El enfoque One Health no es necesario, es imprescindible

Hace más de veinte años que desde la Organización Mundial de la Salud se avisa de que la salud es algo que trasciende el cuidado del ser humano. La incidencia animal y medioambiental es cada vez más plausible y uno de los últimos ejemplos es cómo el cambio climático, el calentamiento de todas las zonas del planeta, ha activado una bomba de relojería donde solo nos queda la suerte como aliado.

El Permafrost, capas heladas repartidas por La Tierra, se está derritiendo, sin prisas, pero sin pausa. Una de las consecuencias más peligrosas para la humanidad es que dentro de esta cárcel de hielo se encuentran atrapados miles de virus con una antigüedad milenaria. Al no haber evolucionado al ritmo del resto de especies del planeta, su capacidad de infectar, así como las enfermedades que puedan provocar son tan impredecibles como peligrosas. Los propios científicos coinciden en que la peor pandemia vivida en los últimos cien años, el Covid-19, sería un juego de niños en comparación con algunos de estos patógenos.

Ya no se sabe si hay marcha atrás, seguramente no la haya. El derretimiento de estos muros de hielo es un hecho y la evolución del cambio climático no permite albergar esperanza alguna. Solo nos queda la labor de los científicos que están a los pies del muro.

Esos John Snows que luchan para que la amenaza del más allá no atraviese la última barrera de protección y aniquile a gran parte del resto del mundo. El problema es que nosotros no tenemos dragones legendarios que incineren las amenazas. Es posible que la realidad deje la ficción a la altura de las suelas de los zapatos.

En otras ocasiones, hemos hablado en esta publicación de la incidencia y complementariedad que existe entre la salud animal y la salud humana. El hecho más evidente es la resistencia que están creando las bacterias, a través de su evolución, a los antibióticos. Pero no solo son listas las bacterias, es que los humanos pecamos en demasiadas ocasiones de una falta de intelecto flagrante. Hemos usado hasta la saciedad y sin necesidad este tipo de medicamento, tanto que hemos provocado que las bacterias hayan aprendido antes de tiempo.

De igual forma, nuestra actividad sobre el mundo en el que habitamos está provocando una aceleración del cambio climático. Bajo ese Permafrost, además de virus o bacterias desconocidas, también hay metano, dióxido de carbono e incluso metales pesados. Su liberación será gasolina para ese cambio climático contra el que comenzamos a luchar tarde y sin demasiada determinación. Buen verano y volveremos a leernos en septiembre.