El ahorro privado, única garantía para las jubilaciones futuras

No le faltaba nada más al maltrecho Sistema de la Seguridad Social que la llegada del coronavirus. Las cuentas ya no salían antes del inicio de la brutal crisis económica provocada por la pandemia: las personas mayores de 65 años son cada vez más -tenemos la suerte de gozar de una esperanza de vida de las más altas del planeta-, y reclaman la compensación al esfuerzo realizado durante tantos años de trabajo; pero la fuerza laboral que, con sus aportaciones, ha de soportar el pago de las pensiones, no es suficiente para que la balanza entre gastos e ingresos dé positivo. El resultado es que llevamos años tirando del Fondo de Reserva, lo que coloquialmente se conoce como hucha de las pensiones, y la bolsa está ya casi vacía.

Veamos algunos datos: a fecha 1 de abril, las pensiones contributivas en España alcanzaban el importe de 9.879 millones de euros. De ellas, más del 62% son pensiones de jubilación que representan 7.064 millones de euros del total, y que han experimentado un crecimiento del 3,42% respecto al año anterior. Por su parte, el Fondo de Reserva ha pasado de tener casi 67.000 millones de euros en 2011 a apenas contar con 2.150 millones de euros a cierre de 2019, fecha en que la Seguridad Social registraba un déficit de 16.793 millones de euros.

Y cuando parecía que llegaba una tendencia positiva, con el aumento del 6% en los ingresos por cotizaciones en enero y febrero, nos sumimos en el estado de alarma y el mercado laboral sufre el mayor batacazo de la historia en el menor periodo de tiempo: cerca de 1 millón de empleos destruidos en apenas mes y medio, 3,4 millones de afectados por ERTE, el paro subiendo un 8% hasta los 3,8 millones de afectados y más de 700.000 afiliados menos que hace un año, según los últimos datos hechos públicos por el Gobierno.

Conclusión: los ingresos de la Seguridad Social se van a reducir drásticamente, no sólo por la pérdida de cotizantes, sino también por las exenciones aprobadas para ayudar a los autónomos que han visto paralizada su actividad y a las empresas que han aplicado un ERTE por fuerza mayor. En total, los expertos lo cifran en una pérdida de ingresos de más de 2.000 millones de euros. Y paralelamente, aumentarán las prestaciones por desempleo y por cese de actividad. Se calcula que los gastos extraordinarios para hacer frente a los efectos del Covid-19 alcancen los 15.000 millones de euros.

Este baile de datos es suficiente para demostrar que el sistema español de pensiones se encuentra en la cuerda floja. Y lo que preocupa no es tanto el miedo a que los pensionistas actuales dejen de percibir su prestación, sino la situación de incertidumbre y desprotección que sienten los actuales trabajadores en activo a la hora de imaginar el momento de su jubilación.

Probablemente, una gran parte de la actual generación de mayores de 65 años no hayan sido grandes amasadores de capitales, a pesar de haber trabajado mucho, muchísimo; pero pudieron comprar su casa -incluso una segunda vivienda-, pagar sus gastos y jubilarse con una pensión suficiente para disfrutar sin preocupaciones de su segunda juventud.

Ahora las cosas han cambiado: procuramos disfrutar todo lo posible desde que somos jóvenes, pero ni podemos comprarnos una casa con tanta facilidad -muchos tal vez terminarán de pagar su hipoteca con más de 65 años-, ni podemos aspirar a que el día de mañana nos quede una pensión digna, siquiera para cubrir nuestras necesidades. Sería muy arriesgado dejar nuestro futuro en manos de un sistema de pensiones que hoy hace aguas y no sabemos en qué situación se encontrará dentro de 20 o 30 años, y que de él dependa nuestro bienestar económico.

¿Cobraremos pensión? Probablemente, la pregunta sería qué porcentaje de la base de cotización nos corresponderá cuando llegue ese momento. Estimamos que muy alto no será, a juzgar por las tendencias que venimos observando. Y después de toda una vida trabajando, merecemos llegar a la jubilación con unas mínimas garantías de solvencia y liquidez para poder vivir tranquilos esa nueva etapa.

La solución, sin duda, está en el ahorro privado. Necesitamos mentalizarnos de que a partir de ahora nuestro futuro económico va a depender, más que nunca, de lo que seamos capaces de ahorrar a lo largo de toda nuestra vida.

No es necesario pensar en grandes cantidades: basta fijarse un importe pequeño, asumible para nuestra economía doméstica -pueden ser 50, 100 euros-, lo importante es automatizarlo y mantenerlo mes a mes, año a año, y empezar cuanto antes. Si más adelante nuestras condiciones mejoran podremos incrementar el importe, pero no hay que esperar a entonces para empezar nuestro plan de ahorro, o nunca arrancaremos.

Y para que ese esfuerzo ahorrador realmente merezca la pena y obtenga una buena rentabilidad no basta con tener el dinero en una cuenta corriente: es necesario dar el salto y convertirse en inversores. Para muchas personas, pensarlo puede dar vértigo, por desconocimiento y por la posibilidad de perder su dinero. Pero afortunadamente, la tecnología ha democratizado las inversiones y hoy día existen empresas fintech como la nuestra, especializadas en diseñar planes de ahorro e inversión a medida de cualquier bolsillo y en guiarles hacia su objetivo de inversión.

Con este asesoramiento desaparece la sensación de inseguridad, el inversor novel no se siente solo para tomar en cada momento la decisión adecuada, y gracias a su ayuda podrá construir el colchón económico de la tranquilidad para su futura jubilación.