La desinformación: la gran aliada del coronavirus

Hace dos años, el mundo entero se encogía ante la peor crisis sanitaria de los últimos cien años. De la noche a la mañana, el mundo cambió, nos mandaron a casa y la única ventana que se tenía al alcance de la mano para poder saber qué estaba ocurriendo era un dispositivo electrónico con conexión a internet. En estas situaciones, la mezcla de miedo y desconocimiento es uno de los peores cócteles para poder afrontar la situación con la cabeza fría, al tiempo que los encantadores de serpiente tienen los mejores mimbres para sembrar el desconcierto. La única comparación que se puede realizar sobre el número ingente de contagios provocados por el coronavirus es la proliferación de noticias falsas y gurús de la desazón social.

En esas hemos vivido durante los dos últimos años. Fotografías falsas e informaciones inciertas basadas en estudios científicos inexistentes o manipulados recorrían las redes sociales haciendo la competencia a los periodistas que trataban de buscar una imagen nítida de la realidad para proporcionársela a la ciudadanía. Y cuando el miedo y el desconcierto reinan en una situación, los seres humanos somos conservadores y buscamos aquello que refuerce la idea que nos permita la mayor comodidad posible.

Cierto es que los profesionales de la información también tenemos que entonar el mea culpa. En los últimos años nuestra reputación se ha visto erosionada. Recuerdo una conversación en los pasillos del Congreso de los Diputados donde le instaba a un político que su profesión era la que peor reputación tenía entre la ciudadanía, a raíz de una encuesta. Su respuesta fue hiriente: “Vosotros sois la segunda”, dijo.

Más allá de harakiris propios, en la desinformación y la propaganda, las que peor han salido parada han sido las vacunas desarrolladas contra la pandemia. No ha habido ningún suero que no se haya llevado su ración de desprestigio en las redes sociales. Evidentemente, el mensaje termina calando y los ciudadanos repiten los mantras porque se los han creído a pies juntillas. Pero es solo una fachada que se cae con mucha facilidad. Muchos de los que claman contra esas vacunas no dudarían ni un segundo en que se les administrase un tratamiento desarrollado en el mismo tiempo y con las mismas prisas si contrajese la enfermedad en su versión más grave.

Durante estos dos años, además de haber intentado informar de la mejor manera posible, también nos hemos tenido que enfrentar a una propaganda que lo contaminaba todo. Por suerte, el tiempo lo pone todo en su lugar y hoy podemos decir con orgullo, que los que tratamos de informar, llevábamos razón.