José Piñero, alma mater de El Taller de Piñero: “La coctelería está siguiendo los pasos de la alta gastronomía y se está sofisticando muchísimo”

Hipnótico, sorprendente, ilimitadamente creativo. Así es José Piñero, el ‘maker de los chefs’, también conocido como el ‘fabricante de ideas’. Es el motor creativo que diseña las vajillas más sorprendentes de los chefs con Estrellas Michelin y ahora, también, los robots-camareros para la hostelería.

¿Cómo nace todo esto?

Todo esto nació a base de mucho trabajo y de creer en uno mismo. Nace de las inquietudes artísticas que me han acompañado desde que tengo conciencia y surgieron por el ambiente artístico que se respiraba en casa. La evolución de ganarme los cuartos realizando murales de gran formato a través de la aerografía, a entrar por la puerta grande de los mejores chefs del planeta, ha tenido mucho que ver con el azar. Trabajé en una tienda de discos -ganando 8.000 pesetas a la semana- y eso me llevó a tratar con los dueños de negocios de ocio nocturno y lanzarme a proponerles decorar las paredes de sus garitos con murales. Los buenos resultados y la agilidad en la ejecución hicieron que estos mismos clientes me confiasen encargos de mayor complejidad. Sin apenas medios, ni los conocimientos necesarios me tiraba al ruedo siempre con muy buenos resultados. Así, poco a poco, empecé a trabajar en la decoración integral de los espacios. Con el tiempo, fui integrando en el equipo a profesionales de diferentes oficios, convirtiéndonos -casi sin darnos cuenta- en “fabricantes de ideas”, lo que nos daba la capacidad para dar forma a cualquier reto que se nos planteara.

¿Cómo fue el salto de aquel primer mural hasta entrar a la cocina de los chefs?

Con nuestro carakol. Uno que nació de un sinsentido, de un cartel pintado -en un lugar de cuyo nombre no puedo acordarme- que decía “Vendo caracoles”. Eso desató algo en mí y pasó de ser un adhesivo para coches a figura, luego una exposición urbana llamada Carakollection. Por esas cosas del destino, un conocido quiso regalarles a sus clientes -los mejores chefs del país- esas figuras personalizadas para sus restaurantes. Cuando mi agenda lo permitía le acompañaba a entregarlo, por la curiosidad de conocer a esos talentos. Entonces apareció Albert Adriá, que por su capacidad de ver más allá, se interesó en el proceso de fabricación del carakol. Le conté que lo hacíamos en nuestro taller y conforme le iba explicando, se le iba iluminando la cara. Y me dijo una frase que cambió mi vida y abarcó un nuevo nicho de mercado en mi negocio: “Eres la persona que llevaba tiempo buscando para hacer realidad las piezas de vajilla que tengo en mente”. Eso, junto a ser referentes en el mundo de la gastronomía y su generosidad habitual de no ocultar sus descubrimientos, hicieron que todo fuera mucho más fácil. En pocos meses, se fueron sumando otros genios de la gastronomía nacional a mi cartera de clientes.

¿Qué es, para usted, el Taller de Piñero?

Somos “fabricantes de ideas”. Contar con un equipo propio de artesanos: diseñadores, interioristas, escultores, especialistas en moldes, carpinteros, herreros, lacadores, pintores artísticos, montadores... Incluso inventores, hace que seamos capaces de agrupar todo el proceso de fabricación dentro de las mismas instalaciones. Como me dijo un buen amigo, “somos un arca de Noé de los oficios”. Aparte de todo esto, contamos con maquinaria de última generación que nos facilita el trabajo. Eso sí, sin perder nuestra condición y el gran valor que tiene la artesanía.

¿Qué es lo más extraño que le han pedido?

