. El problema son los recursos dedicados a la investigación y tratamiento de los trastornos mentales que, si antes de la pandemia de Covid eran escasos, ahora las autoridades sanitarias no dan abasto con todo lo que deben gestionar.

Atendiendo al dato, un estudio de la OMS llevado a cabo en 130 países señala que más del 60% de los mismos presentaron carencias en los servicios de salud mental destinados a las personas vulnerables, incluidos los niños y los adolescentes. La organización advierte que las consecuencias de la crisis del coronavirus se están traduciendo en un aumento de suicidios y un incremento de la angustia de un 35% en China, un 60% en Irán o un 40% en EEUU.

La buena noticia es la repuesta digital a este problema (chats médicos, atención telefónica, aplicaciones o programas en línea). Tal vez no sea la mejor, pero sí es un mecanismo crucial a la hora de atender y paliar muchos de los trastornos psicológicos derivados de la pandemia. No obstante, los expertos consideran que los programas de investigación dirigidos a desarrollar para preservar el bienestar mental requieren mayor financiación.