Renta mínima, ¿nos lo podemos permitir?

El vicepresidente Pablo Iglesias, y el ministro de Seguridad Social, José Luis Escrivá, pugnan por ponerse la medalla de ser los padres de la renta mínima vital. Se pelean en público. Uno dice que lo anuncia en unos días, el otro insiste en que aún no hay nada cerrado y el presidente Sánchez trata de contentar a Iglesias sin torpedear a Escrivá. Difícil encaje de bolillos y cómo dice mi madre: “Lo que mal empieza...”

Se pelean por el momento de ponerla en marcha. Iglesias quiere una renta mínima de forma inmediata y ante la situación de excepción que vivimos. Escrivá quiere pulirla un poco más y que sea una renta permanente.

Ambos quieren que todo el mundo tenga unos ingresos mínimos pero con una deuda pública que superará este año el 110% del PIB ¿podemos permitirnos un lujo que ni los países del Norte de Europa se permiten? ¿Y podemos instaurar esa renta de forma permanente?

Tiene sentido en un momento como el actual que se ayude a todo el mundo con dinero público. Bien por los ERTE, aunque les faltan agilidad burocrática; bien por la flexibilidad en el pago de los alquileres; insuficiente la ayuda a autónomos con la demora en el pago de impuestos y no con la anulación del pago de las cuotas a la seguridad social; bien por la búsqueda de cobijo y comida para los sin techo ..., pero ojo con institucionalizar una subvención de forma permanente. ¿Se trata de paliar situaciones extraordinarias y puntuales, como la generada por este maldito coronavirus que nos tiene a todos “confitados”? ¿O se trata de incrementar de manera definitiva el sistema de prestaciones no contributivas, justo en un momento tan delicado para la Seguridad Social?

Es imprescindible conocer y considerar las ayudas que ya dan las autonomías para evitar duplicidades. Ojo, además con crear una nueva herramienta de enfrentamiento jurídico entre el Gobierno central y las administraciones autonómicas. No conocemos ni la cantidad definitiva ni el coste que tendrá para las arcas públicas, pero hay que evitar que esa ayuda se sitúe demasiado cerca del salario mínimo para que no se convierta en un desincentivo al empleo.

Es evidente que nadie debe quedarse, justo ahora, sin ningún tipo de ingreso. Es el momento de la solidaridad y del apoyo social a las muchas situaciones límite que se van a producir, pero ¡ojo!, con las rentas universales y permanentes. A corto plazo pueden traer votos, pero a medio y largo plazo su efecto puede ser devastador para las arcas públicas: puede ser un agujero tremendo en ese sistema del bienestar que tanto nos cuesta mantener.