La ciencia y la salud están, por fin, de moda en España

En España apostar por la ciencia siempre ha costado más de la cuenta. Puede que sea un problema social, de idiosincrasia, donde la máxima de que el dinero es cobarde se cumple más que en cualquier otro país de nuestro entorno europeo. Tampoco ha habido nunca una decisión de país. Muchas de nuestras mejores mentes se han fugado al extranjero en busca de oportunidades que España no dibujaba. Si se piensa un segundo, es una decisión demencial. Durante una vida, la sociedad en su conjunto paga vía impuestos la formación de grandes científicos que, como deber cívico, deberían quedarse en el país para devolver ese esfuerzo social. El drama no es que sean una panda de egoístas que se olvidan de quienes le posibilitaron llegar a lo más alto, sino que ni siquiera el país tiene intención de aprovechar esas mentes.

Sin embargo, la pandemia más dura de los últimos cien años ha cambiado las tornas. En España (y puede que en cualquier país del mundo) se necesita una desgracia para poner remedio a un problema. Así ha sido siempre, desde aspectos circunstanciales como las caídas de los árboles sobre personas hasta la propia concepción del futuro del país. Cuando se ha llegado a la conclusión de que sin salud no hay ni economía ni prosperidad, los gobiernos y la sociedad han cambiado su punto de vista. Un ejemplo práctico se ha vivido en el último BioSpain, la feria de la biotecnología española que causa furor tanto en inversores nacionales como internacionales. Las innovaciones en salud se quieren potenciar porque, aunque siguen siendo inversiones bañadas en incertidumbres, ahora hay una clara sensación de que el invento que alcance cotas de comercialización será aprovechado por los Estados, los mayores y principales compradores de salud.

También llegarán los fondos europeos con la vocación de convertir a España en un polo de atracción farmacéutica. Lástima que siempre hay un pero y en esta ocasión es la demora hasta 2022. Pero ya ha habido una primera partida que se está utilizando en modernizar el parque tecnológico de los hospitales, tan obsoleto que incluso algunas de sus máquinas les cuesta adaptarse a internet.

Pero el coronavirus solo ha sido una batalla, que ha sido dura por lo inesperado de su aparición. No será la peor pandemia y solo hace falta ver la tasa de mortalidad general del virus, un 2%. Imaginar una que tenga tan solo un 10% (la mitad de lo que fue la viruela) produce escalofríos. Pero no solo habrá nuevos patógenos que nos amenacen. La necesidad de renovar los antibióticos existentes es un clamor entre los profesionales sanitarios. Si no se desarrollan pronto, quizá en menos de 10 años las personas comiencen a morir por infecciones que hoy no son un problema. Hemos dado un paso, pero no hay que conformarse.