El espejo europeo afea el sistema público español
y obliga a cambios en materia de pensiones

Un baño de realidad sin precedentes. Esta es la sensación que deja la resaca de las negociaciones culminadas este mes para la aprobación del fondo de reconstrucción europeo de 750.000 millones de euros que servirá para socorrer a los países más afectados por la pandemia. Conocidos son los tempos que han situado los últimos encuentros de la Comisión Europea como una de las cumbres más cruciales para el conjunto de la UE desde hace 20 años. Pero el poso de lo que el presidente del Gobierno ha explicado al Congreso de los Diputados como un éxito manifiesto para la delegación española ya comienza a aflorar los flecos y la letra pequeña de esas anunciadas condiciones que acarrearía esta primera mutualización de deuda entre Estados miembros por vez primera en el Viejo Continente.

En este sentido, parece que uno de los puntos de mayor tensión entre los países del sur y los conocidos como países frugales del norte de Europa estuvo en el ámbito de los sistemas de protección para la jubilación y los desorbitados desequilibrios que ahí acumulan. Pero más allá, en el caso de España no ha habido titubeos por parte de estos países escépticos a la hora de poner los deberes al presidente del Gobierno Pedro Sánchez, sobre la reforma del sistema de pensiones, que ha sido explícitamente demandada por el primer ministro holandés, Mark Rutte.

Llegará el momento, ya por causa mayor, de abordar la reforma del sistema público en España en los próximos meses, más aún bajo el paraguas de las ayudas europeas a fondo perdido que llegarán desde la UE, pero hasta entonces, lo que sí ha quedado claro tras el cataclismo de las negociaciones es que algo no funciona en nuestro país. Estos países se han puesto de frente al modelo español, lo han detectado como el gran pozo de desequilibrio presupuestario de nuestra economía y han expuesto la necesidad de que se aborden cambios estructurales para transitar a un punto de sostenibilidad que requerirá de medidas concretas.

El espejo europeo es demoledor en este caso, y el propio Sánchez ha podido comprobarlo en las últimas semanas. La salud de la que gozan los sistemas de jubilación de estos países frugales, pero también de la gran mayoría de los estados del norte europeo reside simplemente en una concepción de base, educativa, que sitúa la jubilación en la estación término y la educación financiera en el punto de partida de los nuevos trabajadores que acceden al mercado laboral. Ello genera sinergias de ahorro privado desde el punto de vista individual y colectivo que resta presión asistencial al sistema público desde la base. Y además, está la aplicación de una rigurosidad financiera y actuarial desconocida en nuestro país hasta la aplicación de la reforma del 2013 que aplicó un índice de corrección automática de equilibrio presupuestario, pero que cayó en saco roto en 2018. Y es que ningún país escéptico con las ayudas del fondo sube sus pensiones con el IPC.