La broma ha terminado

Muy pronto un negocio mucho más atractivo que el teatral atrajo mi atención y la del país. Era un asuntillo llamado mercado de valores. Lo conocí por primera vez hacia 1926. Constituyó una sorpresa muy agradable descubrir que era un negociante muy astuto o, por lo menos, eso parecía, porque todo lo que compraba aumentaba de valor. No tenía asesor financiero ¿Quién lo necesitaba?” Así comienza un desgarrador relato escrito en primera persona por Groucho Marx, cuya lectura sosegada podría hacer mucho más por la sensatez, el bolsillo y el equilibrio mental de cualquier inversor no profesional, que muchos clásicos de la inversión.

Y esa crónica, basada en hechos reales, me venía a la cabeza este verano, salvando las distancias con aquellos felices años 20, al comprobar que una gran parte del país seguía el consejo de “carpe diem” que algunos con sueldos garantizados de por vida lanzaban en el mes de julio. Un “disfrutad del momento, que lo que tenga que venir ya vendrá y se afrontará como se pueda”.

Fin del verano, ahora toca levantar la persiana, remangarse y afrontar la cruda realidad que, a menudo y para peor, supera a la ficción. Los datos de inflación de la eurozona se sitúan una vez más por encima de cualquier estimación, aunque los que frecuentamos el supermercado sabemos que esas cifras reflejan de forma más bien “regulera” la cruda realidad que padecemos al pasar por caja. Los bancos centrales se ven obligados a tomar medidas contundentes para luchar contra el devorador silencioso del ahorro, aunque como decía Jerome Powell en Jackson Hole a finales de agosto: “Puedan llevar sufrimiento a familias y economía”.

Y en medio de esta tormenta, ¿hay opciones para rentabilizar nuestros ahorros? ¡Por supuesto! Siempre es buen momento para invertir, para reflexionar sobre nuestras limitaciones, para alejarse de alocadas aventuras especulativas como a las que se expuso mi admirado Groucho (presa del sesgo del exceso de confianza) por no haber querido buscar al profesional que le guiara, desde la ética y la honradez, por el camino adecuado a sus circunstancias y objetivos. Porque poca broma con las cosas de comer.