Las otras vacunas

Las vacunas sirven para reforzar el sistema inmunitario y prevenir enfermedades graves y/o potencialmente mortales porque enseñan al organismo a defenderse de los virus o bacterias que podrían invadirlo.

Si se produce la infección, el cuerpo ya sabe cómo atacarla y neutralizarla. Esta es la definición y el funcionamiento que establecen la mayor parte de las enciclopedias digitales y webs médicas actuales con respecto a las vacunas.

Normalmente se componen de partes atenuadas o inactivadas de un patógeno específico que provoca la respuesta inmunitaria del organismo sin causar la enfermedad. A lo largo de la historia de la medicina, la investigación ha logrado desarrollar vacunas para infecciones gravísimas (incluso mortales) como la poliomielitis, el tétanos, el sarampión o la meningitis. Sin embargo, a día de hoy y pese a la gravedad de ciertas enfermedades como el VIH, la ciencia no ha logrado hallar el antígeno adecuado para prevenirlas.

De acuerdo con los datos de la Organización Mundial de la Salud, el VIH continúa siendo uno de los mayores problemas para la salud pública mundial —se ha llevado por delante casi 33 millones de vidas—. No obstante, los tratamientos actuales permiten mantener controlado el virus y la transmisión a otras personas. En relación con la llegada de una posible vacuna, las farmacéuticas persisten en el reto.

De hecho, Janssen (perteneciente a Johnson & Johnson), junto a varias de las organizaciones más importantes del mundo, inició en 2017 un nuevo estudio a gran escala para prevenir la infección por VIH-1, cuyos resultados son bastante esperanzadores. Para el desarrollo del fármaco, aún en proceso de ensayo (se prevé un intervalo de entre 24 y 36 meses), se ha empleado la misma tecnología que con la vacuna contra el Covid-19: un adenovirus modificado capaz de ordenar al organismo la creación de anticuerpos contra varias de las proteínas más nocivas y variables de la infección.

En el polo opuesto, es decir, el de las vacunas que aun siendo necesarias han pasado desapercibidas al poco de su comercialización, nos encontramos con la de la gripe A (H1N1). Y es que, más de una década después de la pandemia de la llamada gripe porcina (cuyos primeros brotes se detectaron en México a principios de 2009; el 24 de abril la OMS declaraba la emergencia internacional), apenas nadie recuerda la pandemia. Lo cierto es que los tratamientos iniciales resultaron bastante eficaces, la mortalidad baja, el contagio escalonado y la pandemia fue calificada como “moderada”.

En España, tres vacunas de diferentes laboratorios a base de virus inactivos estuvieron disponibles desde mediados del mes de noviembre de aquel mismo año.

En febrero de 2010 (diez meses después de su inicio) la OMS determinaba que la pandemia se encontraba en fase de declive. Tal vez por todos estos factores el mundo ha olvidado el pánico desatado por la gripe A. Desde entonces, el virus H1N1pdm09 ha seguido causando un número importante de contagios y algunos casos graves de hospitalizaciones y muertes.