Un ‘terremoto’ vuelve a sacudir los cimientos del cooperativismo vasco

Hace un mes la tierra tembló en la localidad guipuzcoana de Arrasate-Mondragón, donde está ubicada la sede del primer grupo empresarial de Euskadi y el décimo de España: Corporación Mondragon. Y en este tiempo no han cesado las réplicas de este terremoto, todas ellas de gran intensidad, y se han extendido a las localidades de Hernani y Oñate. La razón: dos de sus cooperativas industriales quieren abandonar el barco o, por lo menos, modificar su relación actual. Las dos firmas díscolas son Orona (sede en Hernani) y Ulma (Oñate), ambas con un peso significativo dentro de la división industrial del gigante cooperativo vasco.

El mutismo inicial sobre este nuevo cisma que sacude los cimientos del cooperativismo fundado por el padre José María Arizmendiarrieta en 1956, -hace 14 años ya salieron de la órbita de Corporación Mondragon Irizar y Ampo- ha degenerado en una sucesión de declaraciones de una y otra parte a los medios de comunicación, que dista mucho de alcanzar un consenso o resolución amistosa.

Lo cierto es que los socios de Ulma y Orona votarán mañana (día 16 de diciembre) su salida del grupo Mondragon, salvo sorpresa mayúscula. Pero, ¿por qué razón dos cooperativas que están dentro de una gran alianza empresarial internacionalmente posicionada, que comparten valores como la democracia, igualdad y solidaridad, deciden abordar un camino en solitario, en un momento económico complicado y de gran incertidumbre en el mercado mundial? Es la pregunta del millón.

Son dos cooperativas potentes dentro de Corporación Mondragon, con presencia e imagen internacional. Ambas suman una facturación de 1.730 millones y una plantilla de 13.000 personas, de un grupo compuesto por 95 cooperativas, 80.000 empleos y más de 11.000 millones de negocio.

Ulma y Orona comparten su descontento por no ser escuchadas. Desde Corporación Mondragon afirman que no ha habido tiempo de abordar un procedimiento tan arduo, ya que proponen una nueva fórmula de relación.

Una pena. A veces, pararse a escuchar y dialogar cierra cismas que de otra manera no hacen más que replicarse.