La desinformación se ha convertido en un problema de salud pública: así debemos abordarla
En el último año, nos hemos enfrentado a dos crisis de salud pública. La primera, una pandemia mundial. La segunda, la desinformación, que se ha expandido a gran velocidad mientras el mundo ha estado bloqueado. ¿Considera que es una afirmación exagerada? En solo unas semanas, hemos visto cómo se ha suspendido de manera generalizada la vacuna Oxford /AstraZeneca en toda Europa debido a las preocupaciones generadas por los trombos.
Esto se ha producido a pesar de que numerosos expertos (como Heidi Larson, directora del Vaccine Confidence Project, o la viróloga del CSIC Margarita del Val, entre muchos otros) han constatado que, de los 20 millones de europeos que recibieron la vacuna AstraZeneca, tan solo 25 habían desarrollado trombos; una tasa que es más baja de lo que normalmente se desarrollaría entre las personas no vacunadas. Al parecer, la realidad no ha cambiado la percepción de la gente. Un estudio reciente de YouGov desveló que más de la mitad de las personas encuestadas en Francia, Alemania y España creen que la vacuna contra el coronavirus de Oxford/AstraZeneca no es segura y su confianza se ha visto seriamente erosionada.
La desinformación, bulos o fake news no son una tendencia nueva. Durante años, los medios de comunicación han estado presionando a las grandes tecnológicas para que tomen medidas con el objetivo de detener la difusión de informaciones falsas en las plataformas sociales. Ahora, con la desinformación generada sobre una vacuna que puede ayudar a sacar al mundo de una crisis global, estamos siendo testigos de cómo sus posibles consecuencias pueden ser aún más peligrosas para el público en general.
La lucha contra la desinformación se ha intensificado en los últimos tiempos. ¿Cómo nos podemos defender?
Actualmente, no existe ninguna legislación o tecnología que pueda detener la desinformación antes de que se propague. Pero hay formas de combatirla que requieren de la participación de toda la sociedad. Ya no podemos decir que la responsabilidad es exclusiva de políticos y empresarios. Nosotros, como individuos, debemos analizar el papel que jugamos en la difusión de información errónea y cómo podemos dotarnos de las herramientas necesarias para protegernos a nosotros y a los que nos rodean.
Al igual que asumimos la responsabilidad de mantener nuestra salud y bienestar en lo que respecta al tabaquismo, el abuso de drogas o la obesidad, debemos comenzar a asumir más responsabilidad por el impacto de la información errónea en nuestra salud y en la de los demás. Consideremos por un momento qué es la desinformación y qué supone.
La desinformación es la manipulación de la información y de los datos. Corrompe los hechos que utilizamos para comprender el mundo que nos rodea. Agrava las divisiones sociales y obstaculiza nuestra capacidad para tomar las mejores decisiones para nuestras familias, negocios y comunidades.
Entonces, ¿por qué no plantearnos cómo aplicar las habilidades que ayudan a las personas a comprender y a utilizar los datos de manera efectiva a hacer frente a la desinformación? ¿Qué ocurre si las personas comienzan a preguntarse por la veracidad de la información de la misma manera que revisan los datos cuando están en el trabajo? ¿Qué pasaría si los principios que sustentan la ciencia de los datos se aplicaran para abordar la desinformación?
La clave es trabajar directamente con las personas, las empresas y la comunidad en general para ayudar a generar información veraz y confiable.