La academia pide paso en los equipos de I+D de las farmacéuticas

Un libro blanco elaborado por expertos de la Universidad de Harvard para el Foro Mundial de la Innovación Médica da fe de que “el modelo en el que las instituciones académicas crean nuevas terapias es un esquema completamente nuevo al que la industria farmacéutica va a tener que adaptarse”.

Poco más de 20 expertos en sanidad, ciencia e inversiones han compartido con profesores de la Universidad de Harvard su visión sobre el nuevo esquema de trabajo al que han dado lugar las nuevas terapias génicas y celulares. El resultado es un libro blanco que se presenta en Boston (Estados Unidos), sede de dicha universidad, durante los primeros días de mayo. En él, un alto ejecutivo se refiere a esta nueva forma de trabajar como un esquema “sin precedentes en el descubrimiento de medicamentos”.

Desde la década de los años 70 del siglo pasado, la naturaleza de la colaboración entre instituciones académicas e industria farmacéutica se ha mantenido más o menos igual en cuanto al desarrollo de nuevos medicamentos. Tradicionalmente, los centros de investigación universitarios se han concentrado en desvelar los mecanismos de las enfermedades. De este modo identificaban posibles dianas terapéuticas, a las que se dirigen los medicamentos para tratar las enfermedades modificando sus efectos dañinos en el organismo. A partir de ese punto, era la industria farmacéutica (o biofarmacéutica) la que llevaba la voz cantante, con el desarrollo de los medicamentos y su evaluación en ensayos clínicos hasta su lanzamiento, según recuerdan los autores del libro blanco a partir de sus conversaciones con los expertos y los ejecutivos del sector.

Consideran un fenómeno “único” el protagonismo de los centros académicos (a los que se refieren con las siglas AMC, del inglés Academic Medical Centers) que se ha extendido a numerosas fases de la I+D del ramo cuando se trata de terapias celulares y génicas (GCT en su nomenclatura). Es el caso de la Universidad de Pennsylvania (Estados Unidos) en el desarrollo de Kymriah y Luxturna, terapia CAR-T para cáncer hematológico y terapia génica para evitar la pérdida de visión, respectivamente. Lo mismo ha sucedido con el Hospital Pediátrico Nationwide de Ohio y Zolgensma, la terapia génica para la atrofia muscular espinal.

Según los autores del documento, estos distan mucho de ser casos aislados, las instituciones académicas y la industria están teniendo que buscar una serie de nuevos incentivos, actitudes y métodos de trabajo que permitan seguir poniendo a disposición de los pacientes estas sofisticadas terapias.

Comparadas con otras modalidades de innovación en el mundo de los medicamentos, las terapias avanzadas son “un mundo aparte”. Su periodo de maduración es mucho más largo y complejo. Efectos adversos tempranos y una enorme complejidad en los procedimientos hicieron que la industria dejara más o menos de lado este tipo de tratamientos en sus planes de desarrollo desde la década de los 90 hasta casi 2010. “El riesgo era sencillamente demasiado elevado para atraer inversores”. En un relativo “vacío operativo”, unos pocos investigadores dieron un paso adelante y lograron obtener suficientes fondos de los estadounidenses Institutos Nacionales para la Salud (NIH) y de mecenas privados para demostrar que tecnológicamente las terapias avanzadas eran posibles, y que su impacto potencial sería enorme. Eso despertó el interés de la industria.

Centros de investigación académicos

Desde las compañías farmacéuticas apuntan otro elemento importante. Las terapias GCT, por su propia naturaleza, tienen en los centros de investigación académicos un marco adecuado para desarrollarse. Los trasplantes de médula ósea que se han venido usando cada vez más desde la década de los 80 del siglo pasado se han perfeccionado y hecho más sofisticados. Eso convierte a los hospitales donde se investiga en centros en los cuales desempeñan su trabajo quienes mejor dotados están por su experiencia para trabajar en terapias de tipo celular.

Una de las cuestiones recurrentes que los autores han encontrado en sus conversaciones con los expertos ha sido el papel clave de los investigadores principales.

Los investigadores principales gozan de una independencia considerable. Tienen sus propias fuentes de ingresos a través de becas y, como miembros de facultades, no tienen que responder a los imperativos jerárquicos en la misma medida que muchos de los profesionales que desarrollan sus carreras en el mundo de la salud. Esto les permite alcanzar un nivel de experimentación elevado, y asumir riesgos de un modo que “no es posible replicar en la industria”. Además, su condición doble de científicos y médicos les dota de experiencia clínica y contacto con los pacientes también de una manera que solamente se produce en la combinación de ambos papeles. No obstante, esa misma independencia acarrea un nivel de idiosincrasia que en el sector se considera “difícil de manejar en el plano institucional”.

Una de las situaciones que ya se ha presentado como “de difícil manejo” es que un investigador decida iniciar colaboraciones con otros centros académicos o con otras compañías farmacéuticas sin que esas conexiones formen parte de una estrategia a largo plazo, al menos no en el sentido empresarial del término.

En un fenómeno indirectamente relacionado, cuando en España se ha aprobado una terapia CAR-T de titularidad pública se han abierto las puertas a un nuevo modelo de acceso. Por lo menos, así es como lo ve Julio Delgado, miembro del equipo del Hospital Clínic de Barcelona que desarrolló esta terapia. Para Delgado, este puede ser el primer paso a un sistema de acceso “completamente nuevo” que lograría un acceso más ágil a esta terapia avanzada.

ARI-0001, que es como se llama la terapia CAR-T en cuestión, ha recibido de la Agencia Europea del Medicamento (EMA) la designación PRIME. Eso quiere decir que se ha convertido en una terapia que merece especial atención y un procedimiento de evaluación acelerado para llegar a los pacientes lo antes posible. Pero no es eso a lo que se refiere el investigador, sino a que el actual modelo que consiste en extraer células del paciente, enviarlas a centros especializados de la industria farmacéutica para que sean modificadas -las convierten en medicamentos o portadoras de medicamentos-, esperar y luego infundirlas puede tener una alternativa más eficaz.

Si con la aprobación en Europa se pudieran autorizar uno o dos centros médicos por país para el procesamiento de las células, eso agilizaría bastante las cosas, puesto que ahora los centros que se han autorizado son escasos y están fuera de España. “Así es como funciona la industria, nosotros trabajamos de una forma completamente diferente”.

En general, y a pesar de las diferencias, los líderes de las grandes compañías farmacéuticas tienden a ver con buenos ojos esa implicación cada vez mayor de los académicos en el mundo del desarrollo de nuevos medicamentos. Uno de sus objetivos principales, y compartidos, es fomentar la colaboración con este tipo de instituciones. De hecho, perciben la actividad académica como uno de los pilares de la innovación, que viene a complementar sus propios esfuerzos por encontrar nuevas soluciones a los problemas de salud de la población. A veces conciben las instituciones académicas como buenos “supermercados” donde adquirir productos de gran potencial a precios razonables, pero los participantes en el libro blanco indican que también se percibe que los centros académicos están aprendiendo a negociar cada vez mejor el precio de sus hallazgos.

Es “irregular”, en el relato de los ejecutivos que han participado en el informe, la relación con los investigadores a título individual. Las relaciones más fluidas son las que tienen con los que ya han trabajado con compañías farmacéuticas en el pasado. Si la academia pudiera contribuir a formar a sus propios miembros en materia de desarrollo industrial, cuando fuera necesario, la colaboración sería más fácil de cara al futuro, indican.