Esenciales para todos, menos para las autoridades sanitarias

Cuando no había mascarillas ni pantallas de protección, vecinos y propietarios de otros negocios, se las proporcionaban. También sus jefes si conseguían suministros. Cuando llegaron las vacunas, no fueron consideradas trabajadores esenciales, pero Raquel Agost y Davalillo Román han estado de cara al público, en contacto con varios cientos de personas al día, e improvisando la desinfección de su lugar de trabajo y la suya propia al volver a casa con sus familias -las dos tienen hijos- cuando a todos nos daba miedo poner un pie en la calle. Trabajan en una carnicería y en una pescadería, respectivamente, ambas en la ciudad de Logroño, en La Rioja.

Davalillo llamó al teléfono de atención ciudadana para resolver dudas sobre Covid-19 que puso en marcha sanidad. Se encontró -como Raquel- con la situación de tener que ir a trabajar -sus maridos también son trabajadores esenciales-, y los niños no tenían colegio. La respuesta fue sorprendente: “Llévelos con los abuelos o déjelos solos en casa”. Y eso, cuando nos decían que evitáramos el contacto con las personas mayores porque son más vulnerables y podemos ponerlos en riesgo.

Que en ninguna de las dos familias haya habido casos -sintomáticos ni graves- de Covid les parece producto de una combinación de suerte -porque apoyo no han recibido ninguno- y “baños” en lejía “antes de saludar al volver a casa del trabajo”. En realidad, tampoco saben si han pasado la enfermedad o no, porque a pesar de ese contacto diario con cientos de personas, no es un grupo profesional en el cual se hayan llevado a cabo pruebas de diagnóstico de forma habitual.

Raquel explica: “Ahora no nos acordamos, pero en la primera época ni siquiera había límite de aforo, y la gente se volvió loca por acumular comida en las casas. Entraban agolpándose y la cola que se formaba en la calle era impresionante, daba la vuelta completa a la manzana”. Davalillo recuerda que ha llegado a ver peleas entre los clientes. Con el confinamiento, y con las aguas algo más calmadas, empezaron a abundar los clientes que iban cuatro veces al día a sus respectivos negocios para hacer compras insignificantes, porque así tenían un pretexto para salir. “Yo he atendido a una misma persona siete veces en un día”, cuenta Davalillo.

Las dos han cumplido con su trabajo sabiendo lo importante que era para todo el mundo. Han trabajado más horas que en ningún otro periodo y, al volver a casa, se han encontrado con los “teledeberes” de sus hijos -dos cada una-, en los que hacía falta ayudar hasta que se fueron acostumbrando a las plataformas digitales.