Inversión en renovables y transición energética

El ejercicio 2022 fue un año complicado para la transición energética en particular y para la economía en general. A principios de ese año, los costes de la energía renovable aumentaron en promedio, por primera vez en su corta historia, y los problemas de la cadena de suministro de materiales, así como los derivados de las tensiones geopolíticas, pusieron en tela de juicio el crecimiento imparable que habían demostrado este tipo de energías hasta la fecha. Además, el coste de la deuda comenzó a aumentar después de un largo periodo de dinero barato, por lo que la financiación de muchos proyectos renovables también se vio peligrar.

Todos esos ingredientes, mezclados con un escenario nuevo de inflación y vaivenes monetarios, preconfiguraban, a priori, un cóctel explosivo para la descarbonización de la economía y la transición energética.

Sin embargo, a pesar de todo ello, el 2022 no fue un mal año en cuanto a penetración de renovables o de vehículos eléctricos. Por el contrario, se aceleró. Es más, según BNEF, se espera que la capacidad renovable aumente un 18% en el 2023 en todo el mundo, alcanzando un nuevo récord de 450 GW instalados. Adicionalmente, pese a los problemas de suministro que aún continuamos arrastrando, la energía renovable es más competitiva que nunca y sus costes continúan disminuyendo, debido en parte a los altos precios de gas y petróleo.

Además, las ventas de vehículos eléctricos siguen al alza, en una progresión imparable, esperando vender 13 millones de nuevos vehículos ligeros en 2023. En paralelo, las previsiones apuntan a que el hidrógeno verde, será competitivo antes de lo previsto, abriendo nuevas oportunidades al almacenamiento de energía a largo plazo y a la química sintética y circular.

En el contexto actual y en base a los objetivos establecidos por la Unión Europea en cuanto al proceso de descarbonización y electrificación de la economía, se requieren importantes inversiones que faciliten la transición e independencia energética, que además se están fomentando desde las instituciones públicas con ajustes regulatorios y planes de ayudas e incentivos públicos.

Uno de los principales aspectos de este proceso es la mayor penetración que deben alcanzar las energías renovables para el 2030, que obliga a dotar de un entorno estable y claro que impulse las inversiones en este ámbito.

De cara a facilitar la inversión privada en este segmento, es necesario simplificar y aclarar el procedimiento de tramitación de nuevos proyectos, abordar una planificación integral del sector, y ofrecer claridad en el sistema de fijación de precios, de manera que se puedan realizar las inversiones entendiendo las principales condiciones y riesgos asociados a las mismas.

En este sentido, desde los organismos públicos europeos y nacionales, se está trabajando en definir un marco normativo estable a largo plazo, así como en apoyar la inversión a través de la inyección de dinero público en diversos formatos y planes: asignaciones a fondos de inversión, planes de colaboración público-privados, incentivos y subvenciones, etc., destinados tanto a la inversión en infraestructura como a tecnologías habilitadoras, para favorecer que la transición energética se consolide en su conjunto.

Pese a todo ello, todos los esfuerzos colectivos que pongamos encima de la mesa gobiernos, entes públicos, grandes corporaciones y fondos de capital privado son todavía insuficientes para cumplir los compromisos de reducción de 1,5ºC. Hay que invertir mucho dinero en infraestructura renovable y sostenible como, por ejemplo, en generación eólica, fotovoltaica, gasificación y pirólisis de residuos, captura de CO2, almacenamiento energético o recarga de vehículos eléctricos. Sin embargo, nada de eso ocurrirá en tiempo y en forma, si no existe tecnología habilitadora, de carácter eminentemente digital, que eficiente y orqueste todo el sistema, dando lugar a un nuevo paradigma en el mundo de le energía.

En el ámbito tecnológico, hay diferentes áreas de desarrollo muy prometedoras a medio y largo plazo. A todos nos suenan las noticias sobre la fusión nuclear, por ejemplo, a lo que podemos sumar los combustibles sintéticos, los materiales constructivos basados en CO2 o las nuevas electroquímicas para almacenamiento de energía. Los más optimistas piensan que todo eso llegará a escala industrial, pero quizás en un horizonte temporal de más de una década.

Sin embargo, en el corto plazo, ya existen tecnologías e innovaciones lo suficientemente maduras como para resolver retos concretos de la transición energética, en todos sus ámbitos: generación, transporte y distribución y consumo. Por citar sólo algunas, aquí encontramos: tecnologías de gestión energética basadas en algoritmia avanzada (tanto en el lado de la generación, hibridándola con almacenamiento, como en el lado del consumidor); tecnologías de agregación para participación en los mercados eléctricos y que convierten al cliente final en un agente activo del mercado; o, por ejemplo, tecnologías habilitadoras transversales, como pueden ser las imágenes satelitales para optimizar rutas marítimas y aéreas y reducir así su huella de carbono.

Todas estas innovaciones ya disponibles suelen tener un denominador común: han sido desarrolladas y son explotadas por compañías jóvenes y de rápido crecimiento, que ya tienen tracción comercial, pero que necesitan financiación para escalar más rápido en mercados internacionales.

Estamos, en definitiva, ante un reto de gran escala, que seguramente marcará el devenir de la economía mundial en las próximas décadas. Es el momento de tomar posiciones a nivel inversor, a través de fondos tecnológicos y de infraestructura sostenible, que sean capaces de abordar dichos retos tecnológicos desde una perspectiva neutra y diversificada, y maximizar de este modo la captura del valor que nos depara este prometedor futuro.