Las barreras de la transformación digital en la Cuarta Revolución Industrial

Hoy ya no existe un mundo sin tecnologías digitales. El peso es tan grande que tenemos en nuestras vidas un sinfín de este tipo de tecnologías y no las notamos en la práctica. Pero a nivel operacional en las industrias el tema es diferente. En primer lugar, por la necesidad de ser pioneros en la utilización de tecnologías digitales que les permita sobresalir ante un mercado saturado, global y ultra competitivo. En segundo lugar, por la propia velocidad a la que avanzan estas tecnologías, con un ritmo tan vertiginoso que solo ponerse al día es extenuante. Sin duda ya llevamos años inmersos en la Cuarta Revolución Industrial, aquella que une los mundos digitales y físicos en un modelo de cooperación necesario, global y flexible.

Partamos del hecho de que, el propio sector de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC) es un claro impulsor de la economía en general. Y en el caso de Euskadi no es diferente: aportan el 7% del PIB y facturan más de 5.400 millones, a lo que se suma un fuerte componente de trabajo cualificado, de futuro y bien remunerado.

Pero no es solo un valor monetario y empleador, sino que además ayudan a que las demás empresas puedan hacer de manera más eficiente sus procesos, servicios y productos. Según el INE, el 83,1% de las empresas vascas de diez o más empleados utiliza TIC con intensidad. Esto hace referencia a una larga lista de tecnologías digitales, entre las que está el Big Data, la ciberseguridad o la Inteligencia Artificial.

Y esto trae una infinidad de ventajas y beneficios, pero hay que verlo con perspectiva y saber que el cambio en las organizaciones a veces encuentra barreras que hay que salvar para avanzar. En este ecosistema, a pesar de ser muy desarrollado, son destacables tres barreras para poder acometer una transformación digital certera.

Por un lado, muchas organizaciones realizan grandes inversiones de carácter tecnológico y en muchos casos no se observa una rentabilidad, incluso se advierte como pérdida. En general se debe a que se enfrentan o presupuestan inversiones con un puro enfoque en la tecnología en sí, pero no en saber si la organización, las personas que trabajan en ella y su propio modelo de trabajo están preparados para la adopción digital y si cuentan con las capacidades digitales para saber gestionar estos cambios.

La transformación digital no se trata solo de tener acceso a las tecnologías, es también que la organización esté preparada para su adopción. Por ello, en vez de comenzar con grandes proyectos de transformación con tecnologías que ni siquiera sabemos si se adaptarán a los procesos, es recomendable llevar a cabo pruebas de concepto localizadas y, una vez vista su viabilidad y el valor, dimensionarlas y escalarlas al resto de la compañía.

Pero, sin duda, la barrera con mayor relevancia es la resistencia al cambio dentro de la organización. Porque esto depende de las personas, y normalmente los profesionales necesitan mayor tiempo de adaptación. Este journey a lo digital tiene mucho de pedagógico con las personas que componen la organización, que tienen que cambiar su día a día por otro que no conocen.

Y lo complicado viene cuando tenemos plantillas heterogéneas, porque hay otras “sub-barreras” que lo hacen más complejo: el gap generacional que hace que algunas personas tengan menores capacidades digitales; una falta de implicación en cascada, que tienen que ir de arriba abajo en la organización, con medios y altos mandos convencidos y siendo ejemplo; una diversidad de culturas en entornos multinacionales que hace que haya diferencias en la propia cultura; o un sobredimensionamiento del plan con un mal timing.

Además, hay que sumarle que la propia tecnología tiene de por sí sus complejidades a abordar: la propia interpretación del dato como parte fundamental; la comunicación y co-creación entre herramientas; la seguridad de los dispositivos con el entorno y la resolución de problemas técnicos.

A todo esto, se añade que debido a la gran interconexión y la mayor irrupción tecnológica en los procesos cobra más relevancia la ciberseguridad. Y esto no es trivial, ya que en un momento en el que grandes cantidades de dispositivos y profesionales tienen acceso remoto a información y sistemas de la organización se multiplican los puntos de entrada de los ciberdelincuentes. Es importante conocer los factores que inciden en la ciberseguridad.

La propia digitalización de los procesos industriales y de la cadena de suministro, que en muchos casos ya tienen sus servicios en la nube, hace que haya una sensación de mayor exposición a posibles ataques. Es algo que está claro en el mercado, y si nos fijamos en los principales players estos hacen enormes inversiones en temas de ciberseguridad, con un gran foco en el talento, ya que cada vez las empresas pueden disponer de gente más cualificada en este área. Además, esto se acrecienta con el auge del teletrabajo y el acceso remoto (VPNs) que las corporaciones habilitan desde cualquier red a través de canales seguros para sus trabajadores. Aquí la principal arma que se tiene es la formación continua del trabajador, ya que es difícil poner puertas al campo.

En Euskadi el gran componente industrial que se ha tenido históricamente hace que todo esto cobre una especial relevancia. Existe un reto por delante en una comunidad con especial interés en el sector industrial, donde el sector de las tecnologías digitales tiene gran relevancia en el PIB y en la generación de empleo, y que es también tractor económico. Por ello, hay que “atacar” esas barreras que frenan el crecimiento de la digitalización, ya que hacerlo nos garantizará el éxito en la consecución de los objetivos que debe ser sinónimo de crecimiento, empleo de calidad, sostenibilidad e inclusión.