El 98% de los medicamentos para el Alzheimer no llegan al mercado

La industria farmacéutica no encuentra las moléculas que consigan detener la progresión del Alzheimer. El desarrollo de fármacos para esta enfermedad neurodegenerativa se caracteriza por ser un proceso caro, largo, complejo y con un alto número de fracasos para las compañías.

Con una tasa de éxito del 2%, según datos de la patronal americana Phrma, el desarrollo de nuevos fármacos para la enfermedad de Alzheimer se caracteriza por ser un proceso caro, largo y complejo para las compañías farmacéuticas. “Se considera una enfermedad de alto riesgo por el número de fracasos, pero con un mercado potencial enorme de ganancia económica para las compañías. El anunciar que vas a invertir en Alzheimer provoca una subida en Bolsa”, explica Raquel Sánchez-Valle, jefa del Servicio de Neurología del Hospital Clínic de Barcelona. La enfermedad de Alzheimer tiene una serie de peculiaridades que llevan a que la industria farmacéutica no termine de dar con la tecla para hacer llegar al mercado un fármaco que consiga detener la enfermedad. En primer lugar, la inversión que han realizado las farmacéuticas en este área terapéutica es mucho menor a la realizada en otros ámbitos, como el de las enfermedades oncológicas o el del VIH (virus de la inmunodeficiencia humana).

Bien se sabe que el tiempo medio para desarrollar un fármaco se caracteriza por ser un proceso largo, que puede llegar a prolongarse hasta diez años. Sin embargo, el desarrollo de fármacos para las enfermedades neurodegenerativas, donde se incluye el Alzheimer, puede alcanzar los 24 años. “Ahora se está necesitando un mínimo de 18 meses para fármacos que pretenden modificar la enfermedad, ya que, al ser una enfermedad lentamente progresiva, se considera que en menos de 18 meses no se puede ver un cambio en la evolución de la enfermedad”, afirma la experta. Este largo proceso de desarrollo conduce a que el coste del desarrollo de estos fármacos sea mucho mayor en comparación con otras áreas terapéuticas.

Además de las dificultades mencionadas anteriormente, a nivel biológico también aparecen ciertas peculiaridades. En este orden de cosas, el primer problema que se encuentran las compañías que deciden apostar por este campo terapéutico es que las neuronas no se regeneran. Esta situación conduce a la necesidad de contar con tratamientos que sean lo suficientemente precoces para parar el proceso de la enfermedad. Sin salir de esta línea, la membrana que protege al cerebro también se suma a a la lista. En este sentido, esta barrera hace que los fármacos penetren peor y, por consiguiente, al no llegar al cerebro, muchos no pueden actuar. Según Sánchez-Valle, “si no llega la dosis adecuada al cerebro del paciente, el fármaco no va a conseguir tener ningún efecto clínico”.

En el año 2020, según datos difundidos por el informe Alzheimer’s Disease Drug Development Pipeline, había 136 ensayos en marcha, correspondientes a 121 medicamentos. De esa cantidad, la mayor parte de ellos se encontraban en fase intermedia (65). Muchos de ellos no consiguen pasar a fase final porque en la fase II no se ven indicios de que las moléculas puedan ofrecer efectos clínicos. En los últimos años, los medicamentos que modifican el curso de la enfermedad están ocupando un 60% en el desarrollo de nuevos ensayos clínicos. “Hay mucho interés en la carrera del alzheimer, pero de ahí a que se logre un fármaco eficaz queda mucho. De hecho, seguimos con los fármacos de hace 20/25 años, que son los que se llaman mejorantes o mejoradores de la sintomatología cognitiva”, recalca David Pérez, jefe del servicio de Neurología del Hospital Doce de octubre.

Mercado actual

Las únicas dianas terapéuticas aprobadas van dirigidas a tratar los síntomas de la enfermedad. En este sentido, la primera que se aprobó fue la diana colinérgica. Los pacientes con alzheimer presentan una disminución de un neurotransmisor llamado acetilcolina. A finales de la década de 1990, principios de los años 2000, fármacos como el donepezilo, la rivastigmina y la galantamina llegaban al mercado para aumentar los niveles de este neurotransmisor. El segundo tipo de fármacos es la memantina, que actúa sobre otro neurotransmisor, el glutamato, también implicado en algunas funciones cognitivas.

En la enfermedad de Alzheimer hay dos proteínas fundamentales: el betamiloide y la proteína tau fosforilada. Según la neuróloga, se sabe que un exceso de la proteína amiloide es el que provoca la aparición de la enfermedad y que, después de esta proteína, aparecen alteraciones en la tau. Con estos conocimientos, las compañías emprendieron el camino hacia el desarrollo de la primera generación de fármacos antiamiloides, pero se encontraron con que las dosis que llegaban al cerebro del paciente no eran suficientes. A día de hoy, las compañías siguen persistiendo en esta diana porque quieren que sus desarrollos lleguen al cerebro. Esta situación nos lleva hasta la segunda generación de antiamiloides, actualmente en desarrollo. En este campo, entran en juego el aducanumab (Biogen), el lecanemab (Eisai y Biogen) y el gantenerumab (Roche).

En el campo de los fármacos anti tau, la experta explica que “los estudios no han llegado a demostrar que modifiquen la tau del cerebro”, pero esta diana sigue activa con nuevos fármacos que penetren mejor en el Sistema Nervioso Central. Otros medicamentos que se están testando en la actualidad son los antiinflamatorios.