La alquimia previsional del ladrillo

Los alquimistas, que, al parecer, todavía recorren los caminos francos de nuestros días, pretendían convertir los metales innobles en oro fino. Para ello ensayaban una y otra vez en crisoles forjados en mil intentos inútiles. También buscaban el elixir de la eterna juventud y la panacea universal. Si se tiene todo esto, ¿qué más puede uno desear? La alquimia se basa en saberes antiguos que fluían en el Egipto helenístico, Arabia, después, la India, la luminosa edad media europea, o la edad moderna y contemporánea occidental. De aquellos alquimistas, la química moderna y la idea de la perseverancia en la adquisición del conocimiento, aunque fuese esotérico. Algunas estafas también.

A su manera, el ahorro logra la admirable transformación alquímica de convertir modestos esfuerzos cotidianos en relevantes masas patrimoniales. Con perseverancia, dejándose las pestañas muchas veces, a ciegas (ahorramos porque sí), sin darnos cuenta, incluso, y renunciando hoy a la merienda para poder cenar mañana. Esta alquimia tiene un potente aliado, un tanto adormecido ahora, en la magia del interés compuesto.

El ahorro del que queremos hablar es el ahorro previsional. Aquel ahorro que mira al largo plazo y a nuestro bienestar futuro. Mientras, de paso, financia (otra alquimia) el desarrollo de infraestructuras o la internacionalización de la economía y crea los nacederos de la productividad. Y, por definición, el ahorro en ladrillos no es ahorro previsional. Pero un país que posee un patrimonio inmobiliario cuyo valor asciende a cuatro veces el PIB, como es el caso en España, no debería tener problemas con las pensiones. Al menos durante unas cuantas décadas.

Los hogares españoles, las encuestas nos revelan, no ahorran en vivienda con fines previsionales y tampoco usan estos ahorros llegado el momento de la jubilación para cubrir sus necesidades de rentas complementarias y servicios (residencias, cuidados) a lo largo de este periodo, y de por vida. Aunque sí estarían dispuestos a utilizarla, también revelan las encuestas, en ciertos escenarios.

Transformar un activo no previsional en flujos de rentas y servicios previsionales (vitalicios, preferiblemente) no es barato y conlleva una cadena logística relativamente larga, que lo encarece. Distribuir y paliar el riesgo compuesto que se genera en esta cadena requiere instancias de seguridad que, además, disuaden en cierta medida a quien se aventura a intervenir en este proceso, sea desde el lado de la oferta (el generador de los productos), la demanda (el cliente... y sus herederos) y la necesaria mediación (los comercializadores). Y no solo instancias de seguridad.

Sobre todo, el proceso de monetización del activo inmobiliario con propósitos previsionales requiere regulación, buena regulación y tutela públicas. En su defecto, como es la situación actual, en España y en muchos otros países, debe imponerse la auto regulación de la industria transformadora. Y en eso estamos, que no es fácil ni evidente. Necesitamos reguladores y agentes de mercado que crean en la enorme potencialidad que tiene el activo inmobiliario como pieza clave de la solución del descomunal reto previsional que tiene nuestro país. Necesitamos que se generen soluciones low cost para todos. Que ningún trabajador español se quede sin complementos de renta de jubilación adecuados, especialmente cuanto todos los hogares españoles, virtualmente, están sentados sobre montañas de ladrillos.

Las soluciones existentes, es decir, las hipotecas inversas, la nuda propiedad, la cesión del derecho de alquiler (y las variantes de todas ellas) constituyen en su conjunto una súper especie en busca de su ecosistema, son “las” soluciones. Pero no son eficientes (léase baratas), no son eficaces (léase que cumplen su propósito a medias) y tampoco son generales (léase democráticas). Pudiendo serlo.

El mercado español de soluciones previsionales basadas en el activo inmobiliario es insignificante. Todos constatamos que la necesidad existe, que existen los productos (al menos en los laboratorios de las entidades) y que existen una miríada de agentes intermedios dispuestos a conectar la oferta y la demanda de los extremos de la cadena de servicio. Existen incluso los agentes que financiarían la alquimia transformadora del ladrillo en complementos de renta y servicios previsionales. Pero “no pasa nada”.

Permítasenos el siguiente símil, el de un restaurante. La sala está llena de comensales expectantes, la despensa llena de producto, el restaurante dispone del capital y circulante listo para aplicarse, pero no hay cocina y el permiso de apertura está incompleto.

En otros países estas soluciones (estas o aquellas, selectivamente) funcionan más o menos, no se crea. Pero funcionan, se innova y los mercados avanzan entre la satisfacción de los consumidores y el celo enfocado de los reguladores y la industria centrado en la defensa de los usuarios, como debe ser. En España, como se decía, el mercado no avanza.

Las rentas vitalicias tienen desde hace décadas la aureola del annuity puzle (el rompecabezas de las rentas vitalicias) que, en realidad está ya muy bien estudiado y se conocen sus soluciones. Sucede lo mismo con el ladrillo, el “rompecabezas del ladrillo previsional”, podríamos llamarlo.

Pues bien, este rompecabezas está formado por muchas piezas, bien definidas, pero que no encajan entre sí. Necesitamos un impulso decidido que lime las esquinas de las teselas del puzle para que estas encajen. Y sabemos que ese proceso de limado tiene varios frenes. Por citar los dos más evidentes: una buena regulación, consciente de lo que se regula y una mejor auto regulación que tenga el bienestar del cliente final en el punto de mira.