No se puede fallar en lo más ‘fácil’

Tras un año 2020 para olvidar, con confinamientos domiciliarios que mermaron a la sociedad, con el drama de un virus que se ha cobrado (y se cobra) la vida de decenas de miles de compatriotas, y con hospitales y cientos de salud saturados que laminaron los estándares de salud de la población, el nuevo año comenzaba bajo la bandera de la esperanza. Apenas un mes después, el estandarte ondea a media asta y la incertidumbre se ha adueñado, de nuevo y por completo, de la vida de los españoles.

Después de haber recorrido lo más difícil, ahora fallamos en lo más ‘fácil’: acelerar al máximo una campaña de vacunación que es vital para recuperar nuestras vidas. Los errores, en esta ocasión, emanan de responsabilidades muy dispares. Empezando por la viga de nuestros ojos, no es posible que teniendo información técnica suficiente desde el otoño, haya comunidades que todavía no tengan unas jeringas que se compran en Huesca. Entre otras cosas, ha provocado declaraciones tan sonrojantes como los culillos del consejero de Salud de Andalucía, rememorando una de las citas más dantescas que aún retumbarán en los oídos de los gallegos: los hilillos de fuel del Prestige, según Mariano Rajoy.

No menos vergonzante es la mezquindad de muchos cargos públicos. Colarse en la fila de la vacuna no es solo un acto egoísta per se, representa, además, la ruindad de aquel que cree ser más importante que el resto, incluso cuando ese resto son los profesionales sanitarios que se dejan la piel desde el primer minuto o las personas más débiles, donde el coronavirus ha hecho mayores estragos.

Hay otro aspecto que también hace mucho daño: el triunfalismo político. Gran parte de la desolación llega por la ansiedad que provoca haber escuchado tanto que una vez hubiera vacuna, todo se habría acabado, que muchos compatriotas están estupefactos ante una tercera ola que, si no es peor que en marzo, se le parece mucho. Todo por salvar una Navidad donde ni se fue prudente permitiendo un paréntesis a una sociedad fatigada, ni, individualmente, hubo un comportamiento como el que merecía la ocasión.

Pero no todo los problemas están en casa. ¿Dónde está toda esa producción a riesgo que se estaba llevando a cabo? ¿Por qué no hay un caudal estable de las dosis que necesitamos? Uno de los episodios más bochornosos se ha vivido entre Bruselas y AstraZeneca. La farmacéutica ha cerrado el grifo de, aproximadamente, el 60% de lo prometido en el primer trimestre. No es de recibo, no solo porque sea un incumplimiento de contrato, tal como defiende la Comisión Europea, sino porque el laboratoriotambién tuvo tiempo para que no se produjese.