Por regla general, nos buscan para cosas poco normales, con lo cual cada día nos enfrentamos a nuevos retos. Mientras paseas por nuestro taller, te puedes encontrar desde un conejo de 5,5 metros de altura, al fuselaje de un avión o piezas de vajilla que se trabajan con la delicadeza de una joya. Por destacar alguna (sobre todo por su complejidad), la pieza que creamos junto a El Celler de Can Roca: El Nou Mon. En ella se sirven snacks de diferentes partes del mundo sobre unas varillas que rodean a un globo terráqueo. En la base están los nombres de los países a los que pertenecen, pero salen de cocina desordenados. Mientras los comes, tienes que colocarlas sobre el país al que pertenece el sabor que acabas de probar. Entonces surge la magia. Mediante un sistema como el de un criptógrafo, la bola del mundo se abre y aparece el premio por acertar, en forma de snack.

Para usted la palabra imposible no existe. Le llaman el ‘maker de los chefs’ porque siempre lo hace posible. ¿Qué es lo que aún nadie le ha propuesto?

Sinceramente, hay pocas cosas que no hayamos hecho. Pocas a las que no nos hemos enfrentado. Pero, puestos a pedir, un gran proyecto en el que no haya limitaciones presupuestarias y, así, no tener ningún tipo de limitación.

¿Qué fuentes usa para su inspiración?

La inspiración la encuentro en todo lo que me rodea. La variedad de los encargos es tal que la chispa puede aparecer en cualquier rincón. Ayuda mucho estar viajando y, en el caso de la vajilla, el visitar y disfrutar de la mayor cantidad de restaurantes posible, ¡como un regalo del cielo!

Parecería que su creatividad es ilimitada... ¿Cuál es su criptonita?

¿Eso es una bebida?

¿Cómo llega al mundo de los cócteles?

La coctelería está siguiendo los pasos de la alta gastronomía y se están sofisticando muchísimo, son mediáticos, están de moda, etc. Esa inercia ha propiciado que cuenten con nuestro taller para ser más exclusivos y trasladar su propia personalidad y la de los cocktails a las piezas donde van a servirlos. Teniendo la misma suerte que con los chefs, empecé a trabajar con los más grandes: Simone Caporale, Diego Cabrera de Salmón Gurú y Giacomo de Paradiso, por ejemplo.

Es la personificación de lo inesperado y sorprende... ¿qué le sorprende?

Que pienses que soy la personalización de lo inesperado y sorprendente.

¿Con qué piezas se ha desquitado y la ha hecho más para usted que para el cliente?

¡Son muchas! Hay cantidad de clientes que confían plenamente en mí para desarrollar las piezas y es ahí cuando tengo la total libertad para crearlas. Y ahí es cuando tienen más que ver con mi personalidad.

¿Cómo llegan Macco y El Taller de Piñero a firmar un acuerdo de colaboración para diseñar estos robots camareros?

Pues como casi todo en mi vida, fruto del azar. Nos presentó Diego Coquillat -al que admiro mucho- y la conexión fue tan buena que, en pocas semanas, estábamos firmando un acuerdo de colaboración para diseñar las carcasas que cubren los robots, para dotarlos de personalidad. Ya hemos creado tres modelos que se adaptan al estilo de los locales donde vayan. Es un trabajo del que estoy disfrutando mucho.

¿Qué queda de ese chico que se quedaba dibujando horas y horas mientras la maestra hablaba?

Ese chico se sigue sintiendo un niño y conserva intacta la ilusión, las ganas y la capacidad de sacrificio, y un punto de locura que va in crescendo.

El Heart Ibiza con el Circo del Sol, los hermanos Adriá, David Muñoz, Dani García... Robots para hostelería... ¿Qué es lo próximo?

Mantener el negocio después de la que está cayendo.

¿Qué ha aprendido con esta pandemia?

Imaginaba que teniendo más tiempo libre iba a poder dedicarlo a la reflexión, a pararme a pensar... pero no ha sido así. He tenido que seguir trabajando duro, el poco tiempo que mi negocio me lo ha permitido, trabajando desde casa. He gastado mucho de ese tiempo reaccionando ante cómo afectaban los acontecimientos que se han ido sucediendo a un negocio de nuestra magnitud que trabaja principalmente para un sector tan afectado por esta pandemia como es la hostelería y he aprendido -a pesar de que mi día a día nunca es fácil- en situaciones tan adversas como esta, a mantenerme fuerte, firme, sobre todo mentalmente, y eso te da seguridad para saber cómo reaccionar ante este tipo de situaciones en un futuro.