El glaucoma: “El ladrón silencioso de la vista”
El glaucoma es una de las principales causas de ceguera en los países desarrollados y, sin embargo, un elevado porcentaje de la población desconoce en qué consiste la enfermedad y qué se puede hacer para evitar una discapacidad severa asociada a la misma. Estamos hablando de una enfermedad muy frecuente.
Se estima que la prevalencia de glaucoma en todos los grupos de edad está en torno al 2%. La prevalencia aumenta con la edad, siendo de aproximadamente del 2% en los mayores de 40 años y alcanzando el 10% en los mayores de 75. Al ser una enfermedad asintomática, se la conoce como “el ladrón silencioso de la vista”, y por eso existe un elevado porcentaje de casos sin diagnosticar. En España, al igual que en otros países de nuestro entorno, se estima que el 50% de los casos de glaucoma están sin diagnosticar a pesar de que la población tiene, en líneas generales, un buen acceso al sistema sanitario público y privado.
Hay dos grandes grupos de glaucomas: el de ángulo abierto y el de ángulo cerrado. La diferencia fundamental entre ambos está en la anatomía del ojo. En el de ángulo cerrado, el ojo es habitualmente más pequeño de lo normal y existe una imposibilidad anatómica para el correcto drenaje del líquido que rellena la parte anterior del ojo (humor acuoso).
En el de ángulo abierto, el ojo es anatómicamente normal, pero existe una alteración estructural en las estructuras de drenaje del humor acuoso de tal manera que este se acumula en el interior del globo ocular, lo que hace que aumente la presión intraocular y esta dañe progresivamente el nervio óptico. Este es el tipo más frecuente en los países occidentales, y constituye una de las principales causas de ceguera irreversible si no se trata adecuadamente.
En la mayoría de los casos, el glaucoma es una enfermedad crónica en la que existe un daño progresivo del nervio óptico. El principal factor de riesgo es la presión intraocular elevada, aunque existen otros como el envejecimiento, los antecedentes familiares y los grandes defectos refractivos (tanto la miopía como la hipermetropía elevada). Las formas crónicas de glaucoma son, por lo general, asintomáticas hasta estadios muy avanzados, lo que significa que solo pueda detectarse en fases iniciales si el paciente acude al oftalmólogo para ser sometido a una exploración completa que incluya no solo la medida de la agudeza visual, sino también la medida de la presión intraocular y un examen de fondo de ojo, que detecta cambios en el nervio óptico.
El daño del nervio óptico se traduce en una disminución en la amplitud del campo visual, y no produce pérdida de visión hasta que se encuentra muy avanzado. A partir de los 40 años, todas las personas deberían hacerse una exploración oftalmológica completa para descartar la presencia de glaucoma.
Tras esta primera exploración, si no hay otros factores de riesgo, se podría repetir cada dos años. En caso de tener otros factores de riesgo (por ejemplo, antecedentes familiares de primer grado), las revisiones deberían ser anuales. A día de hoy el tratamiento del glaucoma consiste en disminuir la presión intraocular. Esto puede conseguirse por medio de fármacos (gotas), láser o cirugía.
El tratamiento inicial más habitual consiste en gotas diarias que reducen la formación de humor acuoso, o facilitan su eliminación. Se pueden combinar gotas con distintos mecanismos de acción para conseguir un efecto más potente. Como alternativa al tratamiento con gotas de inicio se está utilizando, en los últimos años, un tratamiento láser denominado trabeculoplastia selectiva. Este tiene una eficacia muy similar a las gotas que habitualmente se utilizan como tratamiento de primera línea, y presenta la ventaja que no depende del cumplimiento del paciente. En los casos en los que las gotas o el láser no pueden controlar la enfermedad se debe recurrir a la cirugía.
Las cirugías habitualmente consisten en hacer una vía de drenaje alternativa para el líquido que rellena la parte anterior del ojo. Estas cirugías consiguen estabilizar la enfermedad en un elevado porcentaje de casos, aunque en ocasiones es necesario continuar el tratamiento con gotas o incluso realizar nuevas cirugías.
Cuando es necesario, estas cirugías se pueden realizar al mismo tiempo que la cirugía de cataratas, puesto que tanto las cataratas como el glaucoma son patologías cuya prevalencia aumenta con la edad y coexisten con frecuencia en una población cada vez más envejecida.
Las cirugías convencionales para el glaucoma presentan una elevada eficacia, pero también potenciales complicaciones que pueden poner en riesgo la visión del ojo intervenido. Esto ha hecho que en los últimos años se hayan desarrollado otras opciones de tratamiento quirúrgico que persiguen un buen resultado hipotensor, pero con un mejor perfil de seguridad. Son las llamadas cirugías mínimamente invasivas o mínimamente penetrantes.
Estas suelen consistir en la colocación de un implante de drenaje a través de una pequeña incisión, con lo que la descompresión del globo ocular es más controlada, disminuyendo así el riesgo de complicaciones. Son muchas las técnicas quirúrgicas que comparten esta filosofía. La última de ellas ha sido el implante XEN®63 de AbbVie, un tubo de colágeno de 63 micras de diámetro interior que conecta la parte anterior del ojo con el espacio subconjuntival, actuando como un stent que elimina el exceso de humor acuoso que produce la elevación de la presión intraocular.
Este es un implante con una elevada eficacia y un buen perfil de seguridad que permite una recuperación más rápida del paciente que las cirugías convencionales. Este tipo de cirugías pueden ser combinadas también con la cirugía de cataratas, consiguiendo en un solo acto quirúrgico un buen control del glaucoma y la rehabilitación visual del paciente.