¿Bueno para quién?

Camino de Zaad, un caminante encontró a un hombre que vivía en una aldea vecina; y el caminante, señalando una vasta extensión de tierra, preguntó al hombre: “No fue este el campo de batalla donde el rey Ahlam derrotó a todos sus enemigos? Y el hombre respondió: “Nunca fue un campo de batalla. Hace mucho, sobre esta tierra se levantó la gran ciudad de Zaad, que luego se incendió hasta quedar de ella sólo cenizas. Pero ahora, es una buena tierra.

Y el caminante y el hombre se separaron. Media legua más adelante, el caminante encontró otro hombre y, señalando la extensión de tierra, dijo: “Así que allí es donde hace mucho existió la ciudad de Zaad“.

El hombre contestó: “Jamás existió ciudad alguna en ese campo. Lo que hubo fue un convento destruido por los pueblos del sur”.

Un poco más tarde, en la misma ruta, el caminante encontró a otra persona, y señalando la extensión de tierra dijo “¿Es cierto que en ese lugar existió un gran convento?” La persona respondió. “Nunca. Nunca hubo un monasterio por aquí, pero según nuestros antepasados, sobre este campo cayó un gran meteorito”.

El caminante prosiguió su camino sorprendido. Y encontró a una mujer muy anciana y después de saludarle le dijo: “Señora, he visto por este camino a tres personas de los alrededores y a las tres les pregunté la historia de esta tierra y cada una de ellas negó la historia que la anterior me había contado y me contaba otra nueva historia. La anciana levantó la cabeza y respondió: “Amigo mío, cada una de ellas y las tres dijeron lo que en realidad pasó, pero somos pocas las personas que podemos añadir afirmaciones a otras afirmaciones distintas y construir así una verdad”

Hoy en día, las personas tendemos a juzgar el mundo bajo tres influencias muy poderosas: la dicotomía, la superficialidad e ignorando la naturaleza humana.

La polarización está a la orden del día. En el espacio público, político, familiar...Gobiernos y sindicatos, representantes de partidos y compañeros de clase discuten en términos de “ellos y nosotros”, blanco y negro sin dejar espacios para los grises. El pensamiento en términos de opuestos nos lleva a una tremenda simplificación de la realidad, a despersonalizar a otros grupos humanos y a ver solamente una parte de la historia. Nos identificamos con nuestra opinión y negamos con rotundidad cualquier otro enfoque, porque consideramos que poner en cuestión nuestra opinión puede amenazar nuestro estatus, nuestra seguridad y auto confianza. Hemos degradado y despreciado cuestiones imprescindibles para el desarrollo humano como amor, tolerancia, calma y moderación.

Por otro lado, las redes sociales y los medios de comunicación están llenos de información basada en conocimiento superficial. Individualmente tendemos a formarnos opiniones leyendo un titular o escuchando una conversación. La verborrea sin sentido inunda las campañas políticas. Personas con cierto conocimiento del dato, pero poco contacto con el significado profundo y propósito de cada propuesta, llenan el espacio público intentando hacer inteligible una situación compleja por medio de esas ideas superficiales. Una mínima profundización nos desvelaría el fondo de los problemas: la dimensión ética.

Y es precisamente en esa dimensión donde deberíamos buscar la motivación de las propuestas, de cualquier acción que se emprenda a nivel individual o colectivo. Lord Byron escribía: “El árbol de conocimiento no es el árbol de la vida”.

Somos totalmente ignorantes en un tema de fundamental importancia. Nuestros esfuerzos y avances están basados en buscar lo que pensamos que es bueno. Pero, ¿bueno, para quién? Nuestra civilización se está centrando en resolver problemas complicados y nos estamos olvidando de las cuestiones complejas subyacentes. Por poner algunos ejemplos, en la empresa abordamos la solución tecnológica para favorecer la innovación, pero nos olvidamos de alimentar la cultura que sustenta esa innovación, resolvemos la disciplina a través de la normativa y la jerarquía, pero no la libertad y la participación. En la sociedad, vemos las posibilidades técnicas y económicas de la Inteligencia Artificial pero, ¿cuál es su propósito? ¿a quién beneficia y cómo?

Sin embargo, los seres humanos tenemos la capacidad de captar información y completarla con las vivencias personales, de tal manera que nos permita ajustar nuestro comportamiento y acciones, con el objetivo de mejorar nuestro bienestar. Esto solo es posible si experimentamos, indagamos, percibimos perspectivas y situaciones diferentes con apertura, en vez de confrontación; profundizando en el propósito e identificando nuestra dimensión humana, con aceptación y amor por las personas y por una misma.

Obviamente no todas las personas estamos utilizando esta capacidad. ¿Están las personas que desarrollan los algoritmos o las que invierten en ellos o las legislan al respecto incluidas en este grupo?

Recientemente, la Comisión Europea acaba de aprobar la primera Ley que regula la Inteligencia Artificial. Esta Ley propone un avance de la IA, centrado en las personas, “sostenible, seguro, inclusivo y confiable” prohibiendo específicamente algunas aplicaciones, por ejemplo, las que puedan manipular el comportamiento humano.

Aunque hay ámbitos de mejora, esperemos que este sea un punto de partida suficiente para avanzar hacia una protección total de los derechos de todas las personas y que esta Ley sea completada con aprendizajes futuros y un marco ético, buscando el bienestar humano. Ese bienestar que hace un año la Unesco trataba de abordar dirigiendo a la clase política a vigilar, por ejemplo “los posibles daños de los sistemas de IA para la salud mental, tales como un aumento de la depresión, la ansiedad, el aislamiento social, la radicalización, entre otros.