Las energías renovables aportarán la garantía de suministro que necesita Europa

El 30 de noviembre de 2016 la Comisión Europea publicó sus propuestas de contribución de las energías limpias al cumplimiento de los compromisos adquiridos en el acuerdo climático de París y lo hizo mediante la comunicación Energía limpia para todos los europeos, conocida como el paquete de invierno. Fue el pistoletazo de salida hacia un nuevo modelo energético al que habrá que llegar recorriendo un camino que llamamos Transición Energética. El destino final es claro: energía limpia y renovable, máxima eficiencia en los consumos y, ante todo, participación de los consumidores. La motivación: reducir la emisión de gases de efecto invernadero para detener el cambio climático.

Aunque esta es la razón principal, en el caso de Europa la apuesta persigue dos objetivos más: desarrollar tecnología propia en el entorno de las renovables para convertirse en un exportador de la misma y reducir la dependencia energética del exterior, o lo que es lo mismo, aumentar la garantía de suministro. Tengo la sensación de que esta razón es la que realmente motiva este cambio. La Unión Europea consume cerca de la quinta parte de la energía mundial y sus reservas son escasas, lo que la convierte en la mayor importadora. Preservar su seguridad energética mediante la producción propia a través del aprovechamiento de los recursos renovables constituye una obligación. De ahí que estemos viendo cómo los objetivos europeos se revisan periódicamente y se imponen metas cada vez más ambiciosas, acompañadas de regulaciones favorecedoras y programas de apoyo a la implantación y al desarrollo tecnológico.

La guerra de Rusia contra Ucrania ha puesto de relieve la vinculación que la UE tiene en suministro energético con Rusia y con otras zonas de inestabilidad, lo que limita su actuación en los mercados energéticos y la toma de decisiones geopolíticas. La disponibilidad de energía a precios estables es fundamental para garantizar la competitividad de los productos europeos. Y para ello, es necesario reducir la dependencia y la exposición a la volatilidad de los precios del gas natural y del petróleo. La receta es acertada: producción propia y máximo aprovechamiento de los recursos renovables. No se puede perder más tiempo: deben evitarse los debates infinitos cada vez que se promueve una instalación de este tipo, porque el riesgo ya no es una hipótesis, es una realidad.