La salud mental durante la pandemia. (‘No hay mal que por bien no venga’)

La humanidad desbordada parece insaciable en su necesidad de hablar y de oír hablar del SARS-CoV-2, consumiendo opiniones e informaciones que se entrecruzan vertiginosamente hasta producir una mezcla de ideas, sentimientos y conductas complejos y contradictorios tan propia del ser humano. Todos queremos saber y todos querríamos dejar de pensar. Reconocemos nuestra inseguridad por no tener claro qué hacer en esta situación al mismo tiempo que nos mostramos tajantes al sentenciar sobre lo que deben hacer los demás. Es claro que en todo esto hay un componente mental a tener en cuenta: nuestras emociones dominan el modo en que como individuos y como grupo enfrentamos el reto de la pandemia. Los profesionales de la Salud Mental observamos esta realidad con el anhelo de comprender y con la obligación de ayudar.

¿Será la pandemia un mal del que se derive un beneficio? La incertidumbre presagia tanto malos resultados como posibilidades de mejora. Apelar al optimismo puede ser un atrevimiento intolerable, a la vista del coste de vidas y pérdidas económicas que la humanidad soporta en los últimos tiempos, pero es deber de todo profesional de la Salud Mental ayudar a sus semejantes a afrontar las crisis como una oportunidad de crecimiento, esa es la experiencia histórica de la humanidad conmovida por crisis que abrieron nuevos tiempos y nuevos aprendizajes para el progreso.

Todos los organismos nacionales e internacionales informan de un incremento en los problemas de Salud Mental, como la ansiedad, la depresión, las adicciones (de sustancias y adicciones comportamentales), ideas de suicidio. No pueden generalizarse las experiencias. El aislamiento impuesto por las normas de confinamiento y el retraimiento autoimpuesto por el miedo o la desgana han empeorado la situación de personas dependientes, personas deprimidas, pero en cambio ha supuesto un cierto alivio a ciertos individuos, como quienes padecen fobia social, y dicen que con la pandemia han estado “menos mal o incluso mejor”.

Las personas con enfermedades mentales que necesitan de sistemas complejos de apoyo y tratamiento han visto entorpecido su acceso a tales servicios, con el lógico empeoramiento. También el estigma ha favorecido la inasistencia a la consulta. Los problemas de ansiedad, depresión e insomnio han aparecido en muchas personas durante esta época; así como se ha comunicado un mayor porcentaje de pensamientos suicidas entre adultos jóvenes. La infección ha sido nociva por un doble mecanismo: el efecto directo (daño) de padecer Covid y el efecto indirecto (estrés) al verse afectado por las circunstancias psicosociales que la pandemia produce. Las personas afectadas por la infección tienen mayor riesgo de presentar síntomas mentales en fases agudas o posteriores. Algunas personas han presentado síntomas mentales como efecto secundario de fármacos.

Casi todos los países han puesto mayor atención sobre la Salud Mental de los profesionales sanitarios y son muchos los que se preguntan por los problemas a largo plazo. En el extremo opuesto, un efecto positivo resaltable es la generalización del uso de la llamada telepsiquiatría, aunque tiene sus limitaciones.

Todos los servicios sanitarios están intentando detectar los efectos sobre los pacientes en tratamiento. La incertidumbre, aislamiento, pérdidas afectivas y económicas) de la pandemia se han aliado con otros factores de riesgo para la Salud Mental como el uso de alcohol y otras sustancias adictivas, la soledad no deseada, la ausencia de alojamiento (personas sin techo), la marginalidad, la dependencia de los otros, la precariedad de recursos económicos o psicológicos, etc. Frente a ellos existen otros denominados factores de protección como el contar con una red de apoyo afectivo o instrumental, el haber desarrollado habilidades adaptativas...

La confluencia de factores de riesgo, a modo de tormenta perfecta, ha actuado sobre ciertos grupos de población: las personas mayores (a sus problemas de salud se han sumado sus menores posibilidades de superar los inconvenientes del aislamiento, la falta de autonomía para elegir el entorno más favorable o huir del más amenazador, dificultades de comunicación acentuadas por su bajo acceso a tecnologías para comunicarse); las personas afectadas por la violencia doméstica, cuyas tasas se han disparado. También generan dudas los efectos sobre la Salud Mental de quienes, en los importantes años de la infancia se han visto limitados en el contacto con los iguales y han vivido las relaciones familiares de manera digital.

Mi última reflexión se centra en la importancia de los factores de protección, y más concretamente en lo que denominamos afrontamiento, concepto que se define habitualmente, siguiendo a Lazarus y Folkman, 1984, como el conjunto de estrategias cognitivas y conductuales que la persona utiliza para gestionar demandas internas o externas que sean percibidas como excesivas para los recursos de que dispone.

¿Qué oportunidades nos ofrece la pandemia? Exigencias excesivas y estrategias para afrontarlas son probablemente claves para la Salud Mental de todos nosotros en estos tiempos. Saber elegir la estrategia adecuada, saber enseñar la estrategia más recomendable, practicar la estrategia más adaptativa son obligaciones para todos y cada uno de nosotros.

Debemos afrontar la Incertidumbre, aceptar la ansiedad y la sensación de falta de control que nos genera. Saber situarnos en un punto saludable entre la negligencia y la imprudencia. La prudencia nos permite identificar los riesgos y con ello elegir la mejor opción. Debemos afrontar la desconfianza, asumir nuestra inseguridad y la de los demás.

Podemos descubrir el valor de la cooperación, de la solidaridad. Debemos convertir el afrontamiento en oportunidad de crecimiento. Superar la pandemia nos llevará a ser individuos y sociedades con nuevos recursos psicológicos. Elegir malas estrategias para sobrevivir mantendrá nuestros problemas de Salud Mental.