Movilidad sostenible: ¿vale la pena adquirir un vehículo eléctrico?

Para la mayoría de los conductores es una opción remota, pero la movilidad eléctrica adquiere cada vez más peso en China, EEUU, Japón, Noruega, Reino Unido y Francia.

Así lo muestra el análisis realizado por Bloomberg New Energy Finance sobre la perspectiva del vehículo eléctrico en 2021. Según los datos de esta misma entidad, “las ventas de vehículos eléctricos están aumentando debido a una combinación de apoyo de políticas energéticas, mejoras en la tecnología y el costo de las baterías, mayor infraestructura de carga y nuevos modelos más atractivos. La electrificación también se está extendiendo a nuevos segmentos del transporte por carretera, preparando el escenario para los grandes cambios que están por llegar”.

También en España se aprecia un importante incremento de ventas (cerca del 42% con respecto a 2019) en las grandes ciudades, con Madrid, Barcelona y Valencia a la cabeza. Un informe de Cetelem asegura que el 11% de los españoles tiene claro que comprará un coche eléctrico durante los próximos dos años.

Ventajas de apostar por el vehículo eléctrico

Los costes de mantenimiento de un vehículo eléctrico son más bajos que los de un coche de combustión tradicional. Y es que los motores eléctricos tienen menos piezas sujetas a erosión -como la correa de distribución o el embrague; son automáticos- y no consumen líquidos. Además, gracias a sus sistemas de recuperación de energía (eso que llaman frenado regenerativo y que permite reducir la velocidad sin usar el freno), se reduce el desgaste de las pastillas de freno. No obstante, las reparaciones son más caras por el coste de los componentes originales y la necesidad de llevar el coche a un taller especializado.

Con respecto al impacto ambiental y la emisión de CO2 y otros contaminantes, el vehículo eléctrico incluye una tecnología capaz de eliminar tanto las emisiones de nitrógeno (NOx), como de pequeñas partículas de materia (PM) por abrasión. La eficiencia energética es otro de los puntos a favor de los motores eléctricos.

Claro que no todo son bondades. Volvo acaba de romper algunos de los mitos acerca de la (no) contaminación provocada por los coches eléctricos. La firma sueca no cuestiona las emisiones relativas al uso habitual de estos vehículos, sino los gases contaminantes asociados a las materias primas, los procesos de producción, el abastecimiento de combustible, la conducción a lo largo de una vida útil de 200.000 kilómetros y la destrucción final de sus modelos Volvo C40 Recharge eléctrico y su homólogo de combustión, el XC40.

¿El resultado? Producir su eléctrico supone un 70% más de emisiones que fabricar el XC40. Además, asegura que las versiones de batería requieren de un proceso de producción más contaminante.

Apoyo institucional y fiscal

Aparte de carecer de restricciones a la circulación en las ciudades que establecen zonas de bajas emisiones (ZBE) e importantes bonificaciones (incluso del 100%) en las de estacionamiento regulado, los vehículos eléctricos están exentos del pago de ciertos impuestos. Por otro lado, planes Moves establecen ayudas económicas directas y considerables descuentos para compra de este tipo de vehículos, así como facilidades para la instalación de puntos de recarga en el domicilio del propietario. Algunos fabricantes se están aliando con compañías eléctricas para ofrecer a sus clientes la instalación completa.

Desventajas idénticas

Igual que antes, actualmente, el precio de un coche eléctrico es bastante más elevado que el de uno convencional. La culpa sigue siendo de las baterías: el componente más caro de estos vehículos. ¿Por qué? Por los materiales necesarios para su fabricación: cobalto, níquel, litio; muy volátiles y cada vez más complicados de obtener. Y claro, la crisis del litio -que ha triplicado su precio-, el cobalto y los microchips no ayuda. De nuevo Bloomberg anuncia incrementos del coste de los suministros en 2022. Así que la esperanza de que los coches eléctricos se economicen queda bastante mermada por ahora.

La autonomía -la distancia que se puede recorrer con la energía acumulada- es una de las carencias que más desvinculan a quienes se plantean la posibilidad de adquirir un vehículo eléctrico. Es cierto que para los desplazamientos urbanos no supone un gran inconveniente. Sin embargo, a la hora de planificar un viaje la cosa se complica. Los eléctricos convencionales (los más económicos) garantizan únicamente autonomías entre los 300 y los 600 km. Y eso sigue siendo un hándicap en los viajes largos, sobre todo por la ausencia de cargadores en ruta.

Aunque existen puntos de recarga rápida (escasos) y ayudas para establecer un punto de recarga en casa, la infraestructura aún es deficiente y el desequilibrio entre las diferentes regiones españolas, demasiado evidente. En este sentido, nuestro país se encuentra a la cola con respecto a Europa, con un total de cerca de 13.000 puntos en todo el territorio nacional.

De nuevo las baterías vienen a complicar este parámetro, pues con el tiempo y el uso, pierden capacidad (cuando muere, su sustitución es muy costosa), lo que implica menor autonomía. Y otro enemigo íntimo: las temperaturas extremas (tanto en invierno como en verano) que afectan directamente al rendimiento de las mismas.

El frío requiere un consumo mayor para mantener la temperatura adecuada de la batería; también el calor acelera su desgaste y multiplica los tiempos de carga. Por ello, los principales fabricantes apuestan por mejorar los sistemas de refrigeración innovadores y proyectos de enfriamiento inmersivo.

Finalmente, tenemos que hablar de la potencia, inferior en los vehículos eléctricos. Un factor mucho menos condicionante, sin duda, pero que también influye a la hora de optar por la movilidad eléctrica.