Déficit de valores sénior

En una de sus innumerables, iluminadoras y siempre fecundas colaboraciones en prensa, el filósofo Fernando Savater aludió en cierta ocasión a la irrefrenable tendencia de nuestro tiempo hacia lo que no dudó en calificar como un serio “déficit de valores sénior”. El influjo de esta tendencia, que hoy como nunca se deja sentir en todos los ámbitos de la vida tanto pública como privada, alcanza también, entre otros medios, al de las organizaciones en general y al de las empresas en particular. Se trata de la otra cara de la siempre necesaria e imprescindible renovación o modernización, la cual, indebidamente aplicada y llevada hasta ciertos extremos, no deja de presentar un inevitable lado oscuro sobre el que quizás no resulte ocioso detenerse a reflexionar un instante. Hablamos, debe aclararse, del personal de servicios con cierta especialización.

Reestructuraciones por edad. Resulta patente que las reestructuraciones de personal que toman como factor decisivo las edades de los empleados se encuentran al orden del día, por razones perfectamente atendibles tales como la atracción y retención del talento, que no puede dejar de tener en cuenta la necesidad de promoción y desarrollo de carrera de las nuevas generaciones, o como las innovaciones tecnológicas, con sus consecuencias de reducción del número de efectivos necesarios en los procesos productivos y la necesidad de un personal con una mayor adaptabilidad a tales innovaciones. Ello contribuye a explicar los numerosos procesos de prejubilaciones y jubilaciones anticipadas en que tantas y tantas empresas se encuentran inmersas hoy en día. Dejando aparte la paradoja de que esta tendencia pugna con el aumento de la longevidad y con las dificultades que atraviesa el sistema público de pensiones, la proliferación de prejubilaciones masivas en determinados sectores puede atraer fatales consecuencias para la transferencia y gestión del conocimiento. Se corre el riesgo de perder la transmisión de ese caudal de sabiduría práctica que únicamente reporta la experiencia, ya sea desde su forma natural o tácita, como el contar historias, ya sea desde sus formas más regladas, como los llamados mapas de conocimiento o el mentoring.

Automatización de procesos. Es indudable que el tratamiento automatizado de la información ha reportado y reporta a los procesos productivos grandes beneficios, entre los que se cuentan la celeridad, la economía, la simplificación y un largo etcétera. A ello acompaña la menor necesidad de un personal experimentado y, por contra, la mayor necesidad de otro más familiarizado con las innovaciones habidas en esta materia. Pero no es menos cierto que el uso indebidamente generalizado de esta, en principio, ventaja, en todo tipo de ámbitos y sin discriminación, puede comportar desde ligeras incomodidades hasta graves perjuicios. Entre tales incomodidades y perjuicios se cuenta el riesgo de generar un tipo de productor poco avezado en atender la resolución de circunstancias o situaciones que, por su carácter casuístico o de detalle, se salga de sus patrones habituales, lo cual reza para numerosas actividades, desde las más básicas o sencillas, como la confección de nóminas o la contabilización de estados financieros, hasta las más complejas, como el asesoramiento en determinadas materias. Otro género de incomodidades y perjuicios del mismo orden es la promoción y proliferación de unos modos de proceder en el desarrollo de tales actividades que desincentiven la creatividad e imaginación, a menudo no sólo convenientes, sino imprescindibles, y que favorezcan la rutina y mediocridad. Al buen gestor le cumple determinar con acierto y prudencia en qué ámbitos y hasta qué punto resulta conveniente utilizar los atajos o “caminos cortos” que las ventajas de la automatización comportan.

Celeridad e inmediatez. A los rejuvenecimientos sistemáticos y a veces algo indiscriminados de plantillas suele acompañar la voluntad de imprimir un ritmo cada vez más vertiginoso, por así decir, al despacho y resolución de numerosos asuntos, muy propio de los tiempos acelerados y cambiantes que vivimos al calor de la innovación y de la globalización de la economía. Para eso está, se dirá, la juventud, con su natural impulsividad. Pero cabe preguntarse hasta qué punto este proceso, aparentemente irreversible, no va muchas veces acompañado de una falta de sosiego y una impremeditación que ponen en tela de juicio o cuestionan la solidez y seguridad de lo conseguido. No es de extrañar, en el día a día de las empresas, que la precipitación con la que muchas veces se despachan numerosos asuntos, de mayor o menor importancia, obliguen a éstas a volver sobre los pasos andados y a tener que incurrir en engorrosas rectificaciones.

Creemos que consideraciones como las que hemos reseñado a lo largo de este artículo deberían tenerse en cuenta, hoy más que nunca, en un tiempo en que la irrefrenable tendencia de las empresas a expulsar del mercado laboral a los trabajadores de cincuenta y tantos años pugna con el aprovechamiento de la impagable experiencia de estos y contribuye a la crisis que atraviesa nuestro sistema público de pensiones.