Buenos aires en el panorama energético vasco

La emergencia climática y la crisis energética actual -consecuencia de la guerra en Ucrania y la consiguiente falta de suministro de gas ruso a Europa- han acelerado la implantación de energías renovables que reduzcan la dependencia de los combustibles fósiles. Un trabajo que debía haberse realizado antes, pero que por diversos motivos se ha ido dejando para después.

En el caso concreto de Euskadi, la política energética siempre ha apostado por la eficiencia, en una comunidad con un gran peso de la industria más intensiva en consumo de energía, como la siderurgia o la fabricación de vidrio, entre otras.

También se ha abogado por el desarrollo de la energía renovable, sobre todo la eólica, pero en un momento dado las diferentes iniciativas han tenido que frenarse por el rechazo social, que entendía que este tipo de infraestructuras impactaban en el paisaje y la fauna local, y ocasionaban más perjuicios que beneficios.

De esta manera, solo llegaron a ponerse en marcha cuatro parques eólicos recién iniciado el siglo XXI, que suman en la actualidad una capacidad de 153 MW.

Ahora, casi dos décadas más tarde, apremiado el planeta por una transición más sostenible y por una coyuntura bélica que ha supeditado energéticamente a Europa frente a la Rusia de Putin, los proyectos renovables han vuelto a recuperar protagonismo y se ha imprimido velocidad en su tramitación administrativa.

Y así, en Euskadi se acaban de aprobar dos declaraciones de impacto ambiental para dos proyectos, ambos impulsados por Aixeindar, sociedad formada por una de las empresas tractoras de la economía vasca, Iberdrola, y por el Ente Vasco de la Energía. Pero lo mejor de todo, es que hay sobre la mesa más proyectos renovables (eólicos y fotovoltaicos) y entre todos superan los 600 MW, una potencia que modificará el mapa energético de la comunidad autónoma.

No ha sido un camino de rosas y todavía hay espinas en el trayecto. Pero la necesidad de reducir la dependencia energética del País Vasco (90%) es ya imperiosa y, además, para poder abordar nuevas apuestas como el hidrógeno verde se necesitan fuentes renovables. Está claro: en la ecuación hacia un futuro energético sostenible, la incógnita no es la producción renovable.