Los retrasos en el acceso a fármacos innovadores lastran a la neurología

La cumbre europea de expertos en epilepsia pone voz a los clínicos que lamentan que en Europa la aprobación de tratamientos innovadores no se traduzca en acceso ágil a esas nuevas terapias por los retrasos en procedimientos de precio y reembolso.

Los procedimientos para establecer el precio de los nuevos medicamentos y decidir si se pagarán en el sistema público tienen que mejorar en Europa, tanto en agilidad como en coordinación, pero además tienen que estar diseñados de manera que reflejen el valor de los nuevos medicamentos, según expertos en neurología reunidos en el último encuentro organizado por la Liga Europea contra la Epilepsia (ILAE).

Eugen Trinka, presidente del comité científico de este congreso, considera que el acceso a las nuevas terapias contra la epilepsia mejoraría de forma sustancial si los procedimientos para aprobación y disponibilidad estuvieran armonizados en la Unión Europea y si el valor que cada tratamiento aporta se viera reflejado en los precios. El hecho de que cada país cuente con modelos distintos acaba retrasando el acceso, indica.

Ley Sander, jefe del departamento de epilepsia de la universidad UCL (University College London, Reino Unido), constata ese “bache” entre la aprobación en la Unión Europea y la disponibilidad de los nuevos medicamentos en cada país. En contra de la teoría de que suponen un gasto adicional, recuerda que el empleo de terapias más eficaces puede evitar complicaciones y suponer un ahorro sanitario, pero esta es una idea que “lamentablemente suele pasarse por alto”.

Sander reconoce que comprende que los recursos financieros son limitados y que los pagadores “tienden a retrasar el acceso a nuevos -y a veces caros- medicamentos por cuestiones de impacto en el presupuesto”.

El neurólogo, que intervino en una sesión en la que se presentaron los resultados del medicamento cenobamat, apunta que, aunque en Reino Unido las autoridades dieron luz verde a su empleo en diciembre del año pasado, su empleo “que supuestamente es obligatorio” encuentra barreras en la práctica. “Los médicos de atención primaria argumentan que es un medicamento de empleo hospitalario, y en los hospitales preocupa su coste”. De acuerdo con este especialista, “bien se podría decir que los criterios económicos interfieren en lo que indica la evidencia científica”.

También subraya que reducir los ataques de epilepsia un 50%, un resultado que se considera aceptable en la especialidad, no debería ser suficiente “para el paciente ni para el médico”. No hay que perder de vista el objetivo, que es mantener a los pacientes libres de ataques de epilepsia.

Vicente Villanueva, neurólogo del Hospital Universitario la Fe de Valencia, y coordinador de uno de los estudios con este medicamento, dice que han observado que se pueden lograr tasas “sin precedentes” de pacientes libres de ataques.

En España no se ha aprobado aún su precio ni se ha tomado una decisión sobre su financiación.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), se calcula que el 25% de los casos de epilepsia podrían prevenirse. Los principales factores de riesgo modificables son las lesiones perinatales, las infecciones del sistema nervioso central, los traumatismos craneoencefálicos y los accidentes cerebrovasculares. “Existen intervenciones preventivas eficaces que se pueden integrar en respuestas de salud pública en el ámbito de la salud materna y neonatal, el control de las enfermedades contagiosas, la prevención de las lesiones y la salud cardiovascular”, indica la organización.

En el congreso se ha propuesto abordar la salud pública con los principios de la medicina de precisión, en este caso aplicada a las intervenciones para esta enfermedad.

El presidente saliente de la Liga Internacional contra la Epilepsia (ILAE), Samuel Wiebe, recordaba en su intervención que la medicina de precisión consiste en “administrar el tratamiento adecuado, al paciente adecuado en el momento adecuado”. La salud pública de precisión, por su parte, consiste en “poner en marcha la intervención adecuada, para la población precisa, en el momento adecuado”.

Los planes de salud orientados a la epilepsia deben basarse en las evidencias científicas, como la que indica que uno de cada cuatro casos pueden prevenirse porque son consecuencias de enfermedades prevenibles: las de la esfera cardiovascular. Por lo tanto, razonaba que las medidas de salud pública que promuevan la salud cardiovascular pueden ser herramientas para la prevención de la epilepsia.

También indicaba que la cantidad de dinero invertido no es necesariamente proporcional al éxito de las intervenciones. Basándose en la mortalidad neonatal por epilepsia, advertía que según un reciente informe de la ILAE, en Finlandia la inversión es baja comparada con la de Estados Unidos, pero su tasa de mortalidad infantil por esta causa es de solamente el 0,8%. Considera que la calidad de las medidas adoptadas, y su relación con lo que la ciencia va aportando, son la clave. Por eso disponer de datos es imprescindible.

En contra de enfoques “académicos”, se inclina por destacar que no es buena idea diseñar nuevos modelos de atención sanitaria que se quedan “flotando” en el espacio académico. Propone dejar de pensar en teoría y atender a los esquemas que se pueden poner en práctica, son seguros y útiles.

Igual que se atribuye a Napoleón la idea de que “para ganar una guerra hacen falta tres cosas: dinero, dinero y dinero”, para Wiebe los modelos eficaces de atención en salud requieren “datos, datos y datos”. Todas las especialidades médicas deberían operar bajo esos parámetros, opina.

La epilepsia es una enfermedad crónica no transmisible del cerebro que afecta a unos 50 millones de personas en todo el mundo, lo que la convierte en una de las enfermedades neurológicas más frecuentes. Cada año se diagnostican unos 5 millones de casos en el mundo. En los países con ingresos más altos, se estima que son 49 por 100.000 anualmente. En los países con ingresos medios y bajos, la cifra es de 139 por 100.000 habitantes al año. Los motivos de esta disparidad, según los expertos, son probablemente la mayor incidencia de enfermedades infecciosas, accidentes de tráfico y problemas en el parto en los países en los que los recursos sanitarios y preventivos son más escasos. Casi el 80% de los pacientes con esta condición viven en países de ingresos medios o bajos.

Se calcula que hasta el 70% de los pacientes podrían vivir sin ataques de epilepsia si se diagnosticaran a tiempo y recibieran el tratamiento adecuado, de acuerdo con un informe de la OMS. Los ataques o episodios son consecuencia de un exceso de descargas eléctricas en grupos de células cerebrales. Esas descargas pueden afectar a diferentes regiones del cerebro. Un ataque puede consistir en un breve momento de alteración de la atención o un movimiento muscular involuntario, pero también hay ataques que se prolongan y provocan convulsiones severas. También pueden variar en su frecuencia: desde menos de uno al año hasta varios episodios en un solo día.

Que una persona experimente un episodio de epilepsia aislado no significa que tenga la enfermedad. Se calcula que hasta el 10% de toda la población mundial podría vivir esa situación en algún momento de su vida sin que se repita. La epilepsia se define por la presentación de dos o más ataques no provocados.

Es una de las enfermedades más conocidas a lo largo de la Historia. Hay abundantes documentos que hacen referencia a ella en la Grecia antigua, pero también se ha documentado siglos antes con diferentes denominaciones, según recuerda la Organización Mundial de la Salud. Sin embargo, el miedo, la falta de comprensión, la discriminación y el estigma han rodeado a la enfermedad prácticamente siempre. En muchas partes del mundo, tanto los pacientes como sus familias sufren discriminación por esta causa.

El riesgo de muerte prematura es hasta tres veces mayor en las personas con epilepsia cuando se comparan con la población general